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El Papa en Estrasburgo: En el Cielo y en la Tierra

1) Para saber

Hace unos días, el 25 de noviembre, el Santo Padre Francisco viajó a Estrasburgo, realizando el viaje papal más corto de la historia, menos de cuatro horas en la ciudad francesa.

Al llegar a la sede del Parlamento Europeo, una multitud le esperaba, emocionada y con vivas al Papa. A las 11.15 horas, en la sesión solemne, el Papa pronunció su discurso, el cual fue interrumpido varias veces por los aplausos.

Como centro de su discurso, quiso subrayar el valor que tiene cada persona humana, la cual es única e irrepetible, con una dignidad trascendente. Gracias al cristianismo, se comprendió con perfección esa dignidad.

La dignidad humana es clave para defender los derechos humanos y luchar contra las violencias y discriminaciones en las que las personas son tratadas como objetos que se pueden programar desde su concepción y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven por ser débiles, enfermos o ancianos.

Porque –se preguntaba el Papa– ¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar la fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de discriminación? ¿Qué dignidad encuentra una persona que no tiene qué comer o el mínimo para vivir o, todavía peor, el trabajo que le otorga dignidad?

2) Para pensar

Para explicar la fundamentación de la dignidad humana, el Papa recordó uno de los más célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano en que representa la Escuela de Atenas. Entre muchos filósofos, en el centro están Platón y Aristóteles. El primero con el dedo apunta hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, hacia el cielo; el segundo tiende la mano hacia delante, hacia la tierra, la realidad concreta.

Es una imagen que describe bien lo que ha sido y debe ser la historia: un encuentro entre el cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, y la tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas.

3) Para vivir

Un pueblo que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente es un pueblo que estaría en manos de las modas y poderes del momento.

El Papa denunció que al olvidarse de la trascendencia, se llega al olvido de Dios, lo cual engendra violencia, como se constata en las injusticias y persecuciones que sufren las minorías religiosas, y particularmente cristianas, en diversas partes del mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas; asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y cómplice silencio de tantos.

El futuro de los pueblos depende del redescubrimiento de saber unir el cielo con la tierra. San Josemaría lo sintetizaba diciendo que “hemos de tener la cabeza en el Cielo y los pies en la tierra”, es decir, que sin olvidarnos de Dios, hemos de afrontar las diversas tareas del mundo.

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