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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

El Arzobispo, agente primario de comunión en la Iglesia

Hermanas y hermanos todos:

Al inicio de esta nuestra celebración Eucarística he tenido el gusto de imponer el Palio a S.E. Mons. José Antonio Fernández Hurtado, Arzobispo de esta amada Arquidiócesis de Durango.

Sé que en vista de este momento a lo largo de las últimas semanas han tenido la oportunidad de reflexionar sobre los diversos significados que conlleva el Palio Arzobispal: una pieza de tela tejida con lana de ovejas, que el Papa Francisco le consignó el pasado 29 de junio, fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.

Una pieza sencilla, pero de grande e importante significado. Porque lo que ella quiere es recordar al Arzobispo de la Sede Metropolitana, y también a los fieles, que la particular vocación y misión de todo Obispo no es otra que la de ser Buen Pastor: Pastor que toma sobre sus hombros a la oveja extraviada, a la enferma o débil, para guiarla, curarla y conducirla a las fuentes de agua viva. Pero, por otra parte, el Palio, que específicamente se consigna sólo a los Arzobispos, es signo de que, dimensión esencial y concreta de su ser Buen Pastor en la Iglesia Metropolitana, es la de esforzarse por favorecer, mantener y acrecentar la comunión fraterna y eficaz de los pastores de la Provincia entre sí, de éstos con sus fieles, y de todos, Obispos y fieles, con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia entera. Eso es lo que, explicado brevemente, dice el Palio al Arzobispo; y es eso lo que también dice a todo el Pueblo de Dios.

Es bello, por tanto, que en esta sugestiva celebración Eucarística, la palabra de Dios, sobre todo a través del texto del Evangelio, nos invite a redescubrir con siempre renovado asombro el significado de la tarea y misión del Arzobispo en su Iglesia particular como Buen Pastor y como agente primario de comunión en la Iglesia.

Significado que logramos comprender a partir de la definición que Jesús dio de sí mismo, releyéndola a la luz de su Pasión, muerte y resurrección: “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas”, había dicho Jesús. Afirmación que tuvo cumplimiento pleno cuando Él, obedeciendo libre y plenamente al Padre, aceptó ser inmolado sobre el patíbulo de la Cruz.

Es ahí y desde ahí que se nos devela el significado completo del ser “Buen Pastor”: dar la vida, ofrecer la vida en sacrificio por todos: por ti, por mí, ¡por todos y por todas!

Por ello Jesús es el Buen Pastor. El Pastor verdadero que piensa en las ovejas y se dona a sí mismo, que participa en la vida de su rebaño, que no tiene otra ambición ni propósito que la de guiar, alimentar y proteger a sus ovejas. Y todo esto, al precio más alto: ¡el del sacrificio de su propia vida!

Jesús es el Pastor verdadero y único, pero Él, queriendo que su servicio y donación se prolongaran hasta el final de los tiempos, por pura y libre iniciativa llamó y designó a algunos para que, estando con Él, siguiéndolo, obedeciéndolo y amándolo, fueran Pastores de su Pueblo.

Así, lo que sucedió cuando Jesús, luego de su Resurrección, se apareció a Pedro a la orilla del lago, y entablando con él un diálogo de amor, le encomendó la tarea de pastor diciéndole: “apacienta a mis ovejas” (cf. Jn 21), se hace permanente realidad en la elección de los sucesores de los Apóstoles, esto es, de los obispos, llamados por Cristo a ser, a imagen suya, pastores buenos.

Así, “por institución divina los Obispos son sucesores de los apóstoles como pastores de la Iglesia” (LG 20), dándose, de este modo, la particular correspondencia entre lo dicho por Jesús: “Yo soy el buen pastor” y su decisión de elegir a algunos hombres para que, identificados con Él, fueran efectiva y eficazmente Pastores en su Iglesia.

Más aún –como afirma el Concilio Ecuménico Vaticano II–, “en la persona (…) de los Obispos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor Jesucristo, Pontífice supremo, está presente en medio de los fieles. (… Es Él quien), principalmente a través de su servicio eximio, predica la palabra de Dios a todas las gentes y administra continuamente los sacramentos de la fe a los creyentes (…), va congregando nuevos miembros a su Cuerpo con regeneración sobrenatural; (y) por medio de su sabiduría y prudencia dirige y ordena al Pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la eterna felicidad. Estos pastores, elegidos para apacentar la grey del Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios” (LG 21).

Pastor de la grey, ministro de Cristo, dispensador de los misterios de Dios. Es esto el Obispo, pero –con expresiones del Concilio–, es también siervo, maestro, sacerdote, cabeza, amigo y hermano, o, como algunos lo han también definido, “ángel de su iglesia”. Imagen que podría sorprendernos y hasta resultarnos extraña, pero que ciertamente ayuda a comprender la vocación y la misión del Obispo en su diócesis o arquidiócesis.

Porque, ¿quién es y qué hace un ángel? El ángel es aquel que “protege”, que “visita”, que “aconseja”, que “señala hacia lo alto”; su función –como recita una antigua oración al ángel custodio– es aquella de iluminar, custodiar, regir y gobernar a los hijos de Dios. Cuatro verbos que ilustran bien la tarea, responsabilidad y misión del Obispo, y que sin duda se vinculan con las virtudes cardinales de la fortaleza, justicia, prudencia y templanza.

