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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

En ocasión de la desaparición del Padre Gregorio López Gorostieta

 

Desde la noche del 21 de diciembre de 2014, desapareció el padre Gregorio López Gorostieta, formador del Seminario Mayor “La Anunciación”.

El padre Gregorio llegó al Seminario en compañía de un seminarista aproximadamente a las 11:30 de la noche, después de haber estado en la Iglesia Catedral donde celebró varias Misas durante el domingo y concluyeron su trabajo con una Pastorela y Kermés en beneficio del Seminario. Esto se realizó en el contexto de la Colecta Anual Diocesana a favor del Seminario.

Al recabar las versiones de los seminaristas y las hermanas religiosas, se llegó a la conclusión que personas ajenas al Seminario estuvieron revisando las instalaciones por la tarde noche del domingo. Algunos seminaristas que iban llegando de las diferentes parroquias, vieron entre la oscuridad que algunas personas extrañas merodeaban el lugar. Todo indica que al padre Gregorio lo obligaron a salir en su camioneta.

El lunes por la noche, nuevamente gente ajena al Seminario intentó entrar a la casa de las Hermanas Religiosas, logrando escapar al verse descubiertos.

Ante estos hechos se presenta el siguiente comunicado:

COMUNICADO DE LA DIÓCESIS DE CIUDAD ALTAMIRANO

23 de diciembre de 2014

“¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!” Lc 2, 14

A todo el pueblo de Dios que peregrina en la Diócesis de Ciudad Altamirano los exhorto a intensificar su oración para que el anuncio del Ángel a los pastores se haga una realidad:

La Diócesis de Ciudad Altamirano ha sufrido mucho a consecuencia de la situación que en todo el país se vive; nos duelen nuestros hermanos de Tlatlaya, de cada uno de los que han perdido la vida a consecuencia de esta crisis, hombres y mujeres. Nos duele la muerte de nuestros hermanos los presbíteros Habacuc y Ascensión, que lo que buscaban, cumpliendo con su misión, era la santidad de vida del pueblo.

Obispo, presbíteros y Pueblo de Dios, nos manifestamos para demandar JUSTICIA y PAZ, así como el regreso con vida de nuestro hermano el presbítero Gregorio López Gorostieta.

¡¡Basta ya!! Es el grito de todos los obispos de México y de esta Diócesis:

¡¡Basta ya!! de los que provocan iniquidad, injusticia, corrupción, impunidad, de complicidad y de indiferencia, que lo único que han hecho es generar violencia, temor y desesperación.

A todos aquellos que engendren violencia, los exhorto a dejarse tocar por nuestro Salvador.

Que el Príncipe de la Paz en esta Navidad convierta el corazón de los violentos allá donde se encuentran, para que depongan las armas, para que emprendan el camino del diálogo.

Tú, Señor de la vida, protege a quienes sufren persecución a causa de tu Nombre; Niño de Belén, toca el corazón de cuantos están involucrados en la delincuencia para que se conviertan y se unan a nuestro Jubileo Diocesano.

Que la Santísima Virgen, Nuestra Señora de San Lucas, Reina de la Paz, nos ayude a ser constructores de paz, esa paz que se funda en la verdad, la justicia, el amor y la libertad; trabajemos el diálogo constructivo y un auténtico Estado de Derecho, formándonos en valores, ayudando a los más vulnerables y reconstruyamos el tejido social.

Con mi bendición:

Maximino Martínez Miranda

Obispo de Ciudad Altamirano

MENSAJE DE NAVIDAD Y AÑO NUEVO

Hago mías las palabras del cántico de los ángeles que se aparecieron a los pastores de Belén la noche de la Navidad. Un cántico que une cielo y tierra, elevando al cielo la alabanza y la gloria, y saludando a la tierra de las personas con el deseo de la paz.

Les invito a todos a hacer suyo este cántico, que es el de cada hombre y mujer que vigila en la noche, que espera un mundo mejor, que se preocupa de los otros, intentando hacer humildemente su propio deber.

Gloria a Dios. A esto nos invita la Navidad en primer lugar: a dar gloria a Dios, porque es bueno, fiel y misericordioso. En este tiempo, mi deseo es que todos puedan conocer el verdadero rostro de Dios, el Padre que nos ha dado a Jesús. Me gustaría que todos pudieran sentir a Dios cerca, sentirse en su presencia, que lo amen y que lo adoren.

Paz a los hombres. La paz verdadera es un compromiso cotidiano, y la paz es también un arte, que se logra contando con el don de Dios, con la gracia que nos ha dado en Jesucristo.

Me alegra que hoy se unan a nuestra oración por la paz, ese deseo que ensancha el corazón: todos unidos, con la oración o con el deseo. Pero todos, por la paz.

Tú, Príncipe de la paz, convierte el corazón de los violentos, allá donde se encuentren, para que depongan las armas y emprendan el camino del diálogo.

Tú, Señor de la vida, protege a cuantos sufren persecución a causa de tu nombre. Niño de Belén, toca el corazón de cuantos están involucrados en la delincuencia para que se conviertan y se unan a nuestro jubileo diocesano.

Queridos hermanos, en esta humanidad ha nacido el Salvador, Cristo el Señor. No pasemos de largo ante el Niño de Belén. Tenemos necesidad de que nuestro corazón se conmueva. Dejémoslo que se inflame con la ternura de Dios; necesitamos sus caricias. Las caricias de Dios nos dan paz y fuerza. El amor de Dios es grande; a Él la gloria por los siglos. Dios es nuestra paz: pidámosle que nos ayude a construirla cada día, en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestras comunidades y ciudades, en el mundo entero. Dejémonos conmover por la bondad de Dios.

