“Lleven mi saludo al pueblo mexicano; pidan a sus fieles que recen por mí, pues lo necesito”, pidió el Papa Francisco a los cerca de ochenta Obispos de México, reunidos en la Sala Clementina del Vaticano, este lunes al mediodía, ante quienes enfatizó que la historia de México no puede entenderse sin los valores cristianos que sustentan el espíritu de su pueblo.
Expone Cardenal Robles Ortega problemática de México
El encuentro, que se desarrolló en un ambiente de alegría y fraternidad, comenzó con las palabras que dirigió a nombre de los Obispos mexicanos el Cardenal José Francisco Robles Ortega, Arzobispo de Guadalajara y presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), quien reconoció ante el Papa la "extendida y endémica pobreza en un gran sector de la población, con todo lo que esto conlleva: ignorancia, enfermedades, abandono del campo y emigración a la ciudad y al vecino país del norte".
El Cardenal Robles Ortega describió la problemática mexicana, comenzando por el sufrimiento de muchos migrantes, que frecuentemente son víctimas de atracos, extorsión, violaciones y muerte; mencionó también la presencia y actividad del narcotráfico, "que ha causado profunda división, muchas muertes, daños a la salud física de la juventud y a la salud moral de las familias; y que ha sido causa, además, de la ruptura del tejido social".
Lamentó, asimismo, cómo se ha ido enseñoreando la “cultura de la muerte” en el país, no sólo por “las muertes violentas y crueles del crimen organizado, sino también (por) la mentalidad abortista de algunos sectores, muchas veces impulsada por políticas de agenda que atentan contra nuestra conciencia, la soberanía de nuestra nación y directamente contra el santuario de la vida, la familia".
En la base de estas obscuras realidades, agregó el Cardenal Robles Ortega, está la arraigada cultura de la corrupción, la impunidad y la ambición desmedida; la ausencia de la cultura de la legalidad, del compromiso social, de la corresponsabilidad ciudadana, la pérdida de la conciencia de la moralidad de los actos y las omisiones; "en fin, la realidad del pecado".
Acto seguido, el Cardenal Robles Ortega hizo un señalamiento directo a los fieles mexicanos, al mencionar el estado de abandono e indiferencia de numerosos bautizados católicos, la acentuada ignorancia religiosa, la ausencia de compromiso de muchos laicos en las realidades temporales, y el desconocimiento y falta de aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia.
Sobre el trabajo que la Iglesia realiza en México, el Cardenal Robles Ortega citó la carta Pastoral “Del encuentro con Cristo a la solidaridad con todos” del año 2000; el documento “Conmemorar nuestra Historia desde la Fe”, publicado en ocasión de la celebración del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución mexicana; y el documento “Educar para una nueva sociedad”. El Presidente de la CEM destacó que, además de estas líneas pastorales, los Obispos han asumido con determinación la Misión Continental, propuesta en Aparecida y en la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”.
Reconoció, por último, que en ocasiones ha hecho falta que estas orientaciones de la Conferencia Episcopal sean asumidas con mayor compromiso en las diócesis y provincias.
Y concluyó encomendando al Papa a la Virgen de Guadalupe, pidiendo, a la vez, la bendición papal para los Obispos y el pueblo mexicano.
Orientaciones del Papa Francisco
Tras agradecer las palabras del presidente de la CEM, el Papa Francisco destacó que la historia de México no puede entenderse sin los valores cristianos que sustentan el espíritu de su pueblo, y recordó cómo Santa María de Guadalupe ha contribuido a la reconciliación y a la liberación integral del pueblo mexicano, "con el amor y la fe".
"En la actualidad, señaló, las múltiples violencias que afligen a la sociedad mexicana, particularmente a los jóvenes, constituyen un renovado llamamiento a promover este espíritu de concordia a través de la cultura del encuentro, del diálogo y de la paz".
En este sentido, afirmó que a los pastores "no les compete aportar soluciones técnicas o adoptar medidas políticas", sino anunciar a todos la Buena Noticia de que "Dios, en su misericordia, se ha hecho hombre para salvarnos". Y, por otra parte, la tarea de los fieles laicos es insustituible, por lo que pidió promover su responsabilidad y su adecuada capacitación para que vivan la fe en la familia, la escuela, la empresa, el movimiento popular, el sindicato, el partido y aun en el gobierno. "De esta forma, los jóvenes verán con sus propios ojos testigos vivos de la fe".
Para esto, el Papa recomendó aprovechar el potencial de la piedad popular, "imprescindible punto de partida", así como intensificar la pastoral de la familia, de modo que, "frente a la cultura deshumanizadora de la muerte, se convierta en promotora de la cultura del respeto a la vida en todas sus fases, desde su concepción hasta su ocaso natural".
