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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

Refrenda la CEM compromiso por edificar México, “la casa común”

Hermanos en el episcopado.

Hermanas y hermanos todos.

Los obispos de México, agradecidos con Dios nuestro Señor por permitirnos celebrar nuestra centésima Asamblea Plenaria y por todas las bendiciones que nos ha concedido a lo largo de estos años, venimos a esta “casita sagrada”, donde Santa María de Guadalupe, llena de compasión, nos muestra a su Hijo Jesús, Dios y Hombre verdadero, que a través del Apóstol Pablo, nuestro hermano en la fe, nos dice: “Ustedes son la casa que Dios edifica”.

¡Sí! El Padre, creador de todas las cosas, nos ha “construido” haciéndonos a imagen y semejanza suya. Y cuando el pecado nos derrumbó, envió a su Hijo único, quien haciéndose uno de nosotros y amando hasta padecer, morir y resucitar, nos ha comunicado su Espíritu Santo, con el que nos hace miembros vivos de su cuerpo, la Iglesia, y nos va edificando hasta que alcancemos su plenitud para siempre.

San Gregorio Magno explica que nuestro Redentor muestra que forma una sola persona con la Iglesia, desde la que hace brotar el torrente de su Palabra, sus sacramentos, la oración y el amor, capaz de sanearlo todo y de hacer prosperar la vida.

Esto es lo que representan los templos que los cristianos edificamos, como señala el beato Pablo VI. Precisamente, en este día celebramos la dedicación de la primera de todas las Basílicas del Mundo, san Juan de Letrán, Catedral del Obispo de Roma, principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles.

Por eso, hoy encomendamos a Santa María de Guadalupe al Papa Francisco, quien nos ha llenado de alegría y esperanza al anunciarnos que vendrá a visitarnos el próximo año, para confirmarnos en la fe, alentarnos en la esperanza y fortalecernos en el amor, e impulsarnos a edificar juntos la Iglesia y la nación mexicana.

En la homilía de su primera Misa en San Juan de Letrán, el Santo Padre comentó: “Dios es paciente con nosotros porque nos ama, y quien ama comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe perdonar. Recordémoslo en nuestra vida de cristianos: Dios nos espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y si volvemos a Él, está preparado para abrazarnos”.

Esta es la confianza que nos lleva a dejarnos sanar por Jesús, aunque a veces la medicina parezca amarga, como sucedió con los vendedores del templo, a quienes dijo: “No conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. Así nos enseña que nuestra relación con Dios debe estar basada en el amor, no en una “compra-venta” de favores.

Comentando este pasaje, Benedicto XVI destaca que en el mismo texto se señala que sus discípulos se acordaron entonces de lo que está escrito en un Salmo: “El celo de tu casa me devora”; y dice que el celo de Jesús es el amor que le lleva a dar la vida para salvarnos. Ese es el signo que da como prueba de su autoridad: su muerte y resurrección.

“Destruyan este templo –dijo el Señor–, y en tres días lo levantaré”. Y san Juan observa: “Él hablaba del templo de su cuerpo”. Cuerpo resucitado al que hemos sido injertados a través del Bautismo, y al que nos unimos cada vez más por la Palabra, los sacramentos –particularmente la Eucaristía–, la oración y el amor a Dios y al prójimo, ayudándonos unos a otros a construir bien sobre el único cimiento: Cristo.

Este es el espíritu que, a pesar de las debilidades humanas, ha animado al Episcopado Mexicano a lo largo de estos años, orientado por el Concilio Vaticano II, del que estamos celebrando el quincuagésimo aniversario de su conclusión. Este espíritu de servicio es el que nos impulsa a comprometernos cada vez más en la Misión Continental Permanente, teniendo presente que, como ha dicho el Santo Pare: “La tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano”.

Por eso, el mismo Papa afirma que “nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas (…) Una auténtica fe siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo (…) Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor”.

Con esta convicción, renovamos también nuestro compromiso a seguir contribuyendo, desde nuestra fe y nuestra identidad de pastores, en la edificación de nuestra casa común, que es México; e invitar a todos a sumar esfuerzos para construir una nación en la que la verdad, la justicia, la libertad, el perdón y la reconciliación hagan realidad un desarrollo integral y una vida en paz para todos.

La centésima Asamblea Plenaria del Episcopado tiene precisamente como objetivo pedir a Dios que a través de su Palabra, la Eucaristía, la oración, la reflexión y el diálogo, nos ayude a conocer la forma concreta de darle gloria sirviendo cada vez mejor a la Iglesia y a México. Por favor, pidan al Señor que nos conceda esta gracia.

Y a ti, Madre de Guadalupe, encomendamos estos trabajos, suplicando que lleves nuestros buenos deseos hasta tu divino Hijo, presentándole también nuestro ruego por los frutos de la próxima visita del Papa, por la Iglesia y por nuestra nación, particularmente por los niños, jóvenes, adolecentes, adultos y ancianos; por las familias, los clérigos, consagrados, seminaristas y laicos; por los enfermos y discapacitados; por los obispos enfermos y difuntos; por los pobres y marginados; por los que han sido o son víctimas de las violencias, por los ciudadanos y por los gobernantes; y por los que, errando el camino, provocan sufrimiento y muerte, para que recapaciten y se conviertan.

Virgen Morenita, venimos a ti, que nos traes al fruto bendito de tu vientre, Jesús, confiados en aquello que dijiste al indio san Juan Diego, y que hoy, ante las dificultades y retos que nos salen al paso, nos repites con amor: “No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?”

Ayúdanos a edificar bien, teniendo presente que, como ha señalado el Santo Padre, “la defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones”.

Madre del Tepeyac, acompáñanos en este esfuerzo, recordándonos siempre que Dios, rico en misericordia, “es nuestro refugio y nuestra fuerza”.

 

*Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano

Homilía; Misa de inicio de la C Asamblea Plenaria de la CEM

Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe

9 de noviembre de 2015

 

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