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Victoria de Trump, espiral del silencio y opinión pública y publicada

A propósito del resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, hay quienes han resaltado la discrepancia entre la opinión pública y la opinión publicada. Prácticamente en unanimidad los medios de comunicación se posicionaron a favor de Hillary Clinton. En la misma dirección iba el apoyo de actores, cantantes y deportistas. ¿Por qué entonces el resultado?

Un mirada más atenta muestra que, de hecho, Hillary Clinton ganó: la demócrata obtuvo 60 millones 839 mil 922 votos contra los 60 millones 265 mil 858 votos del republicano (dato de AP al 12 de noviembre de 2016), pero el sistema electoral de Estados Unidos no tiene prevista la elección por voto directo, sino a través de delegados numéricamente distintos aportados según la población de cada uno de los estados de la Unión Americana.

El resultado, de cualquier manera, ha mostrado una polarización social que tras el 8 de noviembre ha querido pintar (especialmente para quien ve desde fuera de las fronteras del país en cuestión) a quienes votaron por Trump como los malos de la cinta y a quienes votaron por Clinton como los buenos. La realidad es que, ganara quien ganara las elecciones, iba a vencer el peor.

Hillary venía de una contienda que al interior del Partido Demócrata había resultado poco menos que manoseada y conflictiva: en los días inmediatamente previos a la Convención Demócrata salieron a la luz los correos electrónicos que mostraban que la neutralidad de la cúpula del partido, no sólo no era tal, sino que incluso era oculta pero activamente hostil y perjudicial para el entonces contendiente a la nominación demócrata, Bernie Sanders.

A raíz de ese escándalo, la líder del Partido Demócrata, Debbie Wasserman Schultz, tuvo que renunciar. Fue también durante la Convención Demócrata que se mostró abiertamente (gracias a la retransmisión en vivo por medio de YouTube) la división entre el ala mayoritariamente joven del partido que apoyaba a Sanders y el grueso adulto que apoyaba a Clinton. Los abucheos contra Clinton en plena convención fueron vistos y oídos en directo por todo el mundo.

Pero Hillary no sólo traía a sus espaldas el peso de una baja confianza ganada a pulso por ese escándalo y en su propio partido. La investigación del FBI acerca del manejo de información de seguridad nacional por medios altamente inseguros durante su gestión como secretaria de Estado la acompañó hasta el albor del final de su campaña.

Wikileaks, además, filtró en los meses de julio a noviembre de 2016 información real obtenida de las comunicaciones por correo electrónico entre Clinton y John Podesta, jefe de campaña de la candidata demócrata. Al respecto Julian Assange, fundador y editor jefe de Wikileaks, dio una reveladora entrevista a John Pilger.

Entre las informaciones reveladas se encontraban los manejos poco más que dudosos con lo que fundaciones vinculadas a Clinton terminaban por financiar al “Estado Islámico” por vías sauditas y qataríes. También se hallaban las comunicaciones entre Sandy Newman, presidente de “Voces para el Progreso”, y John Podesta, donde ambos hablan de la necesidad de impulsar una “Primavera Católica” (en analogía a la “Primavera árabe”), que consistiría en fomentar grupos progresistas para cambiar la doctrina de la Iglesia Católica.

El asunto no quedó en cruce de correos, sino que efectivamente nacieron “Católicos Unidos” y “Católicos en Alianza por el Bien Común”. Apenas un año antes, en abril de 2015, Hillary Clinton había dicho públicamente en el Lincoln Center de Manhattan: “Los códigos culturales profundamente enraizados, las creencias religiosas y las fobias estructurales han de modificarse. Los gobiernos deben emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos tradicionales”. Fue la más clara y abierta amenaza contra la libertad religiosa.

Que todo esto apenas si encontró espacio en la prensa y en las actualizaciones de estado de cuentas de Instagram, Twitter y Facebook de los famosos, es lo verdaderamente impresionante.

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La retórica exagerada de Trump lo llevó a ganarse muy pronto, incluso al interior de su propio partido, la aversión de las masas, especialmente de las que residen fuera de Estados Unidos. Con esa antipatía ganada, no se podía esperar que su política migratoria fuese bien acogida y que pronto la prensa proclive a Clinton comenzara a escarbar en su pasado, especialmente por cuanto respecta al trato dispensado a algunas mujeres.

Es verdad que difícilmente se puede estar de acuerdo con la política migratoria de Trump o simpatizar con su postura sobre la posesión de armas de fuego o en relación con el medio ambiente; pero, ¿las deportaciones fueron menos durante la administración de Obama? O yendo más allá: ¿hay algo rescatable del programa de gobierno de Trump?

