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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

No se va… se queda en nuestros corazones

En las Ciudades de León, Silao y Guanajuato se ha vivido una algarabía inigualable con la visita de Benedicto XVI. Los cantos, las porras, los vivas, las banderas ondeando, los gritos, las sonrisas, el fervor, las lágrimas incontenibles ante la santa presencia fueron evidencia de la conmoción que provocó.

Ante estas manifestaciones de cariño y afecto al santo Padre era imposible no emocionarse. La serie de detalles que este personaje tuvo durante las actividades programadas ganaron el corazón de los espectadores derritiendo la imagen un tanto fría que tenía comparada con la calidez y espontaneidad que caracterizaban a su antecesor Juan Pablo II.

El Pontífice abrazó a personas con capacidades diferentes, besó y bendijo a niños y se puso un sombrero de charro.

Con sus 85 años y algunas afecciones físicas, Su Santidad ha sido un ejemplo de energía y voluntad. Se sabe que cuando él ya esperaba su jubilación le llegó el trabajo más hermoso sobre la tierra; el ser Vicario de Cristo.

Durante su trayectoria, en Guanajuato capital, el mensaje dirigido a sus “pequeños amigos” los niños y jóvenes, el Papa les dijo: “Quisiera quedarme más tiempo con ustedes”. En seguida los chicos ahí presentes gritaron a coro: ¡Qué se quede! ¡Qué se quede! A lo que el Santo Padre prosiguió: En la oración seguiremos juntos, les invito a rezar en la casa, en familia… yo rezaré por ustedes para que México sea un lugar donde todos los hijos vivan con serenidad y alegría.

Así también el Papa les confió el secreto de la felicidad que es dejar que el amor de Cristo cambie nuestro corazón, convertirnos en mensajeros de amor y así nosotros podríamos cambiar el mundo.

Más allá de la emoción y entusiasmo que la visita del Papa provocó, es importante analizar el mensaje que nos trajo y hacerlo parte de nuestras vidas para que realmente nuestros corazones puedan cambiar.

Esta experiencia vivida tiene que trascender el sentimentalismo efusivo y convertirse en una decisión de cambio, en la transformación de un corazón puro, sincero y humilde para que pueda superar los problemas de hoy, tal y como dijo Benedicto XVI.

El Papa habló de tener un corazón nuevo que se reconozca impotente en sí mismo y se ponga en manos de Dios. Un corazón que no sea insensible y engreído porque no bastarán las estrategias humanas para salvarse. Nos recuerda que cuando se trata de la vida personal y comunitaria se ha de recurrir al único que puede dar vida en plenitud; Dios.

El Papa nos habló de la energía que se requiere para seguir a Cristo sin replegarse en el propio bienestar, sin reparar en sacrificios.  Así también habló de la problemática que vive el país por tener familias divididas por la migración y del sufrimiento  por la violencia doméstica, narcotráfico, criminalidad, pobreza, crisis de valores.

Ante estas situaciones  nos invita a acudir a María, Madre de Jesús, en busca de consuelo, fortaleza y esperanza e instaurar con la caridad  una sociedad más justa y solidaria.

Nos entristece la partida de un hombre lleno de paz y amor que nos honró con su visita. Pero se queda, se queda su mensaje y su enseñanza, se queda su amor por los mexicanos por quienes prometió rezar. Ahora nos corresponde a nosotros trabajar en ese renacimiento moral para reconstruir ese México de paz que tanto anhelamos.

Twitter: @yoinfluyo

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