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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

¿Dónde compraremos panes, para que coma toda esta gente?

El drama del hambre es terrible. Según la FAO, más de 790 millones de personas en el mundo la padecen[1], a pesar de que existe alimento suficiente para todos y de que, como afirmaba el ahora ex-Director General de la FAO, Jaques Diouff, “se sabe de sobra lo que hay que hacer para luchar contra el hambre; sólo falta aplicarlo”[2].

¿Por qué no lo hacemos? Porque muchos de los que sí tenemos qué comer y que pudiéramos hacer algo, hemos quitado a Dios de nuestra “dieta”, lo que nos ha debilitado a tal extremo que ya no valoramos lo realmente importante, padeciendo así un vacío crónico que pretendemos llenar con placeres, dinero, poder y cosas, usando, explotando, descartando e ignorando a los demás, y exprimiendo y contaminando nuestra casa común, la tierra.

Jesús, que siente compasión por la muchedumbre hambrienta, nos invita a involucrarnos, a sentir pasión por su situación y hacer algo concreto, participando en la construcción de estructuras sociales justas, “condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad”[3], como señala Benedicto XVI. Esto requiere de personas realistas que asuman valores universales y los vivan.

Sólo quien se deja encontrar e iluminar por Dios, creador inteligente y amoroso de todas las cosas, puede ver la realidad; la verdad, grandeza, dignidad, derechos y deberes de toda persona; el sentido y la meta de la vida; la forma de relacionarnos con los demás; el camino de un progreso auténtico que no excluya a nadie; y la manera correcta de custodiar y cultivar la tierra.

Él, que en Cristo encarnado, muerto y resucitado se nos ha acercado[4], se ha comprometido y ha actuado para ofrecernos una vida plena y eterna, nos comunica su Espíritu de amor para que también nos acerquemos al que sufre hambre material o espiritual; nos comprometamos y actuemos, como en su tiempo hizo el profeta Elías, consciente de la necesidad de la gente[5].

¡Por favor!, no vayamos a justificarnos diciendo que eso era posible antes, pero que ahora todo es más complejo porque la población mundial ha crecido, los sistemas políticos y económicos dificultan las cosas, etcétera, etcétera. Ya lo decía san Agustín: “Los mismos sufrimientos que soportamos nosotros tuvieron que soportarlos también nuestros padres… El tiempo pasado lo juzgamos mejor, sencillamente porque no es el nuestro”[6]. 

En la Eucaristía, Jesús nos ofrece el alimento “multivitamínico” del amor, que es el único y verdadero poder capaz de vencer al pecado y al mal, y de hacer triunfar la verdad, la justicia, la libertad, el progreso y la vida. Ese amor que nos capacita para ser amables, comprensivos y solidarios con todos[7].

Alimentados por Cristo y guiados por su amor, tendamos una mano a quien padece hambre material o espiritual. Si cada uno ponemos algo, ¡unidos haremos la diferencia!

 

Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

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[1] Cfr. El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2015, www.fao.org.

[2] Presentación de un nuevo Programa contra el hambre”, Roma, 4 de Junio de 2002. www.fao.org.

[3] Discurso inaugural a los trabajos de la V CELAM, 13 de mayo 2007, 4.

[4] Cfr. Sal 144.

[5] Cfr. 1ª Lectura: 2 Re 4, 42-44.

[6] Sermón Caillau –Saint-Yves 2, 92.

[7] Cfr. 2ª Lectura: Ef 4,1-6.

 

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