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El contexto político de la pasión de Jesús

Es común que en Semana Santa reflexionemos sobre los aspectos religiosos del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, pero no acostumbramos detenernos a observar el contexto político y las disputas de poder que se desarrollaron como telón de fondo de este gran acontecimiento que cambió la historia de la humanidad.

Para los dirigentes judíos, Jesús representaba un reto a su autoridad y a las prácticas religiosas de la época, por lo que, a pesar de reconocer su capacidad para hacer milagros, su elocuencia y autoridad para expresar las verdades de Dios, y su testimonio de vida lleno de austeridad y congruencia, buscaban la manera de matarlo.

Decían: “¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos milagros. Si lo dejamos que siga así, todos van a creer en él, y luego intervendrán los romanos que destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación” (Juan 11, 47-48). La expresión profética del sumo sacerdote Caifás define el destino de Jesús: “No se dan cuenta de que es mejor que muera un solo hombre por el pueblo y no que perezca toda la nación” (Juan 11, 50).

Posteriormente, durante el juicio de la autoridad civil representada por Pilato, las “razones de estado” definen la suerte del acusado. Jesús reconoce que es rey y advierte que su reinado no es “de este mundo”. A pesar de que el juez romano no encuentra ninguna razón para castigarlo, por “corrección política” ordena crucificarlo cuando lo amenazan: “Si lo dejas en libertad, no eres amigo del César; el que se proclama rey se rebela contra el César” (Juan 19, 12).

La lucha por obtener y mantener el poder puede llevar a que dirigentes de cualquier tipo cometan abusos, injusticias y crímenes. Como en el caso de Jesús, el inocente que “pasó haciendo el bien”, fue condenado a la peor de las muertes en aras de satisfacer intereses políticos de los dirigentes religiosos y políticos de la época.

Mientras tanto, Jesucristo se presenta como cordero que va al matadero para cumplir su misión de rey y demostrarnos su amor, según les había dicho a sus discípulos: “Hagan como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre” (Mateo 20, 28), y “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos” (Juan 15, 13).

Las dos versiones del ejercicio del poder y la política se presentan en estos misterios con prístina claridad. Quien usa el poder para servirse y quién lo usa para servir a los demás. Muchos dirigentes, sean políticos, sociales, empresariales, o religiosos dirán que lo hacen por servir al pueblo, o a los más pobres, sea o no verdad.

Como cuando Judas dijo: “Ese perfume se podría haber vendido en trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres”. En realidad, no le importaban los pobres, sino que era un ladrón, y como estaba encargado de la bolsa común, se llevaba lo que echaban en ella. Pero Jesús dijo: “Déjala, pues lo tenía reservado para el día de mi entierro. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre” (Juan 12, 5 y 8).

En la pandemia actual, podemos distinguir la actitud de líderes que buscan servir a los demás con sus decisiones y trabajo que surgen y se nutren de la solidaridad; frente a la actitud de quienes buscan aprovechar la situación para empujar sus propuestas ideológicas, sus beneficios personales y construir clientelas que los mantengan en el poder.

A partir de las múltiples iniciativas de servicio a los pobres (enfermos, marginados, desempleados, etc.) que surgen de la sociedad en la crisis actual, se pueden construir propuestas políticas y económicas que sirvan a todos y que frenen los abusos populistas y demagógicos que empobrecen y manipulan al pueblo para seguirse sirviendo de él.

El misterio de la muerte y resurrección de Jesús nos muestra la plenitud del amor en el servicio a los demás en esta vida, y nos pone en el camino de la cruz hacia la eternidad. Paz, bien y salud.

 

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