Acerca de lo primero, un artículo de investigación publicado por la cadena de TV hispana más grande e importante de Estados Unidos, Univisión, mostraba en agosto de 2016 un comparativo entre las deportaciones registradas en los últimos 30 años. Barack Obama se coloca a la cabeza de los presidentes que más personas ha deportado, por encima de Reagan, los dos Bush e incluso Bill Clinton (cf. “Obama es el presidente que más ha deportado en los últimos 30 años”, 25.08.2016).

Los datos que reporta el Departamento de Seguridad Nacional (DHS por sus siglas en inglés) para el periodo 2009-2015 son de 2 millones 571 mil 860 personas deportadas. A esa cifra hay que añadir los datos que aportan los 10 primeros meses del año fiscal 2016 y que la Oficina de Inmigración y Aduanas cifra en 196 mil 497 personas deportadas. De este modo, tenemos un total de 2 millones 768 mil 357 deportaciones de la administración Obama contra los 168 mil 364 deportados por Ronald Reagan (1981-1989), los 141 mil 316 de George Bush padre (1989-1993), los 869 mil 646 de Bill Clinton y los 2 millones 116 mil 690 de George Bush hijo. Por lo demás, en el último debate presidencial Trump puso en evidencia que ya en 2006 Hillary Clinton se posicionó a favor de un muro en la frontera con México (véase “Análisis del último debate entre Clinton y Trump”, minuto 3,01).

Ciertamente la cuestión migratoria no es el único punto en que se puede estar en desacuerdo con el nuevo presidente electo. En caso de verdaderamente aplicar su política económica, de cariz proteccionista, podemos estar ante un escenario de desestabilizaciones económicas, especialmente en los países que tienen el mayor volumen de intercambio comercial con Estados Unidos, como México. Esto se traduce en desempleo y consecuentemente en pobreza. Pero este es un punto en el que, de hecho, coincidía con la candidata demócrata.

Y entonces, ¿hay algo rescatable del programa de gobierno de Donald Trump? El programa electoral presentado por Trump y aprobado en la Convención Nacional Republicana incluye temas de valor para un sector de no poca importancia de la población estadounidense.

Es el caso del rechazo total al aborto, la defensa de la familia natural y la libertad religiosa.

En una entrevista concedida a la cadena de televisión católica más importante del mundo (EWTN), Donald Trump se reconoció explícitamente pro-vida y relató la manera como pasó de su postura a favor del asesinato de bebés en el vientre de sus madres, a su oposición. También refirió la manera como traducirá esta postura en su gobierno.

Una de las medidas que tomará será retirar el financiamiento con dinero público a la mayor proveedora de abortos en la Unión Americana: Planned Parenthood (500 millones de dólares al año). Fue esta organización la que financió la campaña de Hillary Clinton (de hecho, su presidenta Cecile Richards acompaño a la candidata demócrata en buena parte de sus actos públicos de campaña) y sobre la que pesan acusaciones por tráfico con los restos humanos de los bebés asesinados.

Otra medida en esta línea oscila entre lo pro-life y lo económico: Trump promete echar abajo el seguro de salud que no sólo graba los bolsillos de miles de familias, sino que además impone a las instituciones religiosas financiar abortos y anticonceptivos como parte de los seguros técnicamente conocidos como Medicare y Medicaid y popularmente llamados “Obamacare”.

Por cuanto toca el tema pro-familia, Trump va en la línea de echar abajo las leyes de Obama relacionadas con ideología de género. Si bien no llega a ir en contra de lo establecido por el Tribunal Supremo en materia de uniones homosexuales equiparadas a matrimonio, sí apoya el que cada estado decida en su propio territorio lo que tiene que hacer en esta materia (en lugar de la postura de Obama que la imponía). También se decanta por que cada estado se pronuncie sobre el uso de baños para “personas transgénero”.

La mayoría que los republicanos tienen tanto en el Senado como en el Congreso les permitirá, entre otras cosas, nominar y seguramente tener aprobado a un nuevo juez para el Tribunal Supremo del país. Trump prometió ante las cámaras de EWTN que será un juez pro-vida. Esa misma mayoría en las Cámaras es en cierto modo garantía de moderación de cara a la tempestividad de Donald, pues es bien sabido que incluso dentro de su partido algunas medidas radicales en materia económica, de cuidado del ambiente e incluso migratorias no son compartidas por todos los republicanos.

Finalmente, en materia de libertad religiosa Trump reconoce que en Estados Unidos “las personas de fe no están siendo aceptadas” y comenta que Obama “ha sido un desastre en términos de libertad religiosa”. Como algo concretísimo en esta materia, promete cambiar la enmienda Johnson de 1954 que prohíbe que pastores, ministros, sacerdotes, etc., expresen su opinión en materia política, sin riesgo de perder la exención de impuestos de sus iglesias.

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Google reportó que el día de las elecciones en Estados Unidos la palabra más buscada en asociación tanto al apellido de Clinton como al de Trump fue “aborto”.