Destacó la importancia de la parroquia y pidió a los Obispos promover la formación y capacitación permanente de los sacerdotes, así como el encuentro personal con ellos, "sus primeros y más preciosos colaboradores, para llevar a Dios a los hombres y los hombres a Dios".
Asimismo, exhortó a sostener y acompañar a los consagrados y consagradas, y a cuidar la promoción, selección y formación de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Finalmente, manifestó su alegría por ver que los Obispos han asumido en sus planes pastorales las indicaciones de Aparecida, que destaca la Misión continental permanente.
Y se despidió con un: "les ruego que lleven mi saludo al pueblo mexicano. Pidan a sus fieles que recen por mí, pues lo necesito. Y también les pido que le lleven un saludo mío, saludo de hijo, a la madre de Guadalupe".
Discurso del Papa Francisco a los obispos de México, en Visita ad Limina, lunes 19 de mayo de 2014:
Queridos hermanos en el episcopado:
Reciban mi más cordial bienvenida con motivo de la visita ad limina Apostolorum. Agradezco las amables palabras que el Cardenal José Francisco Robles, Arzobispo de Guadalajara y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, me ha dirigido en nombre de todos, como testimonio de la comunión que nos une en el auténtico anuncio del Evangelio.
En estos últimos años, la celebración del Bicentenario de la Independencia de México y del Centenario de la Revolución Mexicana ha constituido una ocasión propicia para unir esfuerzos en favor de la paz social y de una convivencia justa, libre y democrática. A esto mismo los animó mi predecesor Benedicto XVI invitándolos a “no dejarse amedrentar por las fuerzas del mal, a ser valientes y trabajar para que la savia de sus propias raíces cristianas haga florecer su presente y su futuro” (Despedida en el Aeropuerto de Guanajuato, 26 marzo 2012).
Como en muchos otros países latinoamericanos, la historia de México no puede entenderse sin los valores cristianos que sustentan el espíritu de su pueblo. No es ajena a esto Santa María de Guadalupe, Patrona de toda América, que en más de una oportunidad, con ternura de Madre, ha contribuido a la reconciliación y a la liberación integral del pueblo mexicano, no con la espada y a la fuerza, sino con el amor y la fe. Ya desde el principio, la “Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive” pidió a San Juan Diego que le construyera “una Casita” en la que pudiera acoger maternalmente tanto a los que “están cerca” como a los que “están lejos” (Nican Mopohua, n. 26).
En la actualidad, las múltiples violencias que afligen a la sociedad mexicana, particularmente a los jóvenes, constituyen un renovado llamamiento a promover este espíritu de concordia a través de la cultura del encuentro, del diálogo y de la paz. A los Pastores no compete, ciertamente, aportar soluciones técnicas o adoptar medidas políticas, que sobrepasan el ámbito pastoral; sin embargo, no pueden dejar de anunciar a todos la Buena Noticia: que Dios, en su misericordia, se ha hecho hombre y se ha hecho pobre (cf. 2 Co 8, 9), y ha querido sufrir con quienes sufren, para salvarnos. La fidelidad a Jesucristo no puede vivirse sino como solidaridad comprometida y cercana con el pueblo en sus necesidades, ofreciendo desde dentro los valores del Evangelio.
Conozco vuestros desvelos por los más necesitados, por quienes carecen de recursos, los desempleados, los que trabajan en condiciones infrahumanas, los que no tienen acceso a los servicios sociales, los migrantes en busca de mejores condiciones de vida, los campesinos… Sé de vuestra preocupación por las víctimas del narcotráfico y por los grupos sociales más vulnerables, y del compromiso por la defensa de los derechos humanos y el desarrollo integral de la persona. Todo esto, que es expresión de la “íntima conexión” que existe entre el anuncio del Evangelio y la búsqueda del bien de los demás (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium,178), coopera, sin duda, a dar credibilidad a la Iglesia y relevancia a la voz de sus Pastores.
No tengan reparo en destacar el inestimable aporte de la fe a “la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común” (Carta enc. Lumen fidei, 54). En este contexto, la tarea de los fieles laicos es insustituible. Su apreciada colaboración intraeclesial no debería implicar merma alguna en el cumplimiento de su vocación específica: transformar el mundo según Cristo. La misión de la Iglesia no puede prescindir de laicos, que, sacando fuerzas de la Palabra de Dios, de los sacramentos y de la oración, vivan la fe en el corazón de la familia, de la escuela, de la empresa, del movimiento popular, del sindicato, del partido y aun del gobierno, dando testimonio de la alegría del Evangelio. Los invito a que promuevan su responsabilidad secular y les ofrezcan una adecuada capacitación para hacer visible la dimensión pública de la fe. Para eso, la Doctrina social de la Iglesia es un valioso instrumento que puede ayudar a los cristianos en su diario afán por edificar un mundo más justo y solidario.
