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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

Asamblea Plenaria de la CEM pondrá el acento en la “escuchoterapia”

En su mensaje de apertura de los trabajos de la CI Asamblea Plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), en cuya Presidencia fue ratificado, luego de la elección de los nuevos integrantes de su Comisión de Presidencia y Comisión Permanente, el Cardenal José Francisco Robles Ortega exhortó a los Obispos de México a pedir a Dios su asistencia en la elaboración del Objetivo General y de los planes de trabajo de cada una de las Comisiones y Dimensiones para el trienio 2015-2018.
 
El presidente de la CEM subrayó que “en este esfuerzo nos orienta el magisterio del Santo Padre, particularmente el extraordinario discurso que nos dirigió en la Catedral de México”.
 
Destacó, asimismo, que el Objetivo General y los proyectos que elaboren los Obispos habrán de favorecer el acercamiento a los fieles y practicar con ellos la “escuchoterapia”, como aconsejó el Papa a los jóvenes en Morelia.
 
Mensaje del Cardenal José Francisco Robles Ortega en la Apertura de la CI Asamblea Plenaria de la CEM
 
Señores cardenales. Sr. Nuncio Apostólico. Señores arzobispos y obispos. Señores presbíteros, consagrados, consagradas y fieles laicos:
 
En la alegría de la Pascua nos reunimos en nuestra centésima primera Asamblea Plenaria, agradecidos con Dios por las bendiciones que nos ha concedido en este Año de la Misericordia, entre las que destaca la visita del Santo Padre Francisco a México, quien con profundo realismo iluminó con la luz del Evangelio el camino para salir adelante y nos animó a recorrerlo, con su oración, sus palabras, sus gestos y su testimonio.
 
Si acaso llegamos a esta Asamblea igual que Pedro llegó al sepulcro (cf. Lc 24,12), “con pensamientos negativos”, imitemos a aquel Apóstol que, como comenta el Papa, “no se dejó atrapar por la densa atmósfera de aquellos días, ni dominar por sus dudas; no se dejó hundir por los remordimientos, el miedo y las continuas habladurías que no llevan a nada. Buscó a Jesús, no a sí mismo. Prefirió la vía del encuentro y de la confianza (…) se abrió a la voz de la esperanza”[1].
 
Les ruego que sea con esta actitud que pidamos a Dios nos ilumine a fin de reconocer a quienes ha elegido para los diferentes servicios en nuestra Conferencia y que nos asista en la elaboración del objetivo general y de los planes trabajo de cada una de las comisiones y dimensiones para el trienio 2015-2018.
 
En este esfuerzo nos orienta el magisterio del Santo Padre, particularmente el extraordinario discurso que nos dirigió en la Catedral de México, donde, invitándonos a contemplar a la “Virgen Morenita”, nos pidió tener presente “que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios”, y “partir nuevamente de esta necesidad de regazo que promana del alma de nuestro pueblo” [2]. 
 
De ahí que el objetivo general y los proyectos que elaboremos han de favorecer que nos acerquemos más a nuestra gente; que practiquemos con ella la “escuchoterapia”[3], como aconsejó el Papa a los jóvenes en Morelia, para conocer sus necesidades y brindarle una mirada en la que, como dijo en Catedral, pueda “encontrar las huellas de quienes «han visto al Señor» (cf. Jn 20,25)”; una mirada capaz de interceptar la pregunta que grita en su corazón para responderle que Dios existe y está cerca a través de Jesús. “Que sólo Dios es la realidad sobre la cual se puede construir” [4]. 
 
“Esto es lo esencial”, insistió el Santo Padre, quien al tiempo de rogarnos que no perdamos tiempo y energías en cosas secundarias, como “habladurías e intrigas, carrerismo, planes de hegemonía, clubs de intereses o de consorterías, murmuraciones y maledicencias”, destacó la necesidad de mantener la comunión y la unidad para tener una mirada que abarque la totalidad y que ofrezca un regazo materno a los jóvenes, a los pueblos indígenas, a los migrantes, y que haga frente al desafío del narcotráfico, con “coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer la delicada red humana”, que ha de comenzar por las familias y que ha de extenderse a nuestras ciudades, involucrando las parroquias, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad[5]. 
 
Para ello, como indicó el Papa, unidos a Cristo hemos de contribuir a la unidad de nuestro Pueblo; favorecer la reconciliación de sus diferencias y la integración de sus diversidades; promover la solución de sus problemas endógenos; recordar la medida alta que México puede alcanzar si aprende a pertenecerse a sí mismo; ayudar a encontrar soluciones compartidas y sostenibles para sus miserias; “motivar a la entera Nación a no contentarse con menos de cuanto se espera del modo mexicano de habitar el mundo” [6].
 
Esto exige superar la resignación, que como señaló en Morelia, “nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino” [7]. “Les ruego –dijo en la Catedral de México– no caer en la paralización de dar viejas respuestas a las nuevas demandas” [8].
 
