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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

Escucha la Pasión de Jesús, narrada por el Equipo Yo Influyo

 

Lectura de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

Narrador 1: En estos días de reflexión, te invitamos a escuchar uno de los relatos que marcaron a la humanidad;  la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. La siguiente narración es tomado del Evangelio según Mateo.

Narrador 2: Después de predicar las bienaventuranzas, Jesús le dijo a sus discípulos:

Jesús: “Ya saben que dentro de dos días se celebrará la Pascua y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado”.

Narrador 3: Entonces los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con astucia y darle muerte.

Caifás: “No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo”.

Narrador 1: Mientras tanto Jesús se encontraba en Betania, en casa de Simón el leproso y se acercó una mujer con un frasco de alabastro, que contenía un perfume valioso, y lo derramó sobre su cabeza, mientras él estaba comiendo.

Narrador 2: Al ver esto, sus discípulos, indignados, dijeron: 

Pedro: “¿Para qué este derroche? 

Juan: “Se hubiera podido vender el perfume a buen precio para repartir el dinero entre los pobres”.

Narrador 3: Jesús se dio cuenta y les dijo: 

Jesús: “¿Por qué molestan a esta mujer? Ha hecho una buena obra conmigo. A los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre. Les aseguro que allí donde se proclame esta Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo”.

Narrador 1: Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: 

Judas Iscariote: “¿Cuánto me darán si entrego a Jesús?” 

Narrador 2: Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.

Narrador 3: El primer día de los Ázimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: 

Juan: “¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?”

Jesús: “Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: “El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos””. 

Narrador 1: Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.

Narrador 2: Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: 

Jesús: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará”. 

Narrador 3: Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: 

Juan: “¿Seré yo, Señor?”

Jesús: “El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!” 

Judas Iscariote: “¿Seré yo, Maestro?” 

Jesús: “Tú lo has dicho”.

Narrador 1: Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: 

Jesús: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo”. 

Narrador 2: Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo

Jesús: “Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre”.

Narrador 3: Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: 

Jesús: “Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea”.

Pedro: “Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás”. 

Jesús: Pedro: “Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces”. 

Pedro: “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”. 

Narrador 1: Y todos los discípulos dijeron lo mismo.

Narrador 2: Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: 

Jesús: “Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar”. 

Narrador 3: Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: 

Jesús: “Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo”. 

Narrador 1: Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: 

Jesús: “Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Narrador 2: Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. 

Jesús: Pedro “¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”.

Narrador 3: Se alejó por segunda vez y suplicó: 

Jesús: “Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad”.

Narrador 1: Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: 

Jesús: “Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar”.

Narrador 2: Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. Judas Iscariote el traidor les había dado esta señal: 

Judas: ” Jesús, es aquel a quien voy a besar. Deténganlo”.  (Pausa) “Salud, Maestro”, (ruido de beso).

Jesús: “Amigo, ¡cumple tu cometido!”. 

Narrador 3: Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron. Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. 

Jesús: “Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? Él pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles. Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así? ¿Soy acaso un bandido, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo y ustedes no me detuvieron”.

Narrador 1: Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Narrador 2: Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. 

Narrador 3: Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo.

Narrador 1: Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos que declararon: 

Testigo anciano: “Este hombre dijo: “Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días”.

Caifás: Jesús “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?”

Narrador 2: Pero Jesús callaba. 

Caifás: “Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”. 

Jesús: “Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo”. 

Narrador 3: Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: 

Caifás: “Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?” 

Pueblo: “Merece la muerte”. 

Narrador 1: Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. 

Otro sacerdote: “Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó”.

Narrador 2: Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: 

Sirvienta: “Tú también estabas con Jesús, el Galileo”. 

Pedro: “No sé lo que quieres decir”. 

Narrador 3: Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: 

Sirvienta 2: “Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno”. 

Pedro: “Yo no conozco a ese hombre”. 

Narrador 1: Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron:

Sirviente: “Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona”.

