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¿Cuál feminismo?

Hay un hecho evidente y lamentable, bastante generalizado en Latinoamérica: el machismo, una de cuyas manifestaciones, tristemente frecuente, es la violencia en contra de la mujer. Por contraste, hay también otra realidad patente y esperanzadora, no sólo en Latinoamérica, sino en el mundo entero: el despertar de la mujer.

Baste pensar en Ángela Merkel, Canciller federal de Alemania; Theresa May, primera ministra de Gran Bretaña; Michelle Bachelet, presidenta de Chile; Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal de Estados Unidos; hasta hace poco Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, y probablemente, en un futuro próximo, Hillary Clinton sea la flamante presidenta de Estados Unidos y Margarita Zavala de México. Estamos en el momento de la mujer.

La larga campaña de emancipación y equidad está dando frutos maduros de igualdad. Ahora bien, como toda realidad humana, el feminismo no es perfecto y tiene, ha tenido y seguramente tendrá adherencias extrañas que amenazan desvirtuarlo e incluso corromperlo.

Cuando se extrapola o crece desmesuradamente, se vuelve monstruoso, agresivo, destructor. Puede producir, valga la metáfora, una especie de Uróboros (bestia mítica, en forma de dragón, serpiente o gusano, que se devora a sí misma). 

Así vemos, por ejemplo, cómo el feminismo radical ha conseguido, entre otros “logros”, que los hombres puedan entrar en el baño de mujeres (y viceversa, aunque no creo que ellas tengan especial interés en hacerlo).

Estos extremos absurdos, consagrados por medio de leyes inicuas, impuestas sin ninguna especie de consenso, como manifestación de prepotencia, no son, sin embargo, extraños al feminismo.

En efecto, varias corrientes feministas se caracterizan desde sus inicios por ser muy radicales. Pensemos en algunas de ellas, cuya herencia sigue viva y pujante en la actualidad.

Margaret Sanger, fundadora del IPPF (International Planned Parenthood Federation), la multinacional que promueve el aborto y lucra con ello, afirma que la mujer debe ser libre de “la esclavitud de la reproducción”. Para ella, “una raza libre no puede nacer de madres esclavas”; la familia oprime a la mujer, no la realiza. Nótese la “positiva” visión que tiene de la maternidad.

Su pensamiento se ha prolongado a través de Shulamith Firestone que afirma taxativamente: “El objetivo final de la revolución feminista es la eliminación de la distinción de los sexos”. Por lo pronto ya eliminó la distinción de los baños en Estados Unidos.

Otra gran mujer e intelectual, Hannah Arendt, prefiere mantener sus privilegios femeninos  y ser objeto de la galante cortesía y atención masculina. Tristemente no ha prosperado su postura y ya nadie le cede el asiento a la mujer, nuevamente gracias al feminismo.

Sanger y Firestone desarrollaron su particular visión del feminismo en Estados Unidos, desde donde se ha exportado e impuesto al mundo entero.

Gran Bretaña no se queda atrás con Marie Stopes, a caballo entre los siglos XIX y XX, pero cuya presencia sigue viva y pujante a través de Marie Stopes International. En un curioso libro suyo, “Radiant Motherhood” (Radiante maternidad), defiende una forma sofisticada de darwinismo social. Promueve la esterilización de los feos, deteriorados y enfermos, para desarrollar únicamente las “formas más elevadas y más hermosas de la raza humana”. Según ella “la evolución de la humanidad dará un salto adelante cuando a nuestro alrededor sólo haya personas jóvenes bien parecidas y hermosas”.

En algunos lugares ya están sacrificando, sin preguntarles, a los ancianos (Bélgica, Holanda). Si este tipo de feminismo progresa aún más, deberán ponerse a temblar los feos.

Pero la corrupción del auténtico y necesario feminismo no queda allí. Con frecuencia es utilizado con fines políticos. Se instrumentaliza el injusto sufrimiento de la mujer para alcanzar objetivos ideológicos, cotas de poder o atacar enemigos políticos. Muchas veces el feminismo busca legalizar conductas nocivas para la mujer. Así, por ejemplo, el caso Roe vs Wade, que abrió la puerta al aborto en Estados Unidos y de allí al mundo entero, instrumentalizó a Norma L. McCorvey, quien reconoció haber mentido sobre su supuesta violación.

El que escribe ha escuchado muchas veces a mujeres que sufren traumas post-aborto, también a muchos hombres que las han inducido a realizarlo. Curiosamente éstos últimos no suelen manifestar ningún tipo de trauma. ¿A quién beneficia este feminismo?

 

@voxfides

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