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Iglesia

El Diablo anda suelto


La Iglesia Católica ha sufrido persecuciones y divisiones a lo largo de los siglos. De las primeras ha salido fortalecida, pues como decía Tertuliano, “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Los mártires son los supremos testigos de le fe e imitadores de Cristo en su sacrificio. Por eso sabemos que, según enseña la Iglesia, llegan directamente al cielo, sin necesidad de ser purificados en el purgatorio, pues su sangre les lava de las culpas y las penas que se purifican en él.

Los mártires, desde el inicio de la cristiandad, son una gloria de la Iglesia. Por ello muchos de ellos están en los altares, como ejemplos de vida. Uno de ellos, nuestro compatriota Anacleto González Flores, ha sido declarado patrono de los laicos mexicanos. Anacleto fue un hombre ejemplar en la transmisión de la fe, en el ejercicio profesional de abogado, en la práctica del periodismo, en el servicio cívico y en el liderazgo social. Dedicó su vida a la lucha por la libertad religiosa, y con su muerte consiguió que ni el cristianismo ni la Iglesia desaparecieran de México en las horas difíciles. Hoy se nos invita a imitarlo y a manifestar esta disposición el 23 de noviembre en el Parque Bicentenario de Silao, a los pies del monumento a Cristo Rey.

En contraste, las divisiones dentro de la Iglesia son llagas que se infligen al Cuerpo Místico de Cristo. Muchas de estas divisiones han sido consecuencia de herejías que han surgido a lo largo del tiempo. Cuando son rechazadas y condenadas, quienes persisten en ellas rompen con la Iglesia. Otras separaciones han sido consecuencia de rivalidades entre dirigentes de grupos y el papa. Algunas rupturas son resultados de indisciplinas que luego derivan en desviaciones doctrinales. En fin, estos cismas van contra la unidad querida por Cristo.

La Iglesia siempre ha buscado el retorno de quienes se han separado. En particular, desde el Concilio Vaticano II se ha generado un movimiento de diálogo con los hermanos separados. Como consecuencia de ello, se han levantado excomuniones del pasado y se han logrado avances importantes en la reafirmación de los puntos comunes que nos acercan, buscando superar los que nos separan. Pero también en la era moderna han surgido doctrinas que alejadas de la ortodoxia impulsan a la separación. El modernismo fue un problema que se manifestó a finales del siglo XIX y principios del XX, condenado por san Pío X, quien para atajarlo estableció un juramento antimodernista. Sin embargo, todo parece indicar que los errores rechazados se mantuvieron ocultos y algunos de ellos, con otros más, resurgieron y se manifestaron en el Concilio Vaticano II que, aunque no lograron prevalecer, sí generaron la crisis posconciliar.

El modernismo pretendió conciliar las ideas del liberalismo con la fe. En la era posconciliar, el intento fue conciliar el marxismo con el catolicismo. Adicionalmente se promovieron toda clase de propuestas en contra del celibato, de la Virgen María, de la eucaristía, a favor del control natal, de la autoridad del papa, en fin. La crisis llevó al papa san Paulo VI a declarar que el humo de Satanás había entrado por una grieta en la Iglesia y había frustrado los frutos del concilio. Para reafirmar la doctrina, dio a conocer el Credo del Pueblo de Dios. Sin embargo, la rebeldía estaba en marcha, las deserciones sacerdotales se incrementaron, al igual que las religiosas colgaron los hábitos y empezaron a demandar un nuevo papel en la iglesia. San Paulo VI fue un mártir que sufrió la rebeldía contra la Humanae vitae, incluso de episcopados completos.

San Juan Pablo II salió al frente de esta situación con gran energía, poniendo las cosas en su lugar durante su largo pontificado, pero las reinterpretaciones al Concilio continuaron por parte de quienes se oponían a él por considerar que se apartaba de la ortodoxia o quienes realizaban las “hermenéutica de la ruptura” con el pasado, como explicó en su momento el papa Benedicto XVI. Estas desviaciones explican, escribió el papa emérito, las desviaciones morales de muchos sacerdotes, lo cual ha contribuido a desorientar a muchos fieles y, paradójicamente, a impulsar a otros prelados a promover temas que ya han sido rechazados de diversas formas y en distintos momentos.

Ahora, en el pontificado del papa Francisco han resurgido algunos de estos errores, afirmando interpretar el “auténtico Concilio”. Quienes promueven esta corriente acusan a Juan Pablo II y Benedicto XVI de haberlo desviado y, por tanto, promueven nuevamente la adopción de doctrinas rechazadas por el Magisterio.

El episcopado alemán ha propuesto la realización, dicen, de un sínodo “sui géneris”, y a pesar del llamado del papa Francisco a mantener la unidad con la doctrina de la Iglesia, los dirigentes del episcopado de ese país y algunos dirigentes laicos insisten en la línea que han adoptado, a pesar de que se les ha advertido que la reunión que promueven no es lícita y contraría los principios del Derecho Canónico. El mismo episcopado alemán está dividido en el tema, pues no todos los obispos están de acuerdo con lo que se está impulsando. Si en Alemania se inició el cisma de Occidente con Martín Lutero, pareciera que rescoldos de aquellos tiempos están siendo atizados nuevamente.

Por su parte, el Sínodo de la Amazonia, malinterpretando al papa Francisco y la Laudato Sí, se prepara a partir de un documento de consulta con elementos recogidos de la teología india que no se sustentan en las verdades de la Fe y que han generado inquietud respecto de su orientación.

Todos estos hechos provocan, lamentablemente, que quienes se consideran defensores de la tradición oponiéndose al Concilio y a los últimos papas, que impulsaron el milenarismo al concluir el siglo XX e insisten en anunciar el fin del mundo, vuelvan armas contra el papa Francisco comportándose, como suele decirse, más papistas que el papa.

Como dije al principio, estos fenómenos no son nuevos, pero sí dolorosos. A los católicos, todos, nos toca ponernos en oración. Retomar, como propuso el papa Francisco, la oración del papa León XIII a san Miguel Arcángel, porque el diablo anda suelto. Pidamos por el papa, por la Iglesia y por quienes se apartan de la Verdad.  

 

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