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Señor, ¡Que no sé hacer oración! (15)

Ahora, les presentamos otro ensayo del Padre Carlos Chávez Shelly, titulado: Señor, ¡Que no sé hacer oración!, que nos introduce al tema de lo que es la “oración”, ésa relación especial, natural e íntima que se establece entre el ser humano y Dios Padre, su Creador (Parte 15).

DIFICULTADES EN LA ORACION MENTAL

Es sencillo hacer oración un día que se está particularmente propenso a ello, porque ha ocurrido algo, un accidente, un favor especial del Señor, la muerte de un ser querido, etc.

A pesar del esfuerzo que pongas y de los medios que utilices, siguiendo o no alguna de las sugerencias del capítulo anterior, comprobarás que, orar –sobre todo cuando se hace con constancia, cotidianamente– entraña sus dificultades.

Una primera idea. Un buen sitio, una buena hora facilitan mucho la oración.

Desde luego, el mejor lugar para orar es delante de Jesús oculto en la Eucaristía, realmente presente en todos los sagrarios del mundo. Ojalá tengas facilidad de acudir a la iglesia cercana a tu casa o a un oratorio o capilla privada. De todas formas, en una habitación tranquila en tu casa, pasando por el campo o por un parque solitario, e incluso –si no queda más remedio– en plena calle, se puede encontrar al Señor.

Cuántas veces hemos visto por la TV a Juan Pablo II, durante sus numerosos viajes, recogerse en oración: en un reclinatorio delante de una imagen de Nuestra Señora, en el avión o el helicóptero que lo transporta, en el mismo “Papamóvil” en medio de una multitud por una gran avenida de la ciudad… contaba San Josemaría Escrivá que una de las oraciones más elevadas que tuvo fue en pleno centro de Madrid, al medio día y… en un tranvía. Esta experiencia quedó de alguna forma reflejada en un pensamiento de Camino.

“Me has dicho alguna vez que pareces un reloj descompuesto, que suena a destiempo: estás frío, seco y árido a la ora de tu oración; y, en cambio, cuando menos era de esperar, en la calle, entre los afanes de cada día, en medio del barullo y alboroto de la ciudad, o en la quietud laboriosa de tu trabajo profesionista, te sorprendes orando… ¿A destiempo? Bueno: pero no desaproveches esas campanadas de tu reloj. –El Espíritu sopla donde quiere”37.

De todas formas –insisto– el mejor sitio es frente a Jesús Sacramento (además, ganas muchas indulgencias; y si es durante media hora, ganas indulgencia plenaria38, con las otras condiciones).

Un lugar que no te aconsejo, de ningún modo: la cama… y menos al final del día, ya cansado, con sueño…

Y hablando de sueño… ojo también con la hora.

Me contaron de un muchacho que se puso a hacer oración acabando de comer… en un silencioso y recogido oratorio. Parece que se había desvelado a causa de un examen el día anterior. Le llamaron por teléfono. El que contestó lo encontró en el oratorio… “Pssst, Ramón… Pssst…” Nada. Un poco más alto: “¡Eh, Ramón!… ¡Pssst! ¡Ramón!…” Despertándose, Ramón se dirige al Sagrario: “Habla Señor… que tu siervo escucha…”.

Bien. Hay que cuidar lo del sueño, la digestión, el cansancio y todo lo demás. Quizá la mejor hora será por las mañanas, después de un baño fresco y reconfortante, antes de emprender las labores cotidianas. Así como nos vamos desayunados al colegio o al trabajo, conviene irse también con unas buenas reservas espirituales dentro. El día tendrá necesariamente otro tono.

O a media tarde después de un cafecito,… o cuando tú creas que es mejor.

Otra idea. El exceso de ruido, música, imágenes… en la cabeza, estorba notablemente a la oración. Hay quienes desde que Dios amanece hasta que apagan la luz –y aun después–: música, música, música… cuando no la televisión. Así, como comprenderás, es difícil, en el momento de orar, poder concentrarse. Recuerda: el silencio es como el portero de la vida espiritual.

Si hay dificultades, de cualquier tipo que sean, no deben desanimarte: hay que luchar y vencerlas.

Contaba San Josemaría Escrivá que, siendo sacerdote joven, confesaba muy temprano, antes de celebrar la Santa Misa en una iglesia madrileña. Todos los días oía un ruido extraño, como de latas que golpean.

Un día decidió averiguar de qué se trataba. Al comenzar la peculiar sinfonía se levantó del confesionario y se encontró en la puerta de la iglesia con un hombre que se arrodillaba saludando a Jesús, al comenzar su diario trabajo: “Señor, aquí está Juan el lechero”. Una jaculatoria, una pequeña oración dicha con todo el corazón.

“… A eso vas a la oración: a hacerte una hoguera, lumbre viva, que dé calor y luz”.

Por eso, cuando no sepas ir adelante, cuando sientas que te apagas, si no puedes echar en el fuego troncos olorosos, echa las ramas y la hojarasca de pequeñas oraciones vocales, de jaculatorias, que sigan alimentando la hoguera. Y habrás aprovechado el tiempo”39.

NOTAS:

37 San Josemaría Escrivá, Camino n. 110.

38 Cfr. Ench. Indul. n. 3.

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