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El ABC del Jubileo de la Misericordia y del Año Santo

El Jubileo consistía, en el antiguo Israel, en la conmemoración de un año sabático con significado particular; se realizaba cada 50 años. Durante ese año se daba libertad a los esclavos, se perdonaban deudas y se restituían las propiedades a quienes la habían perdido. La tierra no se cultivaba y se descansaba (Lev 25,8).

La Iglesia Católica le dio al Jubileo hebreo un sentido más espiritual. En la tradición católica, en el Jubileo se da un perdón general, se llama a la conversión y se conceden indulgencias. El Jubileo proclamado por el Papa Francisco es un Año Santo Extraordinario. El Año Santo Ordinario acontece en un intervalo de años ya establecido. El Año Santo Extraordinario se proclama como celebración de un hecho destacado (Cfr. Correo Diocesano, Aguascalientes 919, II Semana de diciembre de 2015).

El primer año jubilar fue convocado en 1300 por el Papa Bonifacio VIII. Se estableció que los siguientes jubileos se conmemoraran cada 25 años, con el objetivo de que cada generación lo experimente al menos una vez en la vida. El último Jubileo lo proclamó el Papa San Juan Pablo II para conmemorar los 2000 años del nacimiento de Cristo.

El rito inicial comienza con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Esa puerta sólo se abre durante un Año Santo. Significa que se abre un camino extraordinario hacia la salvación. El Papa toca la puerta con un martillo tres veces y dice: “Abridme las puertas de la justicia, entrando por ellas confesaré al Señor”. Cuando se abren, se entona un himno de Acción de gracias: el Te Deum.

Bula “Misericordiae Vultus”, con la que el Papa ha convocado el Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Esta bula se compone de 25 números. El Papa Francisco describe los rasgos más sobresalientes de la misericordia, situando el tema, ante todo, bajo la luz del rostro de Cristo, porque la misericordia es un rostro para reconocer, contemplar y servir.

La Bula se desarrolla en clave trinitaria (números 6-9) y se extiende en la descripción de la Iglesia como un signo creíble de misericordia: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”.

El Jubileo comenzó el 8 de diciembre de 2015 y terminará el 20 de noviembre de 2016. La apertura coincide con el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, porque la Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento. La conclusión tendrá lugar en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo. Ese día se cierra la Puerta Santa y daremos gracias a Dios por habernos concedido un tiempo extraordinario de gracia.

Una peculiaridad de este Año Santo es que se celebra no sólo en Roma, sino en todas las diócesis del mundo.

El Papa Francisco recupera la enseñanza de San Juan XXIII, que hablaba de la “medicina de la misericordia”, y de Pablo VI que identificó la espiritualidad del Vaticano II con la del buen samaritano.

La Bula explica el lema “Misericordiosos como el Padre”; a continuación, el sentido de la peregrinación y, sobre todo, la necesidad del perdón.

El tema particular que interesa al Papa se encuentra en el n. 15: las obras de misericordia espirituales y corporales. La misericordia es sentir compasión por los que sufren y ofrecerles ayuda.

El n. 19 es un llamado contra la violencia organizada y contra las personas “promotoras o cómplices” de la corrupción, “llaga putrefacta” que nos asuela. El Papa les tiende la mano y está dispuesto a escucharlos.

La referencia a la Indulgencia se expresa en el n. 22. El Papa desea que este año pueda ser una oportunidad para “vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros”.

El estilo de vida misericordioso del cristiano

El hombre alcanza el amor misericordioso en cuanto él mismo se transforma capaz de ser misericordioso con el prójimo. Este proceso constituye todo un estilo de vida, una característica esencial de la vocación cristiana.

De la misericordia del Padre el cristiano recibe no sólo el perdón de los pecados, sino también, en Jesucristo y por el Espíritu, una nueva vida: una vida de dulzura, de conversión, de perdón, de justicia, de misericordia donada a los demás para que sea aceptada por Dios.

Es tiempo de entender que, cuanto más grande es el pecador más derecho tiene a la misericordia. No nos toca juzgar a nadie, sólo Dios es Juez. El profeta Isaías dijo que antes del “Día de su Ira” se ofrecería a la humanidad “la fuente de salvación”, esa fuente es el Corazón misericordioso de Jesús. Estamos viviendo el último esfuerzo que Dios hace, antes de la purificación del mundo.

Paulo VI señala que participar en la Cruz de Cristo significa recibir su fruto, la misericordia, y por tanto, nuestra salvación (cfr. Viacrucis 8 IV 1966). También escribió: Podemos pensar que cada pecado nuestro, cada huida del lado de Dios enciende en Él una llama de más intenso amor, un deseo de recuperarnos y volvernos a insertar en su plan de salvación (Homilía, 23-VI-1968).

Benedicto XVI explica: “Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer la imagen divina (…). La misericordia divina no consiste sólo en la remisión de nuestros pecados; consiste también en que Dios, nuestro Padre, a veces con dolor, tristeza o miedo por nuestra parte, nos devuelve al camino de la verdad y de la luz, porque no quiere que nos perdamos”. Esto muestra lo fiel que es Dios a la alianza sellada con todo cristiano en el Bautismo (cfr. Discurso, 18-XI-2011).

El Papa Francisco enseña que sin la vivencia de la misericordia, “queda sólo una vida infecunda y estéril… Ha llegado el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón”. Por tanto, hemos de albergar las obras de misericordia en el corazón.

 

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