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Sacrificio que libera

Un sacrificio que libera. ¿Soy un esclavo agradecido?

1) Para saber

Con motivo de la Semana Santa, el papa Francisco comentó que el Vía Crucis es la síntesis de la vida de Jesús, es el icono de su obediencia a la voluntad del Padre; la realización de su infinito amor por nosotros, pecadores, y la realización definitiva de la revelación. El peso de la Cruz nos libera de todas nuestras cargas.

Para comprender lo que la Cruz significa, San Alfonso María de Ligorio hacía una comparación: Imaginemos que un esclavo debido a sus delitos fue condenado a muerte por el rey. El rey tenía un hijo único a quien amaba mucho. A su vez, el hijo, de gran bondad, era muy amigo del esclavo. Por ello, al conocer el destino del esclavo fue con su padre a rogarle que lo perdonara. Pero el rey le dijo que era exigencia de la justicia que se satisficiera la culpa. El hijo lo comprendió, pero le pidió al padre que le concediera un favor. Su Padre accedió siempre y cuando no lesionara la justicia. Empeñada su palabra, el hijo le pidió que aceptara otra víctima. El padre le recordó que habiendo sido ofendida su majestad, sólo podría ser satisfecha por alguien de su misma grandeza. Entonces el hijo le respondió: “Yo seré esa víctima. Que yo muera y viva el esclavo”. El rey ya no pudo retirar su palabra y lleno de dolor aceptó.

Es comprensible el significado de la comparación, que aunque conmovedora, aún está muy lejana de representar el inmenso amor de Dios por el hombre. Por ello el papa Francisco nos recuerda que ante la Cruz de Jesús, vemos casi hasta tocar con las manos la medida en la que somos amados eternamente.

2) Para pensar

La comparación de San Alfonso continúa. El hijo, antes de morir, le pide a su padre un último favor. En esos momentos, el Padre no puede negarse a concederle algo a su hijo. Le pide algo inconcebible: que reciba al esclavo redimido como a su hijo en lugar suyo, haciéndolo partícipe y heredero de todos los bienes del reino. Traspasado de dolor el rey se lo concede.

Gracias a la pasión y muerte de Jesús por nosotros, no sólo fuimos perdonados, redimidos, sino que además nos consiguió la gracia de poder ser hijos de Dios.

3) Para vivir

La comparación termina con el encuentro del hijo con el esclavo: Llega a la prisión y le quita las cadenas, le da un fuerte abrazo, dándole la noticia: ahora no sólo es libre, sino con la condición de hijo del rey y heredero de sus bienes. Él sufrirá la muerte en lugar suyo. El esclavo está atónito y no cabe de agradecimiento sintiéndose completamente indigno de tal trato. Aún el hijo añade: “Mira cuánto te amo. Antes de morir sufriré los mil tormentos que debías tú sufrir según las leyes del reino. Sólo te pido una cosa”. El esclavo está dispuesto a todo. El hijo le pide: “Que no te olvides de cuánto te amé y de cuánto voy a sufrir por ti, ¿me lo prometes?”.

Podemos imaginar cómo sería la respuesta del esclavo, pero no olvidemos que nosotros somos ese esclavo, pecador, y hemos de saber prometérselo a Jesús. Ojalá no seamos tan ingratos que nos olvidemos de su inmenso amor y de sus padecimientos por los cuales nos liberó de la esclavitud del pecado y elevó a la condición de hijos. La Cuaresma nos lleva tener presente esa redención y la Resurrección nos lleva a vivir agradecidos la nueva Vida que nos ganó Jesús.

 

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