Que el factor pro-vida jugó un papel determinante para indecisos no es, sin embargo, un hecho, si bien tampoco hay que restarle importancia. Que el breve clip transmitido en la víspera de las elecciones por EWTN con un mensaje de Trump a los católicos pudo jugar un papel decisivo, tampoco parece tan convincente. Se menciona esto en virtud de que no pocos achacan al voto católico la victoria del candidato republicano.

La realidad es que, según los reportes del Pew Research Center, quienes votaron más a Trump fueron los protestantes: 58% a favor de él contra el 39% que votó por Clinton. La diferencia entre los católicos fue menor: un 52% votó por Trump mientras que un 45% votó por Hillary Clinton. Si se distingue entre católicos blancos y católicos hispanos hay una diferencia notable: los católicos blancos votaron en un 60% por Trump y 37% por Clinton mientras que los católicos hispanos votaron en un 26% por Trump y 67% por Clinton. Incluso así, el voto del católico hispano hacia Hillary disminuyó, pues en las elecciones de 2012 votaron en un 75% por Obama.

Los que se decantaron mayoritariamente por los demócratas fueron los judíos, que eligieron a Clinton en un 71%. Apenas un 24% votó por Trump. También hubo quien hizo lo mismo pero con los republicanos: un 61% de los mormones votó por Trump mientras que apenas un 25% lo hizo por Clinton.

Asra Q. Nomani es una mujer musulmana, periodista e inmigrante, y votó por Trump. En un artículo publicado en The Washington Post explicó por qué lo hizo (cf. “I’m a Muslim, a woman and an immigrant. I voted for Trump”, 10.11.2016):

“Yo no soy racista, ni chauvinista, ni intolerante, como se describe generalmente a los votantes de Trump. Yo era demócrata y ahora voté por Trump”.

“Apoyo las posiciones del Partido Demócrata en torno al aborto y al matrimonio igualitario, pero soy una madre soltera que, con el sistema Obamacare, no puede pagar un seguro de salud”.

“Vivía en West Virginia cuando era demócrata. Ahora vivo en el estado rural de Virginia, y todos los días puedo ver gente común, parte de la América rural, que la está pasando mal. Luchan para poder llegar a fin de mes. Y esto es después de ocho años de gobierno de Obama”.

“Además, como musulmana, conozco y sufrí las consecuencias del extremismo islámico en carne propia. Y no me gustó para nada cómo Obama esquivó el tema del Estado Islámico. Creo que la retórica de Trump es exagerada, y en muchos aspectos no coincido con él, pero pienso que sus opiniones fueron tergiversadas y demonizadas por los gobierno de Qatar y Arabia Saudita, sus conglomerados mediáticos, el canal Al Jazeera, y todas sus ramificaciones mediáticas en Occidente. Así, se desvía el tema importante: combatir el tipo de islamismo que realiza baños de sangre, desde los pisos del hotel Taj Mahal en Bombay, hasta la pista de baile del boliche Pulse en Florida”.

“Por último, me gustaría decir que no tengo absolutamente ningún miedo de vivir, siendo musulmana, en el Estados Unidos de Trump. El sistema institucional americano hará que su retórica exagerada no se pueda imponer fácilmente. Por otro lado, sí me daría más miedo vivir en el Estados Unidos de Clinton, con la influencia que las teocracias musulmanas de Qatar y Arabia Saudita tienen en ella. Estas dictaduras no son ningún ejemplo de progresismo”.

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Tras los resultados de las elecciones presidenciales ha quedado claro que el mundo quería a Clinton, pero los estadounidenses eligieron a Trump. Eso se llama soberanía nacional.

¿Cómo entender entonces la discrepancia entre opinión pública y opinión publicada? Elisabeth Noelle-Neumann denominó “espiral del silencio” al fenómeno social masivo que consiste en optar por callar cuando una idea, causa o persona obtiene un respaldo mayoritario por parte de líderes de opinión y medios de comunicación, por temor a ser percibido como defensor de una opinión en apariencia minoritaria o no popular. La realidad ha sido que una mayoría silenciosa apoyó a Trump y el modo como se hicieron oír fueron las urnas.

En el discurso con que Clinton aceptó los resultados (un discurso, por cierto, digno de una dama), la candidata demócrata dijo:

“Hemos visto que el país está más dividido de lo que pensábamos, pero siempre creeré en este país. Donald Trump será nuestro presidente y tenemos que darle la oportunidad de que lidere”.

Obviamente a los que les corresponde otorgar esa oportunidad es a los estadounidenses. Después de todo, la gran perdedora de estas elecciones ha sido Planned Parenthood, si bien es cierto que lo triste de esta contienda es que una nación como Estados Unidos sólo tuviera la posibilidad de elegir entre Clinton o Trump. Como se dijo más arriba, ganara quien ganara iba a vencer el peor.

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