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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

El método de Santa María de Guadalupe: Enseñanza para todos

En el artículo anterior hablamos de la ternura en el Mensaje Guadalupano propuesta por el Santo Padre como guía en el actuar en nuestras relaciones. Un mensaje éste que, si bien fue dado a los obispos, fue dirigido y aplica a todos los seres humanos.

En gran parte de este mensaje y en algunos otros se pone como ejemplo el Acontecimiento Guadalupano para relacionarnos y para acercarnos de manera más humana a nuestros hermanos. Y como no se nos puede poner de ejemplo, ya que a partir de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, empezó la unidad y la conformación de la Nación mexicana. Éste es el método de Santa María de Guadalupe.

El Papa hablaba del regazo que menciona Santa María de Guadalupe como el lugar donde se encuentra Juan Diego, sin que él se percate de ello, ante una gran necesidad que es la salud de su tío. Así, Su Santidad compara o, mejor dicho, asemeja ese regazo como la Fe Cristiana que “es capaz de reconciliar el pasado, frecuentemente marcado por la soledad, el aislamiento y la marginación, con el futuro continuamente relegado a un mañana que se escabulle. Sólo en aquel regazo se puede, sin renunciar a la propia identidad, «descubrir la profunda verdad de la nueva humanidad, en la cual todos están llamados a ser hijos de Dios»” (Id., Homilía en la Canonización de san Juan Diego).

La actitud de Santa María de Guadalupe es de acercamiento y nos pide que como nos reclinemos con delicadeza y respeto sobre el alma profunda de nuestra gente y descifremos su misterioso rostro “frecuentemente disuelto en dispersión y fiesta”.

Posteriormente, Su Santidad se refiere a los jóvenes como necesitados de un regazo materno y nos pide que seamos capaces de “cruzar las miradas de ellos, de amarlos y de captar lo que ellos buscan, con aquella fuerza con la que muchos como ellos han dejado barcas y redes sobre la otra orilla del mar (cf. Mc 1,17-18), han abandonado bancos de extorsiones con tal de seguir al Señor de la verdadera riqueza (cf. Mt 9,9)”.

Y vaya que nuestra juventud está necesitada de atención y de un regazo, ante la falta de una familia, o ante una familia con graves problemas de desintegración; ante una educación, en gran medida ideologizada y carente de valores.

Se nota que el Papa conoce la triste realidad de nuestra sociedad que ya está padeciendo al ver a muchos de sus hijos muertos por la violencia generada por la delincuencia o sumergidos en las drogas, la degradación humana de los vicios y la falta de una valoración como persona con dignidad.

A continuación, el Papa también hace alusión a la riqueza de nuestro origen con el mestizaje y de una manera poética menciona: “En el manto del alma mexicana Dios ha tejido, con el hilo de las huellas mestizas de su gente, el rostro de su manifestación en la «Morenita». Dios no necesita de colores apagados para diseñar su rostro. Los diseños de Dios no están condicionados por los colores y por los hilos, sino que están determinados por la irreversibilidad de su amor que quiere persistentemente imprimirse en nosotros”. Nuestra identidad mexicana, nuestra mexicanidad pasa por nuestros genes, por el color de nuestra piel, por nuestra riqueza en valores y tradiciones, entre ellos la solidaridad, la hospitalidad, la amabilidad y la unidad de pueblos, culturas y lenguas, unidad producida a partir del Acontecimiento Guadalupano; ésta es parte de nuestra grandeza que no podemos negar y que debemos aprovechar para impulsarnos para forjar un futuro como una Nación unida y fuerte.

No podía faltar, en el discurso del Papa, una alusión a esa parte de nuestra población con la que tenemos una gran deuda: es la población indígena que sutilmente ha sido manipulada por intereses políticos que buscan aprovecharse de ellos. Al respecto el Papa nos dice: México tiene necesidad de sus raíces amerindias para no quedarse en un enigma irresuelto. Los indígenas de “México aún esperan que se les reconozca efectivamente la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia, para heredar aquella identidad que les convierte en una Nación única y no solamente una entre otras”.

Ya casi para terminar su intervención en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, Su Santidad pide a los pastores, pero como dijimos anteriormente se aplica a todos: “superar la tentación de la distancia y del clericalismo, de la frialdad y de la indiferencia, del comportamiento triunfal y de la autoreferencialidad. Guadalupe nos enseña que Dios es familiar en su rostro, que la proximidad y la condescendencia pueden más que la fuerza”. Estas palabras se aplican perfectamente a los fieles laicos invitándonos a trabajar sin el cobijo y la protección de los clérigos, sino con autonomía, con responsabilidad, trabajando para lograr una sociedad más justa donde la mayoría de nuestros compatriotas tengan todas las condiciones materiales y espirituales necesarias para su desarrollo como humanos; esto es trabajar por el Bien Común.

Por último, no podía faltar una invitación a acudir a nuestra Madre, la Guadalupana, la Morenita, aquella que “custodia las miradas de aquellos que la contemplan, refleja el rostro de aquellos que la encuentran. Es necesario aprender que hay algo de irrepetible en cada uno de aquellos que nos miran en la búsqueda de Dios”.

Todo este discurso tiene un gran contenido Guadalupano, ya que a partir de las palabras y de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe se desprende una forma de ser y de actuar  totalmente cristiana, totalmente evangélica que, llevada a la práctica, también es un gran mensaje social que contribuye a construir una sociedad más humana, a construir ese nuevo templo que es un templo espiritual y que puede definirse como La Civilización del Amor. Así lo diría San Juan Pablo II.

 

 

@voxfides

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