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Sobre el “Padre Nuestro” (8) ¿Me gusta rezar?

Conocer el gusto por rezar el Padre Nuestro es cuestión de analizar sus partes y conocer sus propósitos.

1)  Para saber

Si queremos conocer algo, es un buen método analizar sus partes. En la medicina, por ejemplo, se requieren análisis de sangre, para observar las distintas partes de que está compuesta y así diagnosticar mejor. Por ello es interesante el análisis del Padre Nuestro que el papa Francisco va realizando.

Podemos encontrar en el Padre Nuestro siete invocaciones, dice el papa, las cuales están divididas en dos subgrupos: Las tres primeras tienen el “Tú” de Dios Padre como centro; las otras cuatro tienen en el centro el “nosotros” y nuestras necesidades. En la primera parte, Jesús nos hace entrar en sus deseos dirigidos al Padre: “Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad”; en la segunda es Él quien entra en nosotros y se hace intérprete de nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en la tentación y la liberación del mal.

En esta ocasión el papa se refirió a la primera invocación: “¡Santificado sea tu nombre!”. En esta petición se expresa la admiración de Jesús por la belleza y la grandeza del Padre, y su deseo de que todos lo reconozcan y lo amen. Al mismo tiempo, está la súplica de que su nombre sea santificado en nosotros, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en el mundo entero. Podemos contribuir a ello si manifestamos la santidad de Dios en el mundo con el ejemplo.

2)  Para pensar

Si aconsejamos rezar el Padre Nuestro, alguien podría objetar que no siente gusto al hacerlo. Se puede responder que no se reza por placer. Pero además, resulta que rezando sin gusto, el alma se va transformando hasta que llega a disfrutar de la oración. En cambio, si nunca se reza, jamás se adquirirá el gusto por rezar.

Al respecto, hay un consejo sobre la oración que santa Catalina de Siena escribe en su libro El Diálogo. Son palabras que le dice nuestro Señor sobre la oración vocal: “El alma no debe dejarla nunca. Y así con la perseverancia logrará gustar de la oración… pues la oración perfecta no se adquiere con muchas palabras, sino con el afecto del deseo que se levanta a Mí, con conocimiento de sí mismo y de mi bondad”.

La persona que acepta su condición limitada y necesitada, sabe que necesita orar y no dejarla. Pensemos si somos humildes y constantes en nuestra oración.

3)  Para vivir

El papa Benedicto XVI decía que los santos del Paraíso nos recuerdan que el apoyo diario para no perder jamás de vista nuestro destino eterno es, ante todo, la oración.

Cuando hablamos con Dios, no lo hacemos para revelarle lo que tenemos en nuestros corazones, pues Él lo sabe mucho mejor. Se trata de ponernos en sus manos providentes. Dice el papa Francisco que es como rezar: “Señor, tú lo sabes todo, ni siquiera hace falta que te cuente mi dolor, solo te pido que te quedes aquí a mi lado: Tú eres mi esperanza”.

Así, la oración ahuyenta todo miedo. El Padre nos ama, el Hijo levanta sus brazos al lado de los nuestros, el Espíritu obra en secreto por la redención del mundo. ¿Y nosotros? Nosotros no vacilamos en la incertidumbre, sino que tenemos una certeza: Dios me ama; Jesús ha dado la vida por mí; el Espíritu está dentro de mí. Y esta es la gran cosa cierta. ¿Y el mal? Tiene miedo. Y esto es hermoso, concluye el papa Francisco.

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