huellas
Caminemos juntos como discípulos y misioneros
Anacleto González Flores

El patrono de los laicos mexicanos


El nombramiento del licenciado Anacleto González Flores como patrón de los laicos mexicanos es un gran acierto por parte de la Conferencia Episcopal Mexicana, porque es un personaje muy adelantado a su época que marcó la ruta que deberíamos seguir los laicos para trabajar por la instauración del reino de Cristo en esta patria mexicana, y su pensamiento es de una actualidad sorprendente.

Sin embargo, me gustaría hacer hincapié en que Anacleto es un personaje que va más allá de pertenecer tan sólo a los católicos, porque por su gran visión basada en una extraordinaria formación no solamente religiosa sino humanística desarrolló una visión para trabajar en la formación de una nación enfocada no solamente a la libertad religiosa, sino a todas las libertades y al progreso del país en todos los órdenes sociales, como la justicia, la equidad, y el mismo desarrollo económico, y estuvo muy involucrado además en la cuestión obrera que se iniciaba en su época como una gran fuerza social.

Es por eso que la difusión de su pensamiento, de su obra y de su vida no deberá concentrarse solamente en los círculos católicos, sino que puede ser presentado como un modelo de ciudadano comprometido con el trabajo de hacer de México una gran nación en base a tener unos grandes ciudadanos, comprometidos desde lo más profundo de sus conciencias a ser congruentes con su pensamiento, de lo que él dio ejemplo hasta ser sacrificado por su fidelidad total al mismo.

No basta un simple artículo para hablar de un personaje de esta talla, tristemente desconocido por la mayoría de los mexicanos, pero al menos me permito compartir una pequeña semblanza de su persona y de su pensamiento.

El 13 de julio de 1888 nació Anacleto González Flores en Tepatitlán, Jalisco, en una muy pobre casa donde se tejían rebozos para apenas ir subsistiendo. De gran temple pronto se convirtió en el líder de los jóvenes de su barrio, con un sentido desde muy chico de que las causas justas hay que defenderlas, así que estuvo siempre dispuesto a vengar las ofensas que se hacían sobre los más débiles pues el miedo nunca fue uno de sus defectos. Así, sin un destino muy claro, descubrió que entre sus talentos estaba el ser un orador por su mucha facilidad de palabra, pero entonces sin mucho que decir por su falta de formación.

Sucedió, sin embargo, que providencialmente apareció por el pueblo un sacerdote provenientes de Guadalajara que impartió una misión y, Anacleto escuchó con verdadera pasión como Jesús ofreció su vida por todos, desde entonces empezó una gran transformación interior que lo acercó a la Iglesia, a conocer más a Jesús y a pensar que la vida nos había sido dada para algo más que para llenar el estómago y divertirnos, por lo que se organizó con sus amigos para dar catecismo y asistir a quien necesitara ayuda.

Notando el cambio por un sacerdote del pueblo, lo animó y becó para que se fuera al seminario de San Juan de los Lagos para estudiar, y ahí se descubrió como un brillante estudiante que pronto empezaría a destacar en las diferentes materias, robando horas al sueño parta devorar todos los libros disponibles, inclusive se le empezó a pedir que sustituyera a maestros cuando alguno faltaba y, así primero en broma, pero después en serio empezó a ser apodado por su mismos compañeros “El maestro”, título con el que sería conocido hasta el fin de su vida. Le ofrecieron la gran oportunidad de ir a Roma para seguir sus estudios, pero consciente de que su vocación no sería la religiosa no aceptó porque en su corazón había nacido una segunda pasión; México, que se reflejaría principalmente en su deseo de ayudar a los más pobres y necesitados.

Por todo lo anterior decidió estudiar leyes para ponerse al servicio de los más necesitados, demostrando que el verdadero sentido del cristianismo es conexión inmediata con la realidad lo que le significó buscar nuevos horizontes y se fue a Guadalajara, donde se inscribió en la Escuela de jurisprudencia. Mientras estudiaba empezó a organizar entre sus compañeros grupos de estudio y a dar clases de Historia Patria en una escuela.