Las nuevas demandas han de ser enfrentadas con identidad, teniendo en cuenta la herencia recibida de los grandes evangelizadores y padres de la fe en México, y superando el cansancio y el miedo, a fin de entregarnos a la “tarea de evangelizar y de profundizar la fe mediante una catequesis mistagógica que sepa atesorar la religiosidad popular” [9].
 
A este respecto, el Papa afirmó que solamente “una valerosa conversión pastoral  de nuestras comunidades puede buscar, generar y nutrir a los actuales discípulos de Jesús” (cf. Documento de Aparecida, 226, 368, 370) [10].
 
Esta conversión pastoral ha de llevarnos, como recordó, a custodiar a nuestros sacerdotes. A no dejarlos solos y abandonados a la mundanidad. A hacer que se sientan acompañados, impulsados a perfeccionar sus dones, ayudados a levantarse si han caído, animados a la comunión entre ellos e integrados “en las grandes causas”[11]. 
 
Esta conversión pastoral ha de alentarnos a promover la formación de los laicos, como pidió, “superando toda forma de clericalismo e involucrándolos activamente en la misión de la Iglesia, sobre todo en el hacer presente, con el testimonio de la propia vida, el evangelio de Cristo en el mundo” [12]. 
 
Para ello, hemos de tener presente que, como hizo notar en Palacio Nacional, un poco más de la mitad de la población de nuestro país está en edad juvenil, realidad que “nos invita a alzar con ilusión la mirada hacia el futuro y que nos desafía positivamente en el presente”, conscientes de que “un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común” [13].
 
Hombres y mujeres que, convencidos de que Dios, como dijo en Tuxtla, “le echa ganas a nuestras vidas para llevarnos adelante” [14], le echen ganas a su familia y se comprometan a afrontar “las causas estructurales y culturales de la inseguridad, que afectan a todo el entramado social”[15], como afirmó en Ciudad Juárez. Hombres y mujeres que, como pidió en San Cristóbal de Las Casas, no permitan que se pierda “la sabiduría de sus ancianos”[16], y que sueñen y trabajen por un México donde papá y mamá puedan tener tiempo para jugar con sus hijos; donde no haya personas de primera, segunda o de cuarta; donde se reconozca en el otro “la dignidad de hijo de Dios”. Hombres y mujeres conscientes de que eso se logra “dialogando, confrontando, negociando, perdiendo para que ganen todos” [17], como enseñó en Ciudad Juárez.
 
La conversión pastoral exige la promoción del celo misionero, “sobre todo hacia las partes más necesitadas del único cuerpo de la Iglesia mexicana”, teniendo en cuenta que es en la pérdida del sentido de lo sagrado donde hunde su raíz “la pérdida del sentido de la sacralidad de la vida humana, de la persona, de los valores esenciales, de la sabiduría acumulada a lo largo de los siglos, del respeto a la naturaleza”[18].
 
Por eso, sólo rescatando estas raíces profundas en la conciencia de las personas y de la sociedad es como puede nutrirse de savia vital, incluso al trabajo generoso en favor de los legítimos derechos humanos. En este esfuerzo, el Papa nos recomendó contar la Pontificia Universidad de México[19]. 
 
La conversión pastoral ha de seguirnos comprometiendo a estar con los migrantes, quienes “hoy viven en la diáspora o en tránsito y alcanzarlos más allá de las fronteras”, para lo cual debemos, como aconsejó el Santo Padre, reforzar la comunión con nuestros hermanos del episcopado estadounidense[20].
 
“Tal vez alguna piedra en el camino retrasa la marcha, y la fatiga del trayecto exigirá alguna parada –comentó–, pero no será jamás bastante para hacer perder la meta. Porque, ¿puede llegar tarde quien tiene una Madre que lo espera? ¿Quien continuamente puede sentir resonar en el propio corazón «no estoy aquí, Yo, que soy tu Madre»?[21]. 
 
“En María –dijo el Papa en la Basílica de Guadalupe–, Dios se hace hermano y compañero de camino (…) ¿Acaso no soy yo tu madre? ¿Acaso no estoy yo aquí?, nos vuelve a decir María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis hijos, que son tus hermanos” [22].
 
“Aunque la noche parezca enorme y oscura –comentó al despedirse en Ciudad Juárez–, en estos días he podido constatar que en este pueblo existen muchas luces que anuncian esperanza (…) la presencia de Dios que sigue caminando en esta tierra, guiándolos y sosteniendo la esperanza; muchos hombres y mujeres, con su esfuerzo de cada día, hacen posible que esta sociedad mexicana no se quede a oscuras”[23].
 
Nosotros, como exclamó en Ecatepec, “Hemos optado por Jesús y no por el demonio” [24]. Hemos optado por el amor misericordioso, por la “cariñoterapia” [25], como propuso en el Hospital “Federico Gómez”. Que esto sea lo que inspire nuestra oración, nuestra convivencia y nuestras decisiones. Que este sea el testimonio que ofrezcamos a nuestro México, que tanto lo necesita.
 
Muchas gracias.
 
 
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