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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

Sólo el amor es creíble

Muchas veces la gente se pregunta, ¿cuál es la religión verdadera? Cualquier respuesta puede parecer, de entrada, discriminatoria o partidista: nadie que realmente crea en su religión va a señalar que la otra es la verdadera. Si uno tiene un credo, piensa que es el correcto, o en su defecto, piensa que todos dan igual, pero que él tiene que elegir uno, normalmente será en el que fue educado, porque al fin y al cabo lo que está claro es que debe haber un Dios.

¿Será cierto que todas las religiones dan igual?, ¿qué todos los caminos conducen al mismo lugar? Lo que resulta evidente es que no todas las religiones, bien vividas se entiende, conducen a vivir de la misma forma. Por mi parte pienso, con Joseph Ratzinger, que en el mercado de las religiones la razón es la que marca la diferencia, la que ofrece un criterio de discernimiento: aquella religión que sea conforme a la razón será la que tenga origen en la Verdad divina. Y con otro teólogo de talla, Hans Urs von Balthasar, pienso que “sólo el amor es creíble”. Dos hechos recientes me sirven como valuador externo y me inducen a pensar que no estoy en la equivocada, y que no todo da igual.

El primero tiene como marco la reciente visita de Francisco al África y en concreto a la República Centroafricana. Allí visitó una mezquita y dio un discurso en el que por lo menos debemos reconocer que tenemos “un Papa valiente”: “Cristianos y musulmanes somos hermanos. Tenemos que considerarnos así, comportarnos como tales. Quien dice que cree en Dios ha de ser también un hombre o una mujer de paz… Tenemos que permanecer unidos para que cese toda acción que, venga de donde venga, desfigure el Rostro de Dios… Juntos digamos «no» al odio, a la venganza, a la violencia, en particular a la que se comete en nombre de una religión o de Dios. Dios es paz”.

A la vista de los interminables hechos violentos perpetrados por una facción islámica, pequeña pero influyente, se necesita valentía para pronunciar en su casa estas palabras. Para un espectador racional, no queda mucha duda de lado de quién está la razón.

Si alguien osa decir algo en contra del Islam (no debe hacerse, pues merece todo nuestro respeto), las reacciones violentas no se hacen esperar. ¿Y qué sucede cuando alguien ataca lo que para los católicos es sagrado? No sólo los fundamentalistas islámicos asesinan gente con su ciego odio, también existe otro odio hacia lo cristiano, una auténtica “cristofobia” propalada por laicistas, secularistas y ateos, que sin usar violencia física, buscan ridiculizar lo que para nosotros es sagrado. Es el caso del sacrilegio perpetrado en Pamplona por Abel Azcona, al utilizar 242 hostias consagradas –que consiguió comulgando en otras tantas eucaristías– y escribir con ellas la palabra “pederastia”. Difícilmente se puede imaginar acción más provocadora e irrespetuosa.

¿Cómo respondieron los cristianos? Quizá sirvan de referente las siguientes palabras que una pamplonica, Teresa Gutiérrez de Cabiedes, dirige a Dios en reparación por el agravio: “Gracias porque en mi tierra alguno se ríe en tu cara, pero muchísimos más te adoramos… Gracias porque nos has regalado incontables sacerdotes maravillosos… Gracias por innumerables familias cristianas que, en tu nombre, construyen día a día la paz en nuestra ciudad… queremos comportarnos como lo haría Jesús si hoy estuviera empadronado aquí. Vamos a luchar por nuestros derechos civiles y a exigir que no te agredan. Pero oraremos con cariño por Abel Azcona para que acierte a crear arte sin prostituirlo… Te pediremos misericordia para los que saben que estás presente en la Hostia (¿si no, para que iban a molestarse en secuestrarte?) y, en nombre de la ¡libertad de expresión!… te abofetean a ti y a nosotros. Invocaremos tu nombre cada vez que destruyan la paz desde la falta de respeto. También suplicaremos de ti que nunca más haya un caso de pederastia en nuestra Iglesia… y no pararemos de interceder hasta que los afectados sanen su corazón sin revolverse en el rencor ni en la provocación venenosa”.

Por mi parte, no me queda mucha duda de lado de quién está la razón, cuál religión –o su ausencia– construye un modo más bello de vida, y por eso mismo, bueno y verdadero; cuál religión contribuye a construir una sociedad acorde con la dignidad humana y ayuda al hombre a dar lo mejor de sí, descubriendo la altura y grandeza moral que puede alcanzar gracias al perdón y la oración.

 

 

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