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Miércoles de ceniza

Breve reflexion cuaresmal. El ayuno

 

Estamos en cuaresma, tiempo en el cual la iglesia compele a todos los católicos a hacer penitencia, a imitación de Cristo, quien ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches en el desierto.

Hace apenas unas décadas, las reglas para el ayuno se aplicaban a los 40 días de la cuaresma, con lo cual sólo el domingo, día en el cual conmemoramos la Resurrección de Nuestro Redentor, los fieles no estaban obligados a ayunar.
Si la cuaresma era el tiempo penitencial por excelencia, no era el único. El ayuno se prescribía, en las llamadas témporas, durante cuatro veces al año coincidiendo éstas con el cambio de estación y los días previos a las fiestas mayores de: Cuaresma, Pentecostés, San Miguel y Adviento. A cada témpora correspondían tres días de ayuno: el miércoles, día en que Judas Iscariote traicionó a Cristo; el viernes, día de Su crucifixión y el sábado, día que Cristo pasó en el sepulcro.
Actualmente, el ayuno obliga únicamente durante la cuaresma y solamente el miércoles de ceniza y el viernes santo; a partir de los 18 a 59 años. Dicho ayuno consiste en una sola comida completa y dos ligeras colaciones que juntas no completen una comida.

Como vemos, hoy en día el sacrificio que se exige es sumamente leve. Sin embargo, ahora que es más fácil que nunca seguir la regla; es, paradójicamente, cuando la mayoría de los católicos no ayunamos ni durante los días prescritos. Hemos decidido que el ayuno es algo obsoleto y que no tiene ningún sentido privarnos de alimento. Para tranquilizar nuestra conciencia, sustituimos nuestra debida obediencia a la iglesia con buenos propósitos. Así, “ayunamos” de: palabras hirientes, críticas, enojos, quejas, egoísmos, resentimientos y demás. Al final, no nos privarnos de alimento y las buenas intenciones rara vez se traducen en buenas obras.

Además, estamos tan habituados a vivir en constantes contradicciones que, ahora que rechazamos el ayuno prescrito por la iglesia seguimos dócilmente los intermitentes ayunos que nos dicta el régimen alimenticio de moda.

Y es que, actualmente vivimos tan obsesionadas por la salud, por el peso, por la calidad de los alimentos y hasta por el cambio climático que, estamos dispuestos a realizar intensos ayunos o a privarnos, al menos por una buena temporada, de ciertos alimentos. Todo en aras de; lograr la figura tan deseada, de mantener una juventud que sabemos cortísima o de obtener la satisfacción que nos proporciona el sentirnos “virtuosos” por consumir únicamente alimentos sustentables.

Dispuestos a sacrificar todo por lograr el “éxito” en esta vida efímera; olvidamos de cuidar, al menos con el mismo celo, de nuestra alma. Los resultados, los tenemos a nuestro alrededor; la crisis moral de nuestras instituciones, gobiernos y sociedades es evidente.

Por ello es tan necesario practicar el ayuno que, como nos explica San Basilio el Grande, debe ser tanto físico como espiritual: “Mediante el ayuno físico, el cuerpo se abstiene de comida y bebida. Con el espiritual, el ayunante se abstiene de malas intenciones, palabras y acciones. Quien ayuna de veras se abstiene de ira, malicia y venganzas. Quien ayuna verdaderamente se abstiene de habladurías y palabras soeces, vana retórica, juicios temerarios, lisonjas, mentira y toda clase de palabras rencorosas. En resumen, el verdadero ayunante es el que se aparta de todo mal. Cuantos más quites al cuerpo, tanto más añadirás a la fuerza del alma”.
Como vemos, el ayuno físico no es un fin en sí mismo sino un medio para que, sometiendo el cuerpo en beneficio del espíritu logremos, de acuerdo con Santo Tomás: reprimir las concupiscencias de la carne favoreciendo la pureza, elevar el espíritu a las cosas sublimes y reparar nuestros pecados.
Varios de esos pecados que, nuestro mundo actual promueve en abierta rebelión contra la ley divina, Cristo nos advierte que sólo pueden se vencidos por medio de la oración y el ayuno.

Aprovechemos esta cuaresma para retomar con humildad la práctica del ayuno a fin para fortalecer nuestra voluntad, alumbrar nuestro entendimiento y, sobre todo, acrecentar nuestra caridad. Esa caridad cristiana que nuestro mundo roto y enfermo, tanto necesita.

 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de voxfides.com

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