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“Si necesitas algo… llámame y yo te responderé”: JXXIII

Ya como sacerdote, ya como Patriarca de Venecia, Angelo Giuseppe Roncalli se mostró siempre como un hombre sencillo, espontáneo, jovial y amoroso, perfil que mantuvo durante toda su vida, incluso después de haber sido electo sucesor de Pedro con el nombre de Juan XXIII, según lo recuerda Guido Gusso, ayudante de cámara del “Papa bueno”.

Trabajando en el Patriarcado de Venecia, “una vez le pedí un aumento, llevaba trabajando cuatro años ahí; me iba a casar con mi novia. Antes de ir a verlo, me tomé un vasito de grapa para darme valor… él me dijo: ‘¡No te preocupes de tu porvenir!’, y citó el Evangelio de Mateo. Yo me quedé un poco perplejo… Un año después fue elegido Papa y mi vida cambió de la noche a la mañana”, cuenta Guido.

Una vez llegado a la silla de Pedro, Guido empezó a dirigirse al Papa Juan con el tratamiento de “Su Santidad”, a lo que Angelo Roncalli respondió: “Cuando mucho, llámame Excelencia, pero no te arrodilles ni cosas como ésa”, como si aún estuviera en Venecia.

Incluso, canceló inmediatamente el “beso de la pantufla”, la “falda” que cubría los pies del Pontífice (porque “decía que se iba a caer cuando se levantara”) y la silla gestatoria (porque la primera vez que se subió en ella “dijo que se había mareado”).

En otro de los rasgos del “Papa bueno”, Guido continúa con la narración y cuenta que Juan XXIII acostumbraba caminar alrededor de los jardines vaticanos; y, en muchas ocasiones, el Santo Padre exclamaba: “¡Damos siempre la misma vuelta! Llévame a la fuente del Gianicolo, a Villa Borghese”… y ambos encontraban la manera de esquivar a la guardia vaticana y salir de la ciudad amurallada. Incluso, “fuimos al sur a ver los trabajos en Lago Albano para las olimpiadas de 1960”, dice, maravillado.

“¡Los gendarmes se volvían locos porque no sabían dónde había acabado el Papa!”, mientras que éste “reía, feliz, de lo que habíamos hecho”, recuerda con cierta sonrisa cómplice el camarero del Papa Juan.

En Castel Gandolfo, continúa Guido con su narración de nuestro próximo santo universal, “una vez le conté que había ido a los Pratoni del Vivaro, que están ahí cerca y se parecen un poco a Sappada, de nuestra región. Él era muy curioso y quería verlos. Entonces me dijo: ‘Hagamos una cosa. Hay una reja cerca del cementerio de Albano. Que te den las llaves. Abres y dejamos abierto unos diez días, así nadie sabe qué está pasando’.

“Una vez que estuvimos en los jardines, él me dijo: ‘Vamos al coche y damos unas vueltas y así mareamos a los gendarmes, luego abres la reja y nos vamos’. Y fuimos al Vivaro. La gente lo reconocía, porque íbamos muy lento. Y luego, cuando llegamos al cruce entre Artena y Frascati, le pregunté que a dónde quería que fuéramos, y él me respondió: ‘Regresamos a casa, si no Capovilla (el secretario personal del Papa)…’

“Cuando atravesamos Marino, el camino era estrecho y estaba lleno de gente, era la tardecita, la multitud lo reconoció y empezó a gritar: ‘¡Viva el Papa!’; ‘¡Ah, nuestro Juan!. No podíamos pasar… al final llegamos al Palacio Apostólico, pero desde la entrada central hasta el final de la avenida de Castel Gandolfo, los gendarmes estaban como locos, y también la policía italiana… ¡hubieran visto la cara de los guardias suizos!”

Así era el Santo Padre Juan…

Pocos días antes de su muerte, Juan XXIII llamó a su camarero a su lecho. Lo regañó porque se comunicaban demasiado poco. Y le prometió un aumento.

Pero Gusso se negó. “Usted me protegerá desde el cielo, a mí, a mi hijo y a mi esposa”, le dijo al postrado, pero aún alegre, Papa Juan.

A lo que el “Papa bueno” le contestó: “Me gusta que hables así. Si necesitas algo en cualquier momento, llámame y yo te responderé”.

Y, efectivamente: siempre le jalaba la sotana y él siempre me ayudaba…”, confiesa Guido Gusso, quien hoy, con muchos buenos recuerdos de Angelo Roncalli, admite que ve rasgos similares de personalidad entre Juan XXIII y el Papa Francisco: “Este Papa es como Juan XXIII, es muy cercano a los pobres, a los humildes. Le da mucho valor a la gente necesitada”.

Juan XXIII, el “Papa bueno” que un día prometió a su camarero ayudarlo en todo lo que necesitara, hoy, como santo universal, dice a los fieles y a todas las personas de buena voluntad:

“Si necesitas algo en cualquier momento, llámame y yo te responderé…”.

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