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Amor en un velorio

Difícilmente alguien creerá que se puede descubrir el significado del amor auténtico, del verdadero amor, en un velorio. No pienso ahora en el hecho real que afecta a dos amigos míos, quienes conocieron a su segunda esposa en el velorio de la primera. La Providencia de Dios en ocasiones parece bromear con nosotros, pero no me refiero a un hecho curioso en particular, sino a una idea, mejor aún, a una realidad de fondo.

En efecto, esta semana falleció un buen amigo mío –cuyo nombre omito por razones de privacidad– al que solía llevar la comunión cada semana. Era una persona anciana, de 87 años, con varios hijos y muchos nietos, esparcidos además por la geografía del planeta, que felizmente llegaron a tiempo para despedirse de su papá/abuelo antes del desenlace final, al que lo condujo un doloroso cáncer llevado con mucha fe y paciencia. Durante el velorio, conversando con una hija suya, me hizo notar que su padre, más bien parco afectivamente a lo largo de su vida, al final había “cedido” a tener manifestaciones inusuales de ternura. En concreto, me comentaba, que la ahora viuda lo engañaba diciéndole, cuando ya estaba en cama: “fulanito me ha pedido que te de un besito de su parte”, y con pillería le propinaba un tierno beso en los labios.

Podría parecer una anécdota cursi, pero el dato es que tenían más de 65 años de casados. De hecho, el ver repetirse con regularidad la “trampa” para tener el “pretexto” de arrancarle un beso en los labios a su marido, impulsó a la hija, fotógrafa profesional, a captar ese mágico momento. Y es que en verdad es mágico ver a dos ancianitos besándose, como tortolitos enamorados, después de 65 años de estar juntos. Al escuchar el relato pensé, “¡éste es el verdadero amor!”, y creo no equivocarme en esta ocasión. No dejaba de ser curioso realizar este “descubrimiento” durante un velorio. No cabe duda, cada día puede aprenderse algo, hasta en las circunstancias más inverosímiles, como puede ser velar un difunto.

Tenía vivo el tema del “verdadero amor”, del “auténtico amor”, porque estos días estoy releyendo la última joya que nos ha dado Francisco, la Exhortación Apostólica postsinodal Amoris Laetitia, texto que recomiendo ampliamente, por su profundo sentido práctico y pastoral. De alguna forma me pareció ver encarnado el ideal que propugna el Papa en ese ícono inmortalizado por la cámara: la anciana besando en los labios al esposo que ama, como a hurtadillas, cuando se encuentra postrado, preparándose para dar el gran salto a la otra vida. Me parecía una imagen acabada de un amor que no fracasó, y que dejó no sólo una generosa descendencia, sino algo quizá más importante, un hermoso ejemplo para esa prole, y para los que fuimos testigos de la grandiosa sencillez que supone la fidelidad al amor a lo largo de toda una extensa vida.

Era la imagen lograda, auténtica y sencilla a la vez, de que vale la pena el esfuerzo, de que todavía es posible el amor real, el amor auténtico, de que no se trata de una declaración recogida en ampulosos textos, sino de una fresca y encantadora realidad vital. Me traía a la memoria otra valiosa idea de Francisco, ¡cuánto podemos aprender de los ancianos!, y ¡cómo desperdiciamos con frecuencia los tesoros de su sabiduría!, dejándonos obnubilar por la caretas falsas del amor que nos ofrece la sociedad de consumo; engañándonos a la postre, y llevándonos con frecuencia a convertir en objeto a la mujer o a instrumentalizar el sexo para la propia satisfacción, en una especie de alarde de egoísmo. 

Al vacío y desprestigiado amor, reducido a una de sus dimensiones, la erótica, como si fuera la única; a los banales amoríos, a la par falsos y exhibicionistas de las redes sociales –de los cuales soy testigo privilegiado, pues tengo bastantes amigos adolescentes que dejan testimonio de ello en su “muro” –, se opone esta sencilla y fuerte imagen del amor real. Ciertamente uno adivina que no es fácil y que no cualquiera lo conquista, pero se comprende también que vale la pena el esfuerzo, aspirar a esa consumación merece el sacrificio necesario. La serenidad, la paz en medio del dolor de aquel velorio me confirmaron en ello: había sido una vida lograda porque había conseguido alcanzar el amor maduro.

 

 

@voxfides

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