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Pureza de corazón

Las Bienaventuranzas (VII) ¿Tengo buena vista?

1) Para saber

El cardenal Wiseman fue primer arzobispo católico de Westminster al restablecerse la jerarquía católica en Inglaterra en el siglo XIX. Tenía un amigo muy apegado al dinero y alejado de Dios. Aunque el cardenal intentaba aclararle cuestiones sobre Dios y la moral, su amigo no lograba entenderlas. Entonces el sacerdote tomó un papel y escribió una palabra en él, pero no se la enseñó, sino la tapó con una moneda grande. Luego le preguntó: “¿Qué ves aquí?” Su amigo respondió: “Una moneda”. Volvió a preguntar: “¿No ves nada más?” Su amigo respondió: “No, solo el dinero”. Entonces Wiseman quitó la moneda, pudiéndose ver la palabra y preguntó: “Y ahora, ¿qué lees?”. Su amigo respondió: “Veo la palabra DIOS”. Y concluyó Wiseman: “Ahora, ¿ya sabes que te impide ver a Dios?”

Si queremos ver a Dios, se requiere tener la pureza del corazón. Esto propone la sexta bienaventuranza en la que ahora reflexionó el papa Francisco: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8).

Para ver a Dios, dice el papa, no hay que cambiar de gafas o de punto de mira, lo que hay que hacer es… ¡liberar el corazón de sus engaños!

2) Para pensar

Un alumno era desobligado, tenía arranques de ira, trataba mal a sus compañeros y no sabía controlarse en la bebida y en otras cosas. Un día su maestro lo vio disculpándose después de una explosión de ira. Lo llamó y le entregó una fina hoja limpia de papel lisa y le dijo que ahí escribiera su nombre. Luego le indicó: “Ahora, ¡estrújalo!” Asombrado el alumno obedeció e hizo con él una bolita.

Entonces volvió a decirle: “Ahora déjalo como estaba antes”. Por supuesto que no pudo dejarlo como estaba, por más que trató el papel quedó lleno de pliegues y arrugas. El profesor concluyó: “Tú eres como ese papel. Cuando haces una acción mala, aunque nadie te vea, es como si arrugaras tu alma que era bella. Y si continúas con tus acciones, más estropeada quedará y no se podrá reconocer quién eres”.

3) Para vivir

“Ver a Dios” significa ver las cosas con fe: comprender los designios de la Providencia en lo que nos sucede, reconocer su presencia en los sacramentos y en los hermanos, especialmente en los que sufren. Las cosas espirituales son invisibles, solo se pueden apreciar con el corazón. Y es que el corazón es el lugar más íntimo del ser humano Por eso, el puro de corazón vive en la presencia del Señor, conserva su corazón dirigido a Dios.

En cambio, si el corazón se ensucia con el pecado, queda imposibilitado para “ver” a Dios. El pecado tiene la grave consecuencia de estropear nuestra visión. Pero, un corazón dañado, ¿podrá volver a ver bien? El papa Francisco responde que sí: es el Espíritu Santo quien guía al corazón pecador a la plenitud de la luz y así, llegar a “ver” a Dios.

La Pascua del Señor nos recuerda que Cristo murió para devolvernos la “vista”, para recuperar la limpieza de nuestros corazones. Eso es una conversión, ponernos en el camino que nos lleva al Cielo. El papa Francisco nos invita a no tener miedo, abrir las puertas de nuestro corazón al Espíritu Santo para que nos convierta, nos purifique y nos haga avanzar por este camino hacia la paz verdadera, la alegría y la felicidad plena.

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