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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

¿Cómo actúa el demonio?

Lamento desilusionar. No voy a contar ninguna historia de exorcismos o posesiones diabólicas, tan en boga en la actualidad. No niego que existan, todo lo contrario, pero no constituyen la forma más frecuente de actuación diabólica. El diablo es espíritu, no es ningún tonto, sabe que si se muestra demasiado espanta a la gente, y ésta se pone a rezar. No quiere que las personas volteen a ver a Dios por mostrarse él demasiado.

Sin pretender hacer un tratado de “demonología”, no hace falta ser un genio para descubrir dos de las formas más frecuentemente utilizadas por él para confundir al hombre. Su obra maestra es dividir a los buenos, y entre más buenos sean, mejor. En efecto, diablo significa “acusador”, “el que divide”, y con su obra confirma su nombre. La otra es pervertir lo bueno, corromper lo que ha nacido puro. Ya Tolkien, en su mitología de profunda raigambre cristiana, explicó en “El Silmarillion” cómo Melkor corrompió a los elfos para producir orcos, es decir, no creó nada, sino que destruyó lo que ya había. Así actúa el demonio.

La primera tiene sendas manifestaciones históricas. Hacer de la Biblia, es decir, la Palabra de Dios, ocasión de profunda división entre quienes creen en Jesucristo; servirse de la obra de Cristo para confundir a sus mismos seguidores. Tomar lo más sagrado y entrañable desde el punto de vista de la fe, para enfrentar a los seguidores de Jesús. Así, la Virgen y la Eucaristía, por ejemplo, se convierten en piedras de escándalo que dividen a quienes confiesan su fe en Jesucristo.

Quizá sean menos conocidas las formas que utiliza para pervertir lo bueno, aquello que ha nacido para servir a Dios o en beneficio de la sociedad. Es una forma de infundir desaliento en quienes buscan trabajar por el Reino de Dios.

Los “padres de la Unión Europea”, Robert Schuman, Konrad Adenauer y Alcide de Gasperi, eran católicos coherentes, el último de ellos incluso con un proceso de canonización abierto. Seguramente ahora se revuelven en su tumba, viendo el marcado sesgo anticristiano –auténtica cristianofobia– tomado por la comunidad por ellos iniciada. Anecdóticamente, por ejemplo, la bandera de la Unión Europea se hizo pensando en la Virgen María. En efecto, las doce estrellas sobre fondo azul recuerdan la imagen apocalíptica de la Virgen, como una mujer con una corona de doce estrellas sobre su cabeza, y fue aprobada precisamente un 8 de diciembre, día de la Inmaculada. Actualmente, los estados europeos a excepción de Polonia y Hungría tienen una agresiva política anti-vida y anti-familia, la cual buscan imponer a lo largo del mundo.

William Liley y Jérôme Lejeune pusieron sus conocimientos al servicio de la vida y de la salud. Buscaban un diagnóstico precoz en los fetos para poder curarlos; fruto de esos estudios es el diagnóstico prenatal. Lo que fue creado para salvar vidas, fue utilizado después para terminar con ellas. Lejeune, que dedicó su vida a la cura del síndrome de Down y emprendió una campaña contra el aborto que le costó perder el premio Nobel, descubrirá con horror cómo sus descubrimientos llevarán, no a curarlos, sino a impedirles nacer.

Algunas Universidades Católicas, que nacieron con fondos eclesiásticos y la voluntad de sus fundadores era que fueran focos de pensamiento cristiano, de forma que los jóvenes tuvieran un sólido fundamento intelectual para su fe, han transmutado en todo lo contrario. No es extraño encontrar algunas universidades oficialmente “católicas” en las que frecuentemente los alumnos pierdan su fe católica o, por lo menos, dejen de pensar como católicos. Algunas de ellas, por ejemplo, enseñan abierta y enconadamente la “ideología de género” en su versión agresivamente anticatólica.

Peter Benenson, inglés converso al catolicismo creó Amnistía Internacional para salvar vidas, no para destruirlas; sin embargo, a partir de su muerte, acaecida en 2005, la institución por él fundada ha cambiado de giro, dedicándose a promover el aborto por todo el mundo. Los ejemplos podrían seguir, pero los citados bastan para mostrar cómo el diablo actúa disimulada y “elegantemente”, sin apenas hacerse notar, pues así es más eficaz. Por eso, en cierta ocasión san Juan Pablo II le preguntó al Beato Álvaro del Portillo si había visto al demonio. Respondió que no, pero que lo tocaba todos los días, san Juan Pablo II comentó que le ocurría lo mismo.

Doctor en Filosofía

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