El Obispo, en efecto, ilumina, y lo hace poniendo en acto la virtud de la fortaleza. Misión suya es guiar a la comunidad como siervo, con el corazón del Buen Pastor, pero también como maestro que busca siempre la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Pero el Obispo también custodia, y lo hace en y desde la justicia; custodia a “la Santa Iglesia, esposa de Cristo”, y Cuerpo de Cristo, del que todos y cada uno de los bautizados es miembro; custodia y procura su bien integral, poniendo particular atención y cuidado en los miembros más débiles en su fe o en su realidad existencial, sin olvidarse de las ovejas que aún se encuentran fuera del redil.

El Obispo rige a la Iglesia con la virtud de la prudencia que hace vida estando siempre con las ovejas, delante, en medio y detrás, para que su ejemplo sea visto, su voz escuchada y su mirada atenta y prudente percibida, favoreciendo la comunión, confrontando los desafíos, y contribuyendo a la búsqueda de soluciones sin menoscabo de la verdad, pero sí favoreciendo el encuentro y diálogo leal y honesto, también con la sociedad civil.

El Obispo, en fin, gobierna, y lo hace practicando la virtud de la templanza, dirigiendo y acompañando la vida eclesial con espíritu de humildad, paciencia y amor, promoviendo las iniciativas que contribuyan a la maduración y vivencia de la fe y a la formación integral de todos, y vigilando las formas pastorales y la utilización y destinación de los bienes.Así miramos al Obispo en relación a su Iglesia particular. Sin embargo –como hace el Concilio–, al Obispo también hay que mirarlo en relación a los demás Obispos, como miembro de un “Colegio episcopal”. El Concilio, de suyo, generalmente considera al Obispo no sólo, sino dentro del grupo de los demás Obispos, vinculados, todos, por la común llamada y misión recibidas de Jesús, que comparten su existencia y su preocupación por todas las iglesias.

De aquí que, configurada la Iglesia no sólo en Diócesis, con a la cabeza su propio Obispo, sino también en Provincias Eclesiásticas o Arquidiócesis, con al frente un Arzobispo, el Palio esté para significar, recordar y llamar a la comunión a todos los Pastores que conforman esa determinada Arquidiócesis. Recordar, por tanto, que dimensión del Pastor de la Iglesia Metropolitana, es también –como ya dicho–, el esfuerzo constante a favor de la comunión efectiva, eficaz y fraterna en todos los niveles de la Iglesia.

Una dimensión –ésta de la comunión eclesial– de fundamental importancia para todos los fieles, porque viviendo la unión y la comunión con el propio Obispo diocesano es que se logra tener la real oportunidad de vivir la comunión también con todos los demás Obispos, con a la cabeza el Papa y, en consecuencia, de vivir y reforzar el vínculo espiritual, en el amor, con toda la Iglesia de Cristo presente en el mundo, haciendo vivencialmente concreto, también de este modo, el deseo del Señor: ¡que todos sean uno!

Vocación y misión del Pastor sin duda retadora, pero también fascinante. Porque a la base, de lo que se trata es de ayudar a los hombres a darse cuenta que en las manos de Dios todo es diferente; que todo, vivido en comunión con Jesucristo, es más humano; que la Iglesia es la familia de Dios que vive la misericordia, la magnanimidad, el amor y la comunión; familia permanentemente enviada, llamada a salir y a llevar a todos la alegría del Evangelio, a donar la ternura de un Dios que es amigo del hombre, que quiere al hombre, que se da por entero a todos los hombres sin excepción, para que el hombre, todo hombre y todo el hombre, tenga vida, y vida eterna.

¡Ánimo, pues, hermano José Antonio! “En el nombre del Señor”, muy conscientemente y con firme y creciente fe, confianza, amor y parresía, sostenido por el Espíritu Santo, uniendo tus manos, voluntad y corazón a los de tus hermanos Obispos de las Diócesis sufragáneas, ve adelante, ofreciendo a las ovejas de Cristo –tú y también cada uno de nosotros, pastores– el “testimonio más eficaz y más auténtico (que) consiste en no contradecir con el comportamiento y con la vida lo que se predica con la palabra y lo que se enseña a los otros” (Papa Francisco, Homilía 29.06.2015).

A la Madre de Jesús y madre de los Apóstoles, que acompañó y acompaña con su maternal amor y con su oración los pasos de la Iglesia, le pedimos que sostenga tu servicio y entrega pastoral, y que obtenga a nuestros hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, consagrados y laicos de esta Provincia Eclesiástica de Durango, la renovada gracia y fuerza del Espíritu que les ayude a vivir con valentía, en fidelidad y en alegría, su vocación de discípulos-misioneros-apóstoles, en camino a la casa eterna del Padre.

¡Que el Señor Jesús, Buen Pastor de nuestras vidas, les bendiga siempre y abundantemente a todos!

Así sea.

Nuncio Apostólico en México

Homilía durante la imposición del Palio a Mons. José Antonio Fernández Hurtado

IX Arzobispo de Durango

21 de octubre de 2015

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