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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

Carta a un joven católico

Muy querido amigo:

Hoy por la mañana, un famoso conductor de noticias invitó a su programa a un intelectual mexicano que, ante la perplejidad de muchos que lo veíamos en transmisión directa, dijo no entender a qué venía el Papa a nuestro país, puesto que México ya no es católico, y si lo fue hace tiempo, ya ha dejado de serlo.

El laconismo de tal declaración me hizo sonreír, pero sólo por un instante. ¡Sin embargo, sí! Esto es lo que muchos intelectuales –esos que los medios consideran líderes de opinión y a los que no dejan de invitar– han tratado de hacernos creer con una insistencia que a mí me ha parecido siempre sospechosa: que México, en efecto, ya ha dejado de ser católico. ¿Será que México son sólo ellos y nos han dejado fuera de los registros a ti a y mí?

Pero también puede ocurrir que hasta ahora los católicos no nos hayamos dejado ver mucho y por eso crean que no existimos. Después de todo, es posible. Lo seguro es esto: hasta ahora nos hemos refugiado en una especie de catacumba cultural y, con nuestra ausencia –culpable–, hemos dejado que la cultura nos la hagan otros, es decir, aquellos mismos que dicen cada vez que pueden –tal vez para convencerse a sí mismos– que México, definitivamente, ya no es católico.

Cuando, al inicio de su pontificado, el Papa Francisco invitó a los jóvenes a armar lío, ¿no los estaba invitando, aunque con otras palabras, a dejarse ver, a salir de esa caverna en la que quieren tenernos encerrados los intelectuales en el poder? ¡Pues bien, ya ha llegado el tiempo de hacerlo! De armar un lío, como dijo el Papa, grande y gordo.

Me decías hace poco –y por eso te escribo, aunque hoy las cartas ya no se estilen– que pensabas salirte de tu escuela y entrar en otra porque en la actual encuentras demasiada hostilidad por parte de maestros y compañeros hacia lo que tú consideras lo más valioso e importante de la vida: tu fe en Dios.

Me confesabas con dolor que tu maestro de Cálculo, en vez de ponerse a explicar, como debería hacerlo, las integrales y las derivadas, se ponía a dar agresivas lecciones de ateísmo, llamando imbéciles a los creyentes como tú.

¿Qué consejo puedo darte a este respecto? Es muy sencillo: no te muevas de ahí. Salirte de esa escuela para irte a otra, es una tentación a la cual, por supuesto, no debes ceder. ¡No lo hagas! Quiero decir, no que te contengas, sino que te prohíbas a ti mismo el recurso de la fuga. ¿Qué ganarías con ello? ¿Cambiarían por eso mucho las cosas en la escuela en la que estás? Tu misión, pues, consiste en quedarte donde estás y, a ser posible, convertirte en “la piedra en el zapato” de ese profesor canalla y sus incondicionales e interesados seguidores (interesados porque quieren estar bien con quien pone las notas).

Lo que necesitamos, hoy, no son jóvenes que huyan, sino cristianos que se enfrenten. Dadas las condiciones en las que hemos de vivir nuestra fe, esto es parte de nuestra misión.

Allá por la década de los ochenta –en 1988, para ser exacto–, don Agustín García Gascó, por entonces secretario de la Conferencia Episcopal Española, hizo esta valiente declaración que era, al mismo tiempo, una arriesgada denuncia:

“A algunos, como no sea declarándose increyentes o no practicantes, les resulta muy difícil acceder a puestos de importancia social y política. Antiguamente, aquí, en España, el que no era camisa vieja o camisa azul, no podía acceder a ciertos puestos. Ahora parece que el que no haga confesión de una ideología determinada lo pasa mal o, desde luego, no le va a resultar nada fácil acceder. A mí me recuerda muchísimo lo que hace unos años contemplaba en Cuba. El que se declaraba católico era un ciudadano de segunda o de tercera categoría, y el estudiante que se declaraba católico antes de ingresar a la Universidad solamente tenía oportunidad de estudiar ciencias, pero no letras”.

¿No sucede lo mismo en México tres decenios después? Basta con que declares lo que eres para que todos te cierren las puertas y te digan:

-¡Oh! ¿Ha dicho usted católico? ¡Es una lástima, pues preferiríamos que no perteneciese usted a ninguna religión institucional! Las religiones son una lata. Crean muchos conflictos al interior de las organizaciones…

En otras palabras, puedes ser lo que quieras, menos católico. O, si lo eres todavía por una especie de inexplicable anacronismo, ojalá que no se te note mucho. ¡No es muy bueno ser católico en el siglo XXI!

En 1985, es decir, tres años antes que don Agustín García, don Fernando Sebastián, también por entonces secretario de la Conferencia Episcopal Española, había dicho con la misma claridad y con no menos valentía: “Aquí existe un estado de sitio y casi de asalto desde el laicismo dominante contra la Iglesia, contra la cultura cristiana y contra la misma fe religiosa”.

Ante las agresiones que sufres diariamente por ser lo que eres, puedes hacer dos cosas: irte a una isla para juntarte allá con otros católicos y practicar tranquilamente tu fe, o quedarte donde estás.

Te ruego que te quedes, pero no callado; y que, cuando tengas que hablar, hables. No con acritud, ni con el ceño fruncido, ni con el puño alzado, sino únicamente con convicción y seguridad. Y, no sé, tal vez en el mismo salón haya alguien más, o tres o cuatro que, viendo tu actitud valiente, se animen también ellos a salir de la caverna y levanten un poco la cabeza con esa dignidad santa que no debe faltarle nunca a los cristianos que lo son de veras.

Posdata.- Si te decides a hablar, escucharás muchas veces la frase “respeto a las diferencias”. Recuérdalo tú y recuérdale a quien te la diga que si ellos son la diferencia con respecto a ti, tú eres la diferencia con respecto a ellos. Y que todos merecemos el respeto debido.

Y, ahora, adiós, que se ha hecho tarde.

 

@voxfides

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