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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

Para rejuvenecer en un mundo viejo

Agustín fue un niño travieso, un adolescente rebelde y un joven sensual. Pero buscaba apasionada e inteligentemente la verdad para comprender la vida, su origen y aquello que la hace plena para siempre. Y lo que encontró lo transformó de tal manera que ha dejado huella en la historia de la humanidad.

La educación humana y cristiana que recibió de su madre le permitió levantarse cuando la confusión y el ambiente lo derribaron. Como estudiante, el Hortensius de Cicerón despertó su deseo de sabiduría, que comenzó a buscar en la Biblia. Pero al no comprender su significado, se sintió insatisfecho y se alejó de la fe católica.

Entonces, fue seducido por los maniqueos, cristianos a su manera que ofrecían una religión racional basada en la idea de que el mundo se divide en dos principios: El bien y el mal, por lo que sus seguidores podían llevar una moral dualista, “relajada”. Esto le permitió conocer personas influyentes, progresar en su carrera y seguir con su amante, de la que tuvo un hijo.

Pero, poco a poco, se decepcionó de la superficialidad del maniqueísmo. Entonces, el famoso maestro de retórica se trasladó a Milán -sede de la corte imperial- donde ocupó un importante puesto. Ahí la prédica del Obispo San Ambrosio le ayudó a interpretar correctamente la Biblia, ¡y todo se aclaró!

“Tú estabas delante de mí -confesaría más tarde a Dios-, mas yo me había alejado también de mí”. Volviendo a sí mismo y dejándose encontrar por la sabiduría que tanto buscaba, recibió el bautismo y comenzó con sus amigos una vida en común al servicio de Dios.

Ordenado presbítero y luego obispo en Hipona, extendió su benéfica influencia en el cristianismo de su tiempo estudiando y predicando la palabra de Dios, celebrando los sacramentos, orando, ayudando a los pobres, escribiendo grandes obras, dialogando con los herejes, formando al clero, y organizando monasterios femeninos y masculinos.

 

Tras varios años, exclamó: “Ahora mi juventud ha pasado y ya soy viejo”. Con esta conciencia, presentó a su sucesor y se dedicó a un estudio más intenso de la Biblia, a desarrollar una extraordinaria actividad intelectual y a promover, ante la invasión de los bárbaros, la paz, dando a todos este consejo: “No rechaces rejuvenecer con Cristo, incluso en un mundo envejecido”.

Esta orientación vale para todos, especialmente para los ancianos, a los que debemos apreciar, respetar y promover, y quienes están llamados a ser, como dice el Papa Francisco, “la reserva cultural de nuestro pueblo que transmite la justicia, la historia, los valores, la memoria del pueblo”.

Para hacerlo es importante escuchar al gran buscador de sabiduría, San Agustín, quien decía: “Dirígete adonde se enciende la luz misma de la razón”. De esta manera veremos con claridad lo que él expresó así: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti ”.

 

 

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@MonsLira

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