
Virtudes y vicios (13). Mejor que lo perfecto
Aristóteles decía que el rasgo distintivo del hombre prudente es el ser capaz de deliberar y de juzgar de una manera conveniente.

Aristóteles decía que el rasgo distintivo del hombre prudente es el ser capaz de deliberar y de juzgar de una manera conveniente.

La cultura moderna no tiene medios para enfrentarnos a la muerte. En cambio, la fe cristiana nos ofrece recursos asombrosos y suficientes.

En estos tiempos dramáticos, la solución está en redescubrir la virtud. Si practicar la virtud fuera lo normal, el mundo sería feliz.

El soberbio es aquel que cree ser mucho más de lo que es en realidad.

La persona vanidosa cree que su persona, sus logros y sus éxitos deben ser mostrados a todo el mundo: es un perpetuo mendigo de atención.

En la base de la envidia hay una relación de odio y amor: uno quiere el mal del otro, pero en secreto desea ser como él.

La fe se mantiene y crece, a pesar de la oscuridad que ciega, pues sigue humildemente apoyándose y confiando en Jesús, que nunca nos abandona.

Habrá que saber detectar la tristeza mala e impedir el pesimismo o el egoísmo que difícilmente se cura.

La oración, la limosna y el ayuno nos ayudan a vaciarnos y liberarnos de los apegos que nos aprisionan.

La ira es un vicio que destruye las relaciones humanas, no acepta la diversidad del otro.

La avaricia corrompe la voluntad del hombre inclinándolo a poner su corazón en los bienes materiales.

La belleza de las relaciones sexuales está en que hay un amor pleno de donación recíproca.