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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

El sentido profundo de la Semana Santa

Siempre me han impresionado aquellas entrañables palabras que Jesús les pronunció a sus Apóstoles en la Última Cena, justo en la víspera de ser crucificado: “Nadie tiene aprecio más grande que el que da la vida por sus amigos”.

Hay innumerables maneras de manifestar el afecto: con acciones concretas, con  diversas manifestaciones de estima, etc. Hay una canción de un conocido grupo musical de Australia, los “Bee Gees”, que se titula: “¿Qué tan grande es tu amor?” Y me parece que resulta todo un reto para corresponder al inmenso amor que Dios nos tiene.

Recuerdo a un sacerdote, de edad madura, que decía sobre este tema: “Si juntáramos el corazón y el cariño de los padres y las madres de la tierra entera por sus hijos, no podría compararse con el inmenso amor que Dios tiene a cada una y a cada uno de nosotros, que es muy superior, enorme y profundo.

Me recuerda la anécdota de aquella madre que contemplaba con su hijo el cielo cuajado de estrellas y embelesada con aquella maravillosa escena nocturna, le preguntó a su pequeño:

-“¿Qué tanto me quieres?”

Y el chiquitín le responde:

-“¡De aquí hasta la luna!”

Y aquella madre cariñosa le replica:

“-¿Tan poquito?”

Y el niño pensándolo con calma le dice de nuevo:

“Bueno, ¡de aquí a aquel planeta que me dijiste que se llamaba Venus!”

Y la buena madre le vuelve a insistir:

“Me sigue pareciendo poco.”

Y el niño, le respondió con prontitud:

“¡Te quiero de aquí hasta la estrella más lejana y que casi no podemos ver!”

Y la madre complacida le dice:

“Así está mejor. Yo también te quiero muchísimo-y le da un afectuoso beso.

Quise seleccionar este diálogo de la vida cotidiana, aparentemente sin entidad, pero muy real y significativo.

Pienso que en esa frase de Cristo “dar la vida por los amigos” que implicaba sufrir hasta derramar la última gota de su Sangre está condensado el gran amor del Redentor por sus Elegidos -que fueron los primeros Obispos- y, por extensión, a las personas que habrían de venir con el paso de los siglos hasta el final de los tiempos, de toda raza, lengua, condición social y de cualquier continente.

A la vez que, el hecho de ponerse a continuación lavar los pies de cada uno, pone el ejemplo de cómo se debe amar a cada uno de nuestros semejantes: con humildad y espíritu de servicio, sin esperar recibir nada a cambio ni ambicionar ser el primero. Nos enseñó a perdonar hasta “setenta veces siete”, si hiciera falta. Y comprendemos por experiencia propia que, muchas veces, es necesario tener ese comportamiento. Por ejemplo, uno de sus Apóstolos, Judas Iscariote, lo traicionó y lo vendió por 30 monedas de plata a quienes lo odiaban. En el Huerto de los Olivos, mientras Jesús oraba intensamente con el resto de sus Discípulos somnolientos, Judas encabezaba la tropa que habría de apresarlo, todavía el Maestro le pregunta: “¿A qué has venido, amigo?”, como esperando su conversión. Aquí aparece otra importante faceta del Salvador, cuando en su Crucifixión, exclama a Dios Padre: “Perdónales porque no saben lo que hacen”.

 En otras palabras, la caridad no debe ser simplemente generosa, sino que también comprensiva, que disculpe las agresiones y, además, debe durar toda la vida, pase lo que pase. Sin el perdón y el olvido de la ofensa, no hay verdadera caridad. Porque el rencor y los resentimientos son la escoria del egoísmo y desagradables al Creador. Y resuenan con fuerza aquellas palabras de San Pablo: ”Me amó y se entregó hasta la muerte por mí”. Son conmovedoras porque este Apóstol porque no emplea la forma plural y no escribe: “Se entregó a la muerte por nosotros”, sino que nos dice a cada ser humano que era tanto su amor por mí que se dejó clavar en una Cruz por el cariño que tiene a cada persona.

¡Qué responsabilidad tenemos para saber corresponder a esta entrega sin límites, sufrió dolores tremendos, fue rey de burlas, y no paró hasta entregar su cuerpo para ser crucificado! Como escribe San Josemaría Escrivá de Balaguer: “¿Quieres saber cómo agradecer al Señor lo que ha hecho por nosotros?… ¡Con amor! No hay otro camino. Amor con amor se paga. Pero la certeza del cariño la da el sacrificio. De modo que ¡ánimo!: Niégate y toma su Cruz. Entonces estarás seguro de devolverle amor con Amor” (“Vía Crucis”).

Pero no hay que olvidar que al final del camino de la Pasión y Muerte de Jesucristo, vino su gloriosa Resurrección, nos abrió las puertas del Cielo, nos dejó los 7 Sacramentos, instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio para que mediante la Santa Misa, nunca nos faltara ese Pan de los Ángeles. Ésta ha sido la gran revolución cristiana que transformó la historia de la Humanidad y abrió un hondo camino de luz y alegría en los cristianos, pero de un gozo que este mundo no puede dar.

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