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La pícara sonrisa de Joseph Ratzinger

Me devoré de un bocado el último libro del Papa emérito Benedicto XVI, titulado “Últimas conversaciones”. Una vez más Peter Seewald, su periodista de cabecera, nos sorprende con una larga entrevista que, junto con “La Sal de la Tierra”, “Dios y el Mundo”, y “La Luz del Mundo” dibujan etapas decisivas en la vida de Joseph Ratzinger. Estos cuatro libros, más su autobiografía, configuran algo así como sus confesiones, es decir, el testimonio del amor, la fe y la esperanza que lo han movido a lo largo de su larga y fructífera existencia.

Según ha explicado Seewald, la obra es un poco resultado de la casualidad. Un día fue a visitar al Papa emérito con la intención de amarrar algunos cabos sueltos en la preparación de su biografía; pero la conversación fue tan interesante que acabó publicándose como libro. El resultado es una entrevista más personal e íntima que las anteriores, si esto es posible porque la franqueza y la apertura son las características distintivas de Ratzinger. Se deja ver un Joseph tranquilo, alegre, agudo. Un hombre que, como dice aquella canción latinoamericana de mis preferencias, habría lanzado al sol tanta esperanza que cruzará sin pena de una rivera a otra.

En la conversación se hace recuento de los días y motivos de su renuncia, los años de su niñez y de la guerra, sus tiempos de estudiante, seminarista y profesor universitario, su amistad con las más distintas personalidades, sus vivencias como arzobispo, cardenal, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, hasta su experiencia en el ministerio de San Pedro. Cierra el libro un breve capítulo en el cual habla de su vida actual, en preparación del anhelado momento de mirar el rostro de Dios. La entrevista es conmovedora.

Ahora bien, para mí, lo más importante es que me ha permitido comprender un misterio de la vida de Ratzinger, quiero decir, esa pícara sonrisa que le ha acompañado desde su niñez.

Debe saber el querido lector que, sobre mi librero preferido tengo las fotografías de los Papas Francisco y Benedicto. La del Papa Ratzinger me parece muy divertida. Está revestido con el hasta hace muy poco atuendo típico de los papas; pero tiene la expresión de un niño travieso, en cuyo rostro se dibuja una leve y pícara sonrisa. El gesto no es accidental, pues suele encontrarse en no pocas de sus fotografías. En este retrato “oficial”, tiene la expresión de un niño a quien su padre le acaba de poner un elegante trajecito para ir a un evento importante y, así vestido, se muestra divertido con su atuendo. Sabe que ocupará un lugar destacado en la función; pero no se lo toma con solemnidades.

En la entrevista queda claro que Ratzinger sabe que él ha sido un testigo destacado de nuestro tiempo y que ha ocupado posiciones de influencia e importancia, pero también que nunca se ha tomado a sí mismo muy en serio. Siempre se ha considerado un “humilde siervo en la viña del Señor”, como se presentó ante la multitud el día de su elección como Papa; un simple “colaborador de la verdad”, como reza su lema episcopal y pontificio.

Al terminar el libro comprendí que, en esta fotografía, Benedicto se muestra tal y como es. Metido en su traje pontificio, le sonríe a Dios del mismo modo en que lo hace un niño ante su padre: con gozo, humor y una pizca de complicidad. Bien dicho está: “de los humildes y los sencillos se vale Dios para escandalizar al mundo”. Son los detractores de Ratzinger quienes lo han querido llenar de solemnidades, esas que él mismo rechazó. También me queda claro cómo, después de Benedicto, era apenas lógico que le sucediera Francisco. Obvio, en la lógica de Dios.

Ratzinger ha sido una presencia decisiva en mi vida, a pesar de haberme dejado envolver, durante años, por el engaño tejido en su contra por la conseja mediática. Su vida es una invitación a dejar que Dios sea Dios, a caminar confiados en el seguimiento de Jesús porque siempre estará con nosotros. Y nos lo dice con esa pícara sonrisa de niño travieso que engalana muchas de sus fotografías, de manera especial ésta que tengo frente a mí y que ahora vuelvo a colocar junto a la del Papa Francisco.

 

 

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