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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

Aceptar la propia condición / “El amor no es envidioso”

1) Para saber

Continuando con su reflexión sobre el amor en su Exhortación Apostólica “Amoris laetitia”, el Papa Francisco resalta que el amor ha de ser el motor que da vida a toda familia; y aborda la tercera característica que menciona San Pablo: “El amor no tiene envidia”. Ello “significa que en el amor no hay lugar para sentir malestar por el bien de otro”. No se puede uno entristecer porque otra persona sea feliz, pues significaría estar centrados exclusivamente en el propio bienestar, en el propio yo.

2) Para pensar

La envidia es un pecado capital porque da origen a otros muchos. En la Sagrada Escritura hay dramáticos ejemplos de situaciones de envidia. El primer asesinato se realizó cuando Caín mató a su hermano Abel por envidia. Lope de Vega, en su poema “La creación del mundo”, presenta en boca de Caín palabras que suelen aparecer en la vida familiar cuando los hermanos se comparan: “¡Tanto amor, tanta terneza! / ¡tanto Abel! ¡Qué más quiere él! / No hay en casa más que Abel / en él se acaba y se empieza”.

Y más adelante, el poeta pone en boca del demonio mirando a Caín: “¡Ya en Caín voy escupiendo / de mi veneno infernal, / y ya con rabia mortal / de envidia se está muriendo!”

Hay muchos otros ejemplos: Por envidia, José fue vendido por sus hermanos. Por envidia, Esaú persiguió a Jacob, y el rey Saúl a David. El rey Acab asesinó a Nabot, porque envidiaba su viña. Por envidia, arrojaron a Daniel y a los otros jóvenes hebreos al horno ardiente. Jesús pinta con trazos magistrales la figura del envidioso en el hermano mayor del hijo pródigo.

Se ha hecho clásica la fábula de Esopo “El buey y la rana”: Un enorme buey pacía tranquilamente en un pastizal. La rana, al verlo, se llenó de envidia y dijo: “¡Qué bonito animal! Es fuerte, grande, poderoso. ¡Qué miserable me siento al compararme con él! ¿Qué haré?”

Entonces se le ocurrió comenzar a inflarse a sí misma, extendiendo al máximo su elástica piel. Al cabo de un rato, preguntó a quienes la miraban: “¿Ya soy igual al buey?”

“No -contestaron los oyentes. Es cierto que te has hecho más grande, pero todavía te falta mucho”.

A la rana le molestó el comentario, pero no quiso ceder en su afán de igualarse al buey. Siguió inflándose más y más, y más y más, hasta que de pronto… reventó.

La fábula nos enseña que no hemos de pretender vivir una vida que no es la nuestra: cada persona es un proyecto irrepetible de Dios, proyecto único que no es el de los demás. Y ese plan hay que aceptarlo y amarlo. Por eso se lamentaba Miguel de Cervantes: “Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes”.

3) Para vivir

Comenta el Papa que el verdadero amor “acepta que cada uno tiene dones diferentes y distintos caminos en la vida. Entonces, procura descubrir su propio camino para ser feliz, dejando que los demás encuentren el suyo”.

Muchos pleitos familiares se evitarían si no aceptan que la envidia entre en sus vidas.

Para una sana convivencia es preciso valorar a cada uno reconociendo su derecho a la felicidad. Procurar alegrarnos con los logros de los demás, lejos de enfadarnos, pues “así como la polilla arruina la ropa, de la misma manera la envidia consume al hombre” (San Juan Crisóstomo).

 

 

@voxfides

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