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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

S. JXXIII y S. JPII, testigos de las llagas de Jesús

Una vez consumada la ceremonia solemne de canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II, el Papa Francisco centró la homilía de la Santa Misa que celebró después en la figura de “las llagas gloriosas de Cristo Resucitado”.

“En el centro de este domingo (…), que San Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado”, destacó.

Sobre el evento de la incredulidad inicial de Tomás sobre la Resurrección de Jesús, el Papa Francisco, con ese gran sentido práctico que lo caracteriza, aprovechó la ocasión para construir una bella alegoría, al decir que “las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad”.

La lección que ofrece el Sumo Pontífice a los fieles, a propósito de la reciente ceremonia de canonización que acaba de llevar a cabo, es la de hacer notar que “San Juan XXIII y San Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresía del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia”.

Siempre en la línea del testimonio cristiano, el Santo Padre explica que “en estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había ‘una esperanza viva’, junto a un ‘gozo inefable y radiante’ (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo”.

Irradiar al mundo el Concilio Vaticano II

Y es aquí donde podemos entrever la prospectiva con que la Iglesia ha canonizado a nuestros dos grandes Papas, cuando Francisco pone de relieve cómo “esta esperanza y esta alegría se respiraban en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47). Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad”.

El Papa Francisco, para nada es críptico, y dice a los fieles con toda claridad que “ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisonomía originaria, la fisonomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos”.

Y, finalmente, con la mira puesta más allá del corto plazo, el Papa Francisco ruega “que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”.

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