huellas
Caminemos juntos como discípulos y misioneros

Las huellas de Dios / Hacer grande lo pequeño

1) Para saber

En una entrevista sobre la autoridad del Pontífice, el Papa recordó una máxima con la que suele describirse la visión de San Ignacio y que a él le ha ayudado mucho, la cual dice: “No tener límite para lo grande, pero concentrarse en lo pequeño”.

Es decir, se trata de vivir la virtud en lo grande y en lo pequeño, y es la virtud de la magnanimidad. Se pueden hacer cosas pequeñas, pero siempre viendo hacia el amplio horizonte, es decir, hacia lo que Dios quiere. Cada persona, desde su lugar, ha de tenerla, y de esa manera lo pequeño, por amor a Dios, se hace grande, pues va dirigido hacia lo más alto y sublime.

Se trata de convertir nuestro quehacer ordinario en una oración hacia Dios.

2) Para pensar

Se cuenta que hace años un científico ateo iba guiado por algunos árabes creyentes por el desierto. Sus guías, cuando atardecía, ponían sus tapetes sobre la arena y se ponían a rezar. El científico les preguntó qué hacían. “Hacemos oración”, contestaron. “¿Y a quién se dirigen en la oración?”, preguntó. “A Dios”, le respondieron. El científico sonrió maliciosamente y les preguntó: “¿Han visto ustedes a Dios alguna vez?”. Le respondieron que no. “Y, ¿lo han tocado con sus manos?”. Le dijeron que no. “¿Han escuchado la voz de Dios con sus oídos?”. La respuesta nuevamente fue negativa. El científico concluyó: “¡Entonces no sean ustedes locos! Si nunca han visto a Dios, ni lo han tocado, ni oído, ustedes no deben creer en Dios”. Los árabes no le dijeron nada por el momento.

A la mañana siguiente, mientras amanecía con una aurora espectacular, el científico salió de la carpa y, al ver las huellas de un camello, les comentó a los guías: “Por aquí pasó un camello”. Uno de los árabes le preguntó al ateo: “Pero señor, ¿acaso ha visto usted al camello?”. “No lo he visto”, respondió. Volvió a preguntarle: “O, ¿acaso lo oyó cuando pasó por aquí?”. “Nada de eso”, dijo el científico. “¿Lo tocó con sus manos?”, insistió el guía. “Tampoco”. El árabe concluyó: “Entonces usted está loco: ¿Cómo puede creer que pasó por aquí un camello, si usted no lo vio, ni lo oyó, ni tocó con sus manos?”. El científico, señalando el piso, repuso enojado: “Es que aquí sobre la arena están las huellas del camello”. Entonces el árabe, mirando el cielo y señalando la aurora que asombraba a todos, concluyó: “Señor, ahí tiene usted las huellas de Dios; por tanto, no cabe duda de que Dios existe y actúa. Un Dios que también lo ama y ha dejado su huella en toda la Creación, incluso en usted mismo, aunque usted no lo reconozca”. El científico ya no pudo decir nada.

3) Para vivir

Más que el tamaño de las obras, a Dios le importa el amor que ponemos en ellas. Nuestra vida normal se compone de cosas ordinarias, no espectaculares, y desde ahí ha de estar dirigido nuestro corazón al Señor.

San Josemaría nos recuerda:

“¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? –Un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno. –Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. –Y trozos de hierro. –Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas…

“¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente?… – A fuerza de cosas pequeñas!” (Camino, n. 823).

 

 

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