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La penitencia

En la primera aparición de la Virgen de Fátima a los pastorcitos en Cova da Iria, la Virgen le pregunta a Lucía, la mayor de los videntes: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, como acto de reparación por los pecados con los que Él es ofendido y por la conversión de los pecadores?”.

Esta petición, que con gran piedad aceptaron los 3 niños, es uno de los mensajes centrales de la Virgen de Fátima y una solicitud que la Virgen hace a cada uno de nosotros. Como escribió el cardenal Ratzinger, cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; la palabra clave del tercer secreto de Fátima es la triple llamada a la penitencia.

Sin embargo, en nuestra sociedad, que tiene como principal objetivo la mayor calidad de vida posible, dicha palabra se ha vuelto más que inusual, aún entre los cristianos; relacionándola, si acaso, con la penitencia que deja el sacerdote al dar la absolución en el sacramento de la confesión y que consiste generalmente en decir alguna oración, así como ese pequeño sacrificio que ofrecemos durante la cuaresma. No obstante, dicho llamado a hacer penitencia, demanda mucho más que; una oración que se murmura distraídamente o que esa pequeña privación de un bien o gusto específico que, si nos acordamos, ofrecemos durante estos 40 días.

Las penitencias exteriores como: la privación, la mortificación, el ayuno y la limosna, son sumamente importantes como medios que nos ayudan, entre otras cosas, a alejarnos del pecado y a crecer en la virtud. No obstante, las mortificaciones interiores, aquellas que no elegimos y que suelen ser contrarias a nuestra voluntad, nuestros apegos, nuestras preferencias, nuestro prestigio y nuestros intereses; son aún más importantes además de ser consideradas, por los santos, como las más meritorias, ya que implican aceptar con docilidad, humildad y confianza la voluntad de Dios.

De hecho, la vidente de Fátima Sor Lucia afirmó que, la penitencia que Cristo pide; es el sacrificio que exige a cada uno el cumplimiento de su propio deber y la observancia de Su ley. Como también le reveló la Virgen a Sor Pierina: “La penitencia no es más que aceptar voluntariamente todas nuestras cruces diarias. Por pequeñas que sean y aceptarlas con amor”.

Como vemos, no es necesario realizar grandes hazañas e imponernos sacrificios enormes más allá de nuestras fuerzas, puesto que la principal penitencia consiste en la aceptación voluntaria de la propia cruz. Sea ésta, un problema o una carga constante que, en ocasiones se antoja sumamente pesada y dura de llevar o esas pequeñas cruces que Dios nos ofrece cada día a través de nuestras actividades cotidianas. Ese tráfico que nos agobia día con día, ese alimento insípido, ese dolor que por momentos se agudiza, el insufrible compañero de trabajo, la señal de internet que falla en el momento menos oportuno, la injusticia del jefe, el esmero en las interminables y fatigosas labores del hogar, el comentario mordaz. Como nos recuerda Fulton J. Sheen: “Actualmente la penitencia no requiere el uso constante de una camisa de pelo; nuestros vecinos son las camisas de pelo”.

Todas esas pequeñeces que, además, de una u otra manera, tenemos que soportar, son nuestra gran oportunidad de santificarnos si lo ofrecemos constantemente y lo aceptamos con alegría diciendo constantemente a lo largo del día, como les enseño la Virgen de Fátima a los tres videntes; “Oh Jesús, es por Vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María que os ofrezco…” Además, es importante concentrar nuestros esfuerzos en superar nuestras debilidades, más ahora cuando, debido a los usos y costumbres de nuestra época, es difícil no estar apegado al menos a algunos de los muchos objetos sensibles con los que el mundo nos atrae.

Termino con una frase de Fulton J. Sheen: “Podemos pensar en la cuaresma como un tiempo para erradicar el mal o cultivar la virtud, un tiempo para arrancar malas hierbas o plantar buenas semillas. Está claro cuál es mejor, porque el ideal cristiano es siempre positivo en lugar de negativo. Una persona es grande no por la ferocidad de su odio al mal, sino por la intensidad de su amor por Dios. El ascetismo y la mortificación no son los fines de la vida cristiana; son sólo los medios. El fin es la caridad. La penitencia simplemente hace una abertura en nuestro ego en la que puede derramarse la Luz de Dios. A medida que nos vaciamos, Dios nos llena. Y es la llegada de Dios el evento importante”.

 

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