Anacleto pensaba y estaba plenamente convencido de que el catolicismo tenía una misión que abarcaba a toda la organización social, pues el mensaje de Cristo era universal y pleno, era un rayo de luz que debería iluminar a toda la sociedad, para que así se creara un medio sano que permitiera al hombre desarrollar sus máximas capacidades en todos los órdenes humanos. Creó la Unión Popular que fue una agrupación de enorme alcance social. La efectividad y el éxito de la ‘Unión Popular’ se debieron a sus características únicas; el directorio que estaba formado por cinco miembros que incluía a dos mujeres, los jefes de las células se reclutaban entre obreros y campesinos, según fuera el lugar, por lo que la comunicación era muy cercana y cordial entre sus miembros. Una hoja suelta, Gladium, tiraba más de 100 000 ejemplares a fines de 1925, y de mano en mano llegaba al rincón más apartado del estado. Agustín Yañez, el futuro secretario de Educación y autor famoso, fue uno de sus artífices.

Cuando llegó la Ley Calles y se decretó el cierre de cultos se inició la defensa de la libertad religiosa por medio de las armas, opcion de la que Anacleto nunca había sido partidario, pero siendo él considerado como el inspirador de la lucha por las libertades, tuvo que apoyar el movimiento y seguir siendo el líder, aunque nunca tomaría un arma, pero al ser considerado por el gobierno muy peligrosos su liderazgo fue tomado prisionero, torturado y fusilado sin juicio alguno, mostrando un gran valor a sus verdugos a quienes perdonó antes de morir.

Su pensamiento abarca todos los campos del humanismo, y he aquí algunos de sus pensamientos:

“Nosotros los católicos hemos visto con nuestros propios ojos la caída estrepitosa del edificio de la sociedad y en estos momentos andamos entre escombros. Sin embargo, poco nos hemos preocupado de conocer con toda claridad la verdadera causa del desastre. Y si hemos de ser sinceros y deseamos sanar, debemos empezar por reconocer que nada nos ha perjudicado tanto como el hecho de que los católicos nos entregamos a vivir con éxtasis en nuestros templos y abandonamos todas las vías abiertas de la vida pública a todos los errores[…]en lugar de haber estado en todas partes…Y hemos dejado la escuela, la prensa, el libro, la cátedra en todos los establecimientos de enseñanza, les hemos dejado todas las rutas de la vida pública…no hemos podido amurallar las almas de las masas, de los jóvenes, de los viejos ni de los niños”.

“Para ser verdaderamente católicos hay que trabajar sin descanso por el bien de la sociedad, pues este es el sentido más alto y más profundo de aquel precepto: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’”.

“Podremos comprar en el mercado un libro que abra delante de nuestros ojos, rutas inesperadas y llenas de luz y que nos enseñe métodos y procedimientos para completar la propia personalidad[…] Pero las fórmulas y las recetas y los métodos no son suficientes; es necesario ante todo estar dispuestos a hundir las propias manos en nuestra carne y en la sustancia de nuestro espíritu para amasar el barro, para estrujarlo…Ni el carácter, -atributo esencial de las fuertes personalidades-, ni la orientación del espíritu, ni la virtud…se compra en ningún mercado.

Todo eso lo hace, lo tiene que hacer, lo debe hacer el forjador que todos llevamos dentro de nosotros mismos. “El Mártir es un milagro y una necesidad para que no perezca la libertad en el mundo […] Y no es el puñal de Bruto el que nos salvará ni la espada de Aníbal; si no la entereza enérgica de los mártires y de los espíritus que sostengan incansablemente la bandera gloriosa de los verdaderos derechos del hombre. Pues en estos casos sobran espadas y faltan mártires”.

Por encima del triunfo o por encima de la derrota del mañana, tenemos que seguir sosteniendo que el problema de México es problema de cultura, de apostolado de civilización.

“La única renovación que puede ser cimiento sólido, fundamento indestructible del orden social, es la renovación espiritual de las energías humanas: el amor interno, fuerte, del hombre hacia el hombre, imposible sin Cristo, el verdadero obrero que ha roto con su martirio todos los despotismos”.1

Necesitamos conocer figuras como la de Anacleto González Flores que nos inspiren a luchar con generosidad por el bien de México y de la formación de las nuevas generaciones en los auténticos valores, porque es la única manera de formar seres humanos libres e íntegros, no manipulables por las ideologías de moda que tanto daño están causando a la sociedad mexicana.

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González Flores Anacleto. El Plebiscito de los Mártires. Pg 169-171. Jus México 1930

 

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