Los cristianos perseguidos del Japón: la película y la novela

Se ha dicho que Japón es tierra imposible para el cristianismo. No estoy de acuerdo. Su historia, grande si las hay, sólo se puede entender si cambiamos nuestro eje de comprensión “éxito vs. fracaso”, tan propio de nuestra superflua cultura utilitaria, y nos ubicamos en la perspectiva trascendente de la existencia humana.

Los cristianos del Japón sobrevivieron a más de cuatrocientos años de la más radical, brutal y prolongada persecución de la cual se tenga memoria, desde finales del XVI hasta principios del siglo XX, en la cual se combinaron prácticas violentas con refinadas técnicas de humillación cultural. Al final, quedó un reducto de católicos que habían sobrevivido poniendo en marcha insólitas estrategias para transmitir la fe, entre ellas, ocultar los gestos de la liturgia de la comunión en la mismísima ceremonia del té.

Hoy, es una Iglesia que florece y ofrece al mundo su riquísimo testimonio. Charlar con un católico japonés es una experiencia fascinante. No es casualidad que el Papa Francisco haya mostrado, en diversas ocasiones, su profunda admiración por aquella martirizada Iglesia. No es cuestión de números. Eso no cabe en el cristianismo, pues nuestra historia comenzó con el Mesías crucificado y un puñado de hombres y mujeres amenazados con el exterminio por los poderes de su tiempo.

Adentrarse en la vida de esta Iglesia es incursionar en una de las páginas más conmovedoras de la historia, llenas de dolor, sufrimiento, esperanza y redención; en suma, de grandeza. Sus vicisitudes se han recordado en días recientes por dos sucesos: la beatificación del samurái Takayama Ukon, quien cambió poder y riquezas por el Evangelio, y la película “Silencio”, de Martín Scorsese, adaptación cinematográfica de la novela homónima de Shusako Endo, escritor católico y uno de los más grandes novelistas japoneses del siglo XX, reconocido así por la crítica internacional.

Como suele suceder, una película es incapaz de abarcar la profundidad de una gran novela, ni siquiera cuando estamos ante un poderoso director como Scorsese. En mi opinión, se trata de una gran película, obligatoria para cualquier amante del buen cine, sin importar su credo religioso, así como para cualquier cristiano. Sin embargo, considero importante conocer la novela para adentrarse en la fuerza narrativa de Scorsese. Para un cristiano de a pie, además de una experiencia estética conmovedora, resulta espiritualmente necesaria, más ahora que entramos a la Cuaresma.

La novela se ubica en medio de la gran persecución del siglo XVII, y en ella Endo sintetiza el drama de una larga historia. Con su poderosa narrativa, nos lleva por las múltiples dimensiones del silencio, de manera especial el generado por la sofisticada crueldad de los persecutores; un silencio que sólo Dios puede alcanzar en la profundidad de nuestra conciencia, en este caso, la de dos misioneros jesuitas compelidos a cruzar la delgada línea que separa la misericordia de la apostasía.

En un momento decisivo, Endo introduce una reflexión que será clave en la comprensión de la historia. Después de atravesar varios infiernos, el jesuita confiesa que su más profundo anhelo era compartir con sus hermanos japoneses la vida ordinaria de un cristiano del común. Queda al lector la reflexión, desde el silencio, de tan enigmática afirmación. Me parece que, si alguna debilidad tiene la versión de Scorsese es la dilución, más no ausencia, de esta clave de interpretación.

La novela pertenece a la estirpe de la gran narrativa católica del siglo XX, de manera muy especial al linaje de El Poder y la Gloria, de Graham Green, ubicada en la cruenta persecución contra los católicos mexicanos. Ambas logran asomarse a las profundidades del corazón humano en su intenso diálogo con Dios, para presentar dos grandes paradojas sin las cuales el cristianismo se torna incomprensible: el pecado que conduce a la redención y el silencio del cual brota la Palabra.

La película, a su vez, se hermana con otras no menos importantes en su género, como son La Pasión de Cristo y La Cristiada. Scorsese, cierto, no ha sufrido la persecución maliciosa de la cual fueron víctimas esas dos películas, mediante campañas de desprestigio cuya intención no era ejercer la crítica, sino destruir una obra de arte portadora de un poderoso mensaje de redención. No obstante, si ha conocido, hasta cierto punto, la conspiración del silencio decretada por la conseja mediática occidental contra los cristianos que hoy sufren violencia en diversas partes del mundo.

 

 

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