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José Sánchez del Río es inspiración para la juventud mexicana

Amor profundo por Dios, búsqueda de justicia, don de servicio y euforia juvenil son algunos de los atributos que caracterizaban a José Sánchez del Río, quien con tan solo 14 años defendió la libertad religiosa sin importar que el costo fuera el martirio, muy por el contrario, estaba convencido de que en la persecución religiosa “nunca como ahora era tan fácil ganarse el cielo”.

En la fiesta de su canonización y de su martirio que sucedió el viernes 10 de febrero de 1928, hace exactamente 95 años, te damos a conocer una breve biografía de este santo mexicano ejemplo e inspiración para la juventud de hoy.

José Sánchez del Ríos nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán, en una familia con sólidos principios cristianos. En aquel entonces el país padecía los estragos ocasionados por la Revolución Mexicana que dejó mucha desolación, pobreza, muerte y dolor, pero que no alejó de la verdadera fe cristiana a miles de familias en todo el país, la cual fue puesta a prueba pocos años después con lo que se conoció como Guerra Cristera.

En 1926 en respuesta a la implementación de artículos secularistas y anticlericales de la Constitución de 1917, comenzó lo que se conoce como Guerra Cristera o La Cristiada, que se vivió con mayor intensidad en la zona centro y occidente del país. Sahuayo, la tierra de José Sánchez del Río fue uno de los principales epicentros de este movimiento en el que valientemente muchos católicos defendieron su fe.

La familia de José era muy fervorosa y una vez iniciada la defensa por la fe y la religión, Miguel, su hermano mayor se unió en las fuerzas del general cristero Ignacio Sánchez Ramírez.

Este hecho animó a José a pedir permiso a sus padres para hacer lo mismo y a pesar de que su madre trató de disuadirlo, el joven no dejaba de repetirle: “Mamá, nunca como ahora, es tan fácil ganar el cielo”.

Una vez que tuvo el permiso de sus padres José escribió al jefe cristero Prudencio Mendoza para suplicarle que le permitiera alistarse en la milicia de Cristo y que si no era todavía capaz de manejar un arma serviría en otros menesteres como cuidando los caballos, cocinando y ayudando a los soldados en sus quehaceres. Y agrega con ingenua sencillez: “Que sabía coser y freír frijoles”. Lo anterior le causo admiración al jefe y le respondió de la siguiente manera: “Si tu madre te da permiso, te acepto”.

Entre las labores que hacía José en el campamento cristero era la de dirigir el rosario y animar a los combatientes a defender su fe diciéndoles “Hoy es fácil alcanzar el cielo”, y entonaba el canto: “al cielo, al cielo. Al cielo quiero ir”… Como signo de confianza el general Mendoza lo nombró su clarín para que estuviera a su lado transmitiendo todas sus órdenes y por su buen comportamiento, el general lo designó para que en los combates portara la bandera.

En un enfrentamiento que tuvieron las tropas cristeras del general Luis Guízar Morfín con los federales del general Tranquilino Mendoza, en el Nopal, ubicado entre Cotija y Jiquilpan, el día 6 de febrero de 1928. Durante el combate mataron el caballo del general y al darse cuenta José, se bajó del suyo y le dijo con el garbo de un veterano: “Mi general, aquí está mi caballo, sálvese usted, aunque a mí me maten, yo no hago falta y usted sí” y le entregó el caballo.  En esta batalla hicieron prisionero a José.

Una vez cuando estuvo ante el general callista quien le reprendió por combatir contra el gobierno y, al ver su decisión y arrojo, le dijo: “Eres un valiente, muchacho. Vente con nosotros y te irá mejor que con esos cristeros”. “¡Jamás, jamás! ¡Primero muerto! ¡Yo no quiero unirme con los enemigos de Cristo Rey! ¡Yo soy su enemigo! ¡Fusíleme!”.

El viernes 10 de febrero de 1928, cerca de las 6 de la tarde, sacaron al valiente niño cristero del templo convertido en prisión y lo trasladaron al cuartel. Al acercarse la hora de su sacrificio, los soldados del gobierno comenzaron por desollarle los pies con un cuchillo, pensando que José se ablandaría con el tormento y terminaría pidiendo clemencia a gritos, pero se equivocaron. Al sentir los tremendos dolores en su propio cuerpo, José pensaba en Cristo en la cruz y se lo ofrecía todo mientras gritaba ¡Viva Cristo Rey!

Los soldados lo sacaron a golpes e insultos del cuartel y le obligaron a caminar descalzo con sus pies heridos por las calles empedradas rumbo al cementerio. Su martirio llevaba ya algunas horas, pues pasaban las 11 de la noche cuando llegaron al campo santo. Los verdugos aún querían hacerlo apostatar de su fe aplicándole esos bárbaros tormentos, pero no lo lograron.

En medio del asombro y edificación de todos los presentes. Llegados al cementerio, se paró al borde de su propia fosa mientras seguía vitoreando a Cristo Rey. Los verdugos acribillaron su cuerpo maltratado a puñaladas, hasta que el capitán de la escolta decidió acabar con todo y disparó con su fusil a la cabeza del mártir, que ya se encontraba derrumbado en la fosa. Sus últimas palabras fueron “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!”.

Hoy en México nadie está impedido de entrar y salir con libertad de las iglesias, cualquier persona puede participar en peregrinaciones como a la Basílica de Guadalupe u otros templos sin ser arrestados por ello, o bien cualquiera puede rezar por las calles sin que se le prohíba, se le arreste, se le amoneste o se le multe. Mucho del respeto de estos derechos se lo debemos a miles de católicos que defendieron la fe, incluso derramando su propia sangre, durante las persecuciones religiosas en del siglo pasado en nuestro país como lo hizo José Sánchez del Río quien hoy es ejemplo para los mexicanos, principalmente para los jóvenes.

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