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Juan XXIII: Bondad hecha persona

Roma.- “Me gusta describir a Juan XXIII con el epígrafe que compuