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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

Vivir el Adviento

 Nos encontramos en Tiempo de Adviento, es decir, a la espera de la Navidad. ¿Cómo la esperamos?, ¿la única señal de esa espera es la frenética vorágine consumista que nos lleva a visitar compulsivamente los centros comerciales?, o por el contrario, ¿tenemos aunque sea un espacio interior, un resquicio de espiritualidad, significando para nosotros este tiempo algo más que cargar la tarjeta?

¿Qué significa esperar la Navidad? Esperar a Cristo. ¿Por qué habríamos de esperarlo?, ¿no ha venido ya?, ¿qué nos ha dejado?, ¿acaso no dicen que nos dejó “una Iglesia”, ahora tan desprestigiada?

Que necesitamos a Jesús en el mundo es claro. Si pensamos que Él es el “Príncipe de la paz”, es evidente que el mundo, si algo necesita es paz, eliminar la violencia. Al ver el panorama tan desolador del mundo que estamos construyendo, no queda sino clamar: “¡ven Señor Jesús!”. Los hombres solos hemos hecho muchas cosas buenas, pero también nos hemos enfrascado en conflictos que no parecen tener solución posible. La Iglesia nos invita a no perder la esperanza y a mirar insistentemente a Cristo, a esperarlo como Redentor tanto de nuestra vida individual como del mundo entero.

San Bernardo de Claraval, en un sermón sobre el Adviento habla de una triple venida de Jesucristo: “en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y, en la última, en gloria y majestad”.

Propiamente hablando, la preparación para la Navidad se refiere a esa misteriosa pero real y escondida “segunda venida”. La primera venida es la del Portal de Belén, la tercera es la del final de los tiempos, la segunda es en el secreto de nuestro corazón.

Por su parte, san Carlos Borromeo explica: “La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias”.

En eso podría resumirse la misión de la Iglesia: ayudarnos a recibir a Cristo, hacernos contemporáneos suyos, que no lo miremos como una cosa del pasado o una bonita tradición, sino que en la fe, lo descubramos vivo y actuante en nuestra vida y en el mundo.

A nosotros nos queda vivir bien este tiempo, deseándolo cada vez con más fuerza y eficacia; y precisamente nuestros propios errores y flaquezas, así como las desgracias que asolan la humanidad, nos empujan a que ese deseo sea más vivo y apremiante; no lo reprimamos, la vida espiritual nos lleva a agudizarlo.

Pero ese deseo, para que sea auténtico, no debería quedarse en una especie de consolación intimista. En efecto, una de las oraciones de la Misa de estos días nos invita: “Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene, acompañados por las buenas obras…” Es decir, los buenos deseos no bastan, se precisan las buenas obras. ¿Qué obras? Fundamentalmente las de misericordia; la caridad, pero sin olvidar que hacer una obra benéfica un día es fácil, lo realmente difícil es vivir delicadamente la caridad con quienes conviven con nosotros día tras día.

¿Cómo nos ayuda la Iglesia a vivir esa segunda venida, esa venida interior de Cristo a nuestros corazones? De diversos modos, que van desde la piedad popular, aquellas sanas costumbres empapadas de fe, como pueden ser las Posadas, los Nacimientos, Belenes o Misterios, las Pastorelas, etc. Pero fundamentalmente a través de la liturgia del propio Adviento, en la que primeramente nos invita a considerar la última venida de Cristo, con poder y majestad, como Señor de la Historia al final de los tiempos, de forma que se enraíce nuestra esperanza; para más tarde hacernos recordar y volver a vivir, para que aprendamos de ella, su primera venida entre nosotros, en medio de la pobreza, pero con el calor del cariño de María y José.

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