Una Navidad sin luz no es Navidad. Que haya luz en el alma, en el corazón. Que haya perdón, que no haya enemistades, tinieblas… Que haya la luz de Jesús.

En la Navidad, iluminada por la esperanza evangélica que proviene de la humilde gruta de Belén, pido para todos ustedes el don navideño de la alegría y de la paz: para los niños y los ancianos, para los jóvenes y las familias, para los pobres y marginados. Que Jesús, que vino a este mundo por nosotros, consuele a los que pasan por la prueba de la enfermedad y el sufrimiento y sostenga a los que se dedican al servicio de los hermanos más necesitados.

“No esclavos, sino hermanos” (Jornada Mundial por la Paz)

Al comienzo de un nuevo año, que recibimos como una gracia y un don de Dios a la humanidad, deseo dirigir a todos ustedes mis mejores deseos de paz, que acompaño con mis oraciones por el fin de la violencia y la inseguridad en nuestra tierra caliente.

Rezo de modo especial para que, podamos responder a nuestra vocación de colaborar con Dios y con todos los hombres de buena voluntad en la promoción de la concordia y la paz.

Así escribe el Apóstol de las gentes: «Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; como un hermano querido» (Flm 15-16). Onésimo se convirtió en hermano de Filemón al hacerse cristiano. Así, la conversión a Cristo es el comienzo de una vida de discipulado en Cristo, y constituye un nuevo nacimiento (cf. 2 Co 5,17; 1 P 1,3) que regenera la fraternidad.

En el libro del Génesis leemos que Dios creó al hombre, varón y hembra, y los bendijo, para que crecieran y se multiplicaran (cf. 1,27-28): Hizo que Adán y Eva fueran padres, los cuales, cumpliendo la bendición de Dios de ser fecundos y multiplicarse, concibieron la primera fraternidad, la de Caín y Abel. Caín y Abel eran hermanos, tienen el mismo origen, naturaleza y dignidad de sus padres, creados a imagen y semejanza de Dios.

Pero la fraternidad expresa también la multiplicidad y diferencia que hay entre los hermanos, si bien unidos por el nacimiento y por la misma naturaleza y dignidad. Como hermanos y hermanas, todas las personas están por naturaleza relacionadas con las demás, de las que se diferencian pero con las que comparten el mismo origen, naturaleza y dignidad.

Gracias a ello, la fraternidad crea la red de relaciones fundamentales para la construcción de la familia humana creada por Dios.

Por desgracia, entre la primera creación que narra el libro del Génesis y el nuevo nacimiento en Cristo, que hace de los creyentes hermanos y hermanas del «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29), se encuentra la realidad negativa del pecado, que muchas veces interrumpe la fraternidad y deforma continuamente la belleza y nobleza del ser hermanos y hermanas de la misma familia humana.

Caín, además de no soportar a su hermano Abel, lo mata por envidia, cometiendo el primer fratricidio. «El asesinato de Abel por parte de Caín deja constancia trágicamente del rechazo radical de la vocación a ser hermanos. Su historia (cf. Gn 4,1-16) pone en evidencia la dificultad de la tarea a la que están llamados todos los hombres, a vivir unidos, preocupándose los unos de los otros». Se llega a ser cristiano, hijo del Padre y hermano en Cristo, por la conversión: «Conviértanse y sea bautizado cada uno de ustedes en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo» (Hch 2,38). Todos los que respondieron con la fe y la vida a esta predicación de Pedro entraron en la fraternidad de la primera comunidad cristiana (cf. 1 P 2,17; Hch 1,15.16; 6,3; 15,23). Por ello, la comunidad cristiana es el lugar de la comunión vivida en el amor entre los hermanos (cf. Rm 12,10; 1 Ts 4,9; Hb 13,1; 1 P 1,22; 2 P 1,7).

Formas de esclavitud: Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. La pobreza, al subdesarrollo y la exclusión, especialmente cuando se combinan con la falta de acceso a la educación o con una realidad caracterizada por las escasas o inexistentes oportunidades de trabajo.

Compromiso común para derrotar la esclavitud

En el centro de todo sistema social o económico tiene que estar la persona, imagen de Dios, creada para que fuera el dominador del universo.

Quisiera impulsar y valorar el gran trabajo silencioso que muchas congregaciones religiosas realizan desde hace muchos años en favor de los necesitados, y en este año de la vida consagrada están llamadas a redoblar esfuerzos. Se necesitan leyes justas, centradas en la persona humana, que defiendan sus derechos fundamentales y los restablezcan cuando son pisoteados, rehabilitando a la víctima y garantizando su integridad, que no dejen espacio a la corrupción y la impunidad.

Celebramos el año de la Iglesia en torno al jubileo Diocesano. La Iglesia tiene la misión de mostrar a todos el camino de la conversión, que lleve a cambiar el modo de ver al prójimo, a reconocer en el otro a un hermano y a una hermana en la humanidad; reconocer su dignidad en la verdad y libertad.

En esta perspectiva, deseo invitar a cada uno, según su ministerio y responsabilidad, a realizar gestos de fraternidad. Tengan el valor de tocar la carne sufriente de Cristo, que se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama «mis hermanos más pequeños» (Mt 25,40.45).

A todos ustedes, queridos hermanos y hermanas, les deseo Feliz Navidad y año 2015.

Que el Señor les bendiga.

Ciudad Altamirano, Gro. Diciembre de 2014.

Año de la de la Iglesia, en el año jubilar de nuestra diócesis

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