Pedro: Mientes, yo no conozco a ese hombre, maldita sea, juro que no lo conozco. 

Narrador 2: En seguida cantó el gallo y recordó las palabras que Jesús había dicho:

Jesús: “Antes que cante el gallo, me negarás tres veces”. 

Narrador 3: Y saliendo, lloró amargamente.

Pedro: O Señor, quejidos de que llora amargamente.

Narrador 1: Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.

Narrador 2: Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos. 

Judas Iscariote: “He pecado, entregando sangre inocente”. 

Otro sacerdote: “¿Qué nos importa? Es asunto tuyo”. 

Narrador 3: Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó. 

Narrador 1: Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron: 

Caifás: “No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre”. 

Narrador 2: Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado “del alfarero”, para sepultar a los extranjeros. Por esta razón se le llama hasta el día de hoy “Campo de sangre”. 

Narrador 3: Jesús compareció ante el gobernador Poncio Pilatos, y este le preguntó: 

Poncio Pilato: “¿Tú eres el rey de los judíos?” 

Jesús: “Tú lo dices”. 

Narrador 1: Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada.

Poncio Pilato: “¿No oyes todo lo que declaran contra ti?”

Narrador 2: Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador.

Narrador 3: En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido: 

Poncio Pilato: “¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?”

Narrador 1: Él sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: 

Esposa Pilato: “No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho”.

Narrador 2: Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó: 

Poncio Pilato: “¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?” 

Pueblo: “A Barrabás”.

Poncio Pilato: ¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías? 

Pueblo: ¡Crucifícalo!

Poncio Pilato: ¿Qué mal ha hecho?

Pueblo: ¡Que sea crucificado!

Narrador 3: Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: 

Poncio Pilato: “Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes”.

Pueblo: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. 

Narrador 1: Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

Narrador 2: Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. 

Narrador 3: Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo: 

Soldados: “Salud, rey de los judíos”. 

Narrador 1: Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.

Narrador 2: Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.

Narrador 3: Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa “lugar del Cráneo”, le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo. 

Narrador 1: Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo.

Narrador 2: Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: “Este es Jesús, el rey de los judíos”. 

Narrador 3: Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda. 

Narrador 1: Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

Mal Ladrón: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. 

Narrador 2: Pero el otro lo increpaba, diciéndole: 

Buen Ladrón: “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo”.  “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”. 

Jesús: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Narrador 3: Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza le decían: 

Persona 1: “Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!”.

Persona 2: “¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. 

Persona 3: Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: “Yo soy Hijo de Dios””. 

Narrador 1: Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: 

Jesús: “Elí, Elí, lemá sabactani”, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” 

Persona 1: “Está llamando a Elías”. 

Narrador 2: En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. 

Narrador 3: Pero los otros le decían: 

Persona 2: “Espera, veamos si Elías viene a salvarlo”. 

Narrador 1: Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

Narrador 2: Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron  y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. 

Narrador 3: El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: 

Pueblo: “¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!”

Narrador 1:  Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María —la madre de Santiago y de José— y la madre de los hijos de Zebedeo. 

Narrador 2: Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. 

Narrador 3: Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.

Narrador 1: A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole: 

Caifas: “Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: “A los tres días resucitaré”, Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: “¡Ha resucitado!” Este último engaño sería peor que el primero”. 

Poncio Pilato: “Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente”. 

Narrador 2: Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia.

Narrador 3: Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. 

Narrador 1: De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. 

Narrador 2: Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos. El Ángel dijo a las mujeres: 

Ángel: “No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba y vayan en seguida a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán”. Esto es lo que tenía que decirles”. 

Narrador 3: Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y corrieron a dar la noticia a los discípulos.

Narrador 1: De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo:

Jesús. “Alégrense”. 

Narrador 2: Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.

Jesús: “No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea y allí me verán”.

Narrador 3: De esta manera se cumplieron las escrituras, Jesús resucitó entre los muertos y posteriormente sus apóstoles predicaron en todo el mundo el evangelio del amor.

 

 

 

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