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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

Sobre el Padre Nuestro. Saber rezar en plural

Sin querer podemos ser egoístas al rezar por uno mismo solamente; no hay que olvidarnos de nuestros hermanos y hermanas. Pidamos por ellos.

1)  Para saber

Hace años una revista francesa publicó un diálogo que tuvo el pintor Salvador Dalí. Este gran artista solía presumir de su ingenio y sus cualidades. Cuando visitó París, le presentaron a Madeleine Renaud, famosa actriz. Ella le dijo a Salvador: “Créame que le admiro mucho señor”. A lo que el artista respondió: “Yo también, señora”. La actriz preguntó sorprendida: “Pero, ¿me ha visto trabajar?” Dalí le dijo: “No hablo de usted, señora, sino de mí. Que yo también me admiro mucho”.

Es fácil caer en el egocentrismo y pretender que todo gire alrededor de uno. Incluso hay el peligro de que nuestra oración a Dios también esté impregnada de egoísmo. Nuestro Señor Jesucristo nos previene contra la hipocresía, cuidando de no orar para que nos vean y alaben.

La verdadera oración, dice el papa Francisco, es la que se hace en el secreto del corazón, visible solo para Dios. Un diálogo íntimo con Dios, silencioso, como el cruce de miradas entre dos personas que se aman: el hombre y Dios cruzan la mirada, y esta es oración. Mirar a Dios y dejarse mirar por Dios: esto es rezar. Tal vez alguien diga: “Pero, padre, yo no digo palabras…” Mira a Dios y déjate mirar por Él: ¡es una hermosa oración!

2)  Para pensar

Siguiendo con la reflexión sobre el Padre Nuestro, el papa Francisco hace una interesante observación: en esa oración no aparece el “yo”, sino el “tú” de Dios: santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad. O aparece el “nosotros”: “Danos el pan…”, “perdona nuestras ofensas…”, “no nos dejes”, “líbranos”. Es decir, hacemos las peticiones en plural, pidiendo por todos, no nada más para uno mismo. Y aunque se rece solitariamente, el cristiano no deja el mundo fuera, sino que lleva en su corazón a personas y situaciones concretas, los problemas y dolores de las personas que están a su lado.

Porque si uno no se da cuenta de que a su alrededor hay gente que sufre, si no se compadece de las lágrimas de los pobres, significa que su corazón es de piedra. En este caso, es bueno suplicar al Señor que nos toque con su Espíritu: “Señor, ablanda mi corazón, para que entienda y se haga cargo de todos los problemas y dolores de los demás”. Es una oración hermosa: Cristo no pasó inmune al lado de las miserias del mundo, sino se compadecía cuando percibía una soledad o un dolor, como con entrañas de una madre. Este “sentir compasión” es uno de los verbos clave del Evangelio.

3)  Para vivir

Ese “nosotros” que Jesús nos enseñó a rezar en el Padre Nuestro, nos impide estar solos tranquilamente y nos hace sentir responsables de nuestros hermanos. Podemos preguntarnos: cuando rezo, ¿me abro al llanto de tantas personas cercanas y lejanas?

Hay hombres que aparentemente no buscan a Dios, pero Jesús nos hace rezar también por ellos, porque Dios busca a estas personas más que a nadie, es decir, por todos, porque el que piensa que está sano, en realidad no lo está. ¡El Padre ama a todos.

A diferencia de nosotros que a veces solo somos buenos con algunos, aprendamos de Dios, que siempre es bueno con todos. Recemos “en plural” pensando en los demás.

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