
La conversión del corazón, camino de salvación
Pedir perdón y perdonar nos capacitan para dar un paso más y tratar de convertir el corazón.
Pedir perdón y perdonar nos capacitan para dar un paso más y tratar de convertir el corazón.
La Pasión de Cristo fue brutal, cruel e implacable porque nuestros pecados son brutales, crueles, atroces.
El Evangelio del pasado Cuarto Domingo de Cuaresma trata acerca de la conocidísima y esperanzadora Parábola del Hijo Pródigo, también conocida como la Parábola de la Misericordia de Dios.
Si vivimos la Semana Santa solo hacia afuera, la estaremos viviendo incompleta, ya que la parte espiritual es muy importante.
Actualmente, nuestra sociedad, experta en invertir todo orden natural, ha trastocado las más preciadas costumbres.
“El Kolbe valenciano” es el religioso que eligió morir en el campo de concentración de Auschwitz en el lugar de su hermano, ya que éste era un padre de familia.
De algo tan detestable como es el pecado, si conduce al arrepentimiento y al dolor de amor, produce frutos maravillosos de santidad.
El que sólo piensa para sí mismo reduce su horizonte. Pensar en otros, ensancha el corazón.
Nuestros pecados, nuestras miserias e iniquidades son muchas, pero la misericordia de Dios es aún mayor y siempre nos perdonará mediante el sacramento de la confesión.
Como cada año, se llega el tiempo de la cuaresma, que no es otra cosa que un tiempo de preparación para la gran solemnidad de la Pascua.
El viaje de la cuaresma es un éxodo: así como el pueblo judío pasó de la esclavitud a la libertad, nosotros debemos recuperar la libertad dejando la soberbia y falsedad.
La ceniza nos recuerda la caducidad de nuestra vida, la fugacidad de todas las cosas materiales, la banalidad de tantas inquietudes que agitan nuestro corazón.