De esta forma también se superarán las dificultades que surgen en la transmisión generacional de la fe cristiana. Los jóvenes verán con sus propios ojos testigos vivos de la fe, que encarnan realmente en su vida lo que profesan sus labios (cf. Carta enc. Lumen fidei, 38). Y, además, se irán generando espontáneamente nuevos procesos de evangelización de la cultura, que, a la vez que contribuyen a regenerar la vida social, hacen que la fe sea más resistente a los embates del secularismo (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 68, 122).
En este sentido, el potencial de la piedad popular, que es “el modo en que la fe recibida se encarnó en la cultura y se sigue transmitiendo” (íbid., 123), constituye “un imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más profunda” (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia,n. 64).
La familia, célula básica de la sociedad y “primer centro de evangelización” (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,Documento de Puebla, n. 617), es un medio privilegiado para que el tesoro de la fe pase de padres a hijos. Los momentos de diálogo frecuentes en el seno de las familias y la oración en común permiten a los niños experimentar la fe como parte integrante de la vida diaria. Los animo, pues, a intensificar la pastoral de la familia –seguramente, el valor más querido en nuestros pueblos– para que, frente a la cultura deshumanizadora de la muerte, se convierta en promotora de la cultura del respeto a la vida en todas sus fases, desde su concepción hasta su ocaso natural.
En la hora presente, en la que las mediaciones de la fe son cada vez más escasas, la pastoral de la iniciación cristiana adquiere un relieve especial para facilitar la experiencia de Dios. Para ello es necesario que cuenten con catequistas apasionados por Cristo, que, habiéndose encontrado personalmente con Él, sean capaces de cultivar una fe sincera, libre y gozosa en los niños y en los jóvenes.
No quiero dejar de destacar la importancia que tiene la parroquia para vivir la fe con coherencia y sin complejos en la sociedad actual. Ella es “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas” (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodalChristifideles laici, 438), el ámbito eclesial que asegura el anuncio del Evangelio, la caridad generosa y la celebración litúrgica. En esta tarea, los sacerdotes son sus primeros y más preciosos colaboradores para llevar a Dios a los hombres y los hombres a Dios. Además de promover espacios de formación y capacitación permanente, no olviden el encuentro personal con cada uno de ellos, para interesarse por su situación, alentar sus trabajos pastorales y proponerles una y otra vez como modelo, de palabra y con el ejemplo, a Jesucristo Sacerdote, que nos invita a despojarnos de los oropeles de la mundanidad, del dinero y del poder.
No se cansen de sostener y acompañar en su camino a los consagrados y consagradas. Ellos, con la riqueza de su espiritualidad específica y desde la común tensión a la perfecta caridad, pertenecen “indiscutiblemente a la vida y santidad” de la Iglesia (Lumen Gentium, 44). Por tanto, su integración en la pastoral diocesana es también incuestionable, como ‘centinelas’ que mantienen vivo en el mundo el deseo de Dios y lo despiertan en el corazón de tantas personas con sed de infinito.
Finalmente, pienso con esperanza en los jóvenes que sienten el llamado de Cristo. Cuiden especialmente la promoción, selección y formación de las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada. Son expresión de la fecundidad de la Iglesia y de su capacidad de generar discípulos y misioneros que siembren en el mundo entero la buena simiente del Reino de Dios.
Queridos hermanos, me alegra ver que, en sus planes pastorales, han asumido las indicaciones de Aparecida, de la que en estos días se cumple el 7º aniversario, destacando la importancia de la Misión continental permanente, que pone toda la pastoral de la Iglesia en clave misionera y nos pide a cada uno de nosotros crecer en parresía. Así podremos dar testimonio de Cristo con la vida también entre los más alejados, y salir de nosotros mismos a trabajar con entusiasmo en la labor que nos ha sido confiada, manteniendo a la vez los brazos levantados en oración, ya que la fuerza del Evangelio no es algo meramente humano, sino prolongación de la iniciativa del Padre que ha enviado a su Hijo para la salvación del mundo.
Antes de despedirme, les ruego que lleven mi saludo al pueblo mexicano. Pidan a sus fieles que recen por mí, pues lo necesito. Y también les pido que le lleven un saludo mío, saludo de hijo, a la Madre de Guadalupe. Que Ella, Estrella de la nueva evangelización, los cuide y los guíe a todos hacia su divino Hijo. Con el deseo de que la alegría de Cristo Resucitado ilumine sus corazones, les imparto la Bendición Apostólica.
@yoinfluyo