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Enfermedades y derechos

Se dice, socarronamente que, si Adán y Eva no hubiesen pecado, no habría lugar en el mundo para médicos y abogados. Es lógico, sin pecado no hubiera entrado la enfermedad en el mundo, ni habría injusticias: son dos profesiones necesarias para curar a un mundo herido por el pecado. Sin embargo, una serie de eventos recientes nos inducen a dudar de la integridad de ambos estamentos, que están cambiando sus patrones de conducta debido a presiones ideológicas, económicas y mediáticas.

En efecto, quienes durante milenios habían realizado el juramento hipocrático, que expresamente prohíbe dar abortivos o usar su saber para producir la muerte, ahora están obligados por algunas legislaciones a practicar aborto y eutanasia. Los legisladores han llegado a la locura de pisar los derechos de libre organización, libertad de expresión, libertad religiosa, libertad de pensamiento, libertad laboral y el que tienen los padres sobre sus hijos menores de edad, para imponer el aborto (así reza la nueva ley en Argentina). El derecho, que surgió para proteger a los débiles de la prepotencia de los fuertes poniendo un límite a la violencia, se sirve ahora de ella para exterminar a los más débiles. 

Pero la medicina tampoco es inmune a las presiones ambientales. Y quien dice la medicina, indirectamente dice la ciencia, en apariencia indiscutible oráculo de la verdad en la actualidad. Ahora se decide qué es una enfermedad psiquiátrica y qué no lo es por votación, votación, dicho sea de paso, precedida por una fuerte presión por parte de activistas. No parece que tal procedimiento sea acorde con el método científico, pero de vez en cuando funciona, y ahora tenemos la novedad de que la Organización Mundial de la Salud (CIE-11) ya no considera enfermedad mental a la Transexualidad y, curiosamente, incluye ahora la adicción a los video juegos. ¿Qué será mejor?, ¿ser hombre y sentirse mujer, o estar enganchado con Dota 2? 

En el manual de la APA, es decir el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-V  la transexualidad aparece como “disforia de género”, evitando así palabras como “trastorno” o “desorden”; ya no es una “disfunción sexual” o un “desorden parafílico.” Y, aunque ha existido una gran presión “popular” para eliminarlo de la lista, se deja allí para que puedan tener sus terapias reafirmativas y recibir sus tratamientos hormonales. Nótese que es una presión externa, mediática, de activistas; no ha habido un estudio concluyente que lleve a considerar que todo está normal. Sale del listado de la OMS por presión de las muy poderosas asociaciones y lobbies LGTB, no por ser la conclusión de ningún estudio contundente, que haya sido oportunamente replicado en distintas investigaciones diferentes e independientes. Es decir, por decreto, no por investigación se ha eliminado una enfermedad. Otra cosa es que con frecuencia vaya acompañado de “ansiedad o depresión”. Menos mal que los transexuales todavía pueden tratarse de las consecuencias, lo malo es que la causa yo no es enfermedad (malo para ellos, pues a nadie le afecta lo que ellos se sientan o hagan con su cuerpo).

¿Cómo se puede justificar tal cambio? Muy simple, la ansiedad y la depresión no se deben ya al trastorno de identidad sexual, sino al rechazo y discriminación que sufren, el denominado “social stress model”. Lo curioso es que otros grupos también sujetos con frecuencia a presiones sociales o discriminación, como las personas de color, los latinos o inmigrantes y un largo etcétera, no tienen, por ejemplo, un índice de intentos de suicidio desmesuradamente más elevado respecto del resto de la población, como sí tienen los transexuales, índice que se mantiene en países “gay friendly” como Holanda o Suecia.

Pero la cuestión fundamental es que tanto la medicina como el derecho han perdido su legítima autonomía. Deben ahora someterse al dictado de lo políticamente correcto, traicionando con frecuencia su identidad: legitimando la violencia para reprimir al más débil con aires de “legalidad”, o servirse del saber médico no para salvar una vida sino para matar. Por ello no extraña que ahora, porque una poderosa minoría lo quiere, se decida que lo que siempre ha sido considerado una enfermedad, y que tiene asociados altos índices de ansiedad, depresión e intentos de suicidio, sea normal. Nótese que son dos cosas muy distintas promover un trato amable, afectuoso, caritativo (el tratar a los demás como queramos que nos traten a nosotros mismos del evangelio), lo cual no solo es bueno, sino necesario e improrrogable, y otra cosa muy diferente es afirmar que no es enfermedad psiquiátrica, lo que equivale a decir que es otro tipo de conducta normal, y asumirla resulta indiferente. 

 

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