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Caminemos juntos como discípulos y misioneros
Meterse en la oración

Oración (II). La nostalgia del Creador

1) Para saber

Se cuenta que un padre quiso darle una lección a su hijo y le mandó: “Haz todo lo que puedas para mover esa piedra”. El niño ponía su mejor esfuerzo, pero no lo lograba, pues era superior a sus fuerzas. Hasta que se rindió: “Hice todo lo que pude, pero no lo logré”. Entonces su padre le corrigió: “No, no hiciste todo lo que podías. Podías pedirme ayuda y no lo hiciste”.

De modo similar, queremos sacar adelante propósitos o proyectos por nosotros mismos sin recurrir a Dios. El papa Francisco en su segunda catequesis sobre la oración nos recuerda que Dios es el amigo, el aliado.

En el Padre Nuestro, Jesús nos enseñó a pedir por nuestras necesidades con la confianza de un hijo. Aunque no seamos hijos agradecidos o nos hayamos portado mal, Él sigue amándonos. Dios está siempre cerca de la puerta de nuestro corazón. A veces llama, pero no invade, sino que espera que le abramos. La paciencia de Dios es la de un papá más la de una mamá, dice el papa. Siempre cerca de nuestro corazón, y cuando llama lo hace con ternura y con tanto amor.

2) Para pensar

Todos los santos se han caracterizado por ser personas que oran. Muchos testigos de san Juan Pablo II así afirmaron. Un amigo suyo y escritor, André Frossard, relata que cuando el papa fue abatido por las balas en el atentado, inmediatamente lo trasladaron al hospital. Durante el camino, con gran dolor, no dejaba de rezar implorando a la Virgen. Su secretario don Estanislao lo iba sosteniendo y escuchaba sus plegarias, sobre todo escuchaba: “¡Madre, Madre mía! ¡María, Madre mía!”

Ya en el hospital, después de la intervención y la anestesia, en cuento volvió en sí, preguntó si ya había rezado las oraciones de todos los días. El papa le dijo a una religiosa que lo atendía: “El mundo entero tiene derecho a esperar mucho del papa. Por ello el papa nunca rezará lo bastante”. Por ello el escritor define a san Juan Pablo II como “un bloque de oración”.

Pensemos qué lugar ocupa la oración en nuestra vida.

3) Para vivir

La oración nace desde el interior del hombre, en donde los autores espirituales llaman “corazón”. Y nace al sentir la nostalgia de “alguien” a quien amar y de ser amado. Tiene nostalgia de su Creador. Como todo hombre es criatura de Dios, la oración es para todos, todos tenemos necesidad de dirigirnos a nuestro Creador.

La oración cristiana deja cualquier actitud servil de sometimiento, esclavitud o miedo, para encontrar un Dios tierno y le llama con confianza Padre a Dios. Incluso Jesús usa la palabra: “papá”. Dios quiere amistad, cercanía, comunión con nosotros. Jesús lo afirma con claridad: “No os llamo ya siervos…; a vosotros os he llamado amigos” (Jn 15, 15). Esta es la primera característica de la oración cristiana.

El papa Francisco nos invita a meternos en oración entre los brazos misericordiosos de Dios, a sentirnos envueltos por ese misterio de felicidad que es la vida trinitaria, a sentirnos como invitados que no se merecían tanto honor. Dios no conoce el odio. Es odiado, pero no conoce el odio: si los hombres dejan de amar, Él sigue amando, aunque el amor lo lleve al Calvario. Conoce sólo amor. Este es el Dios al que rezamos. El Dios de amor, nuestro Padre que nos espera y nos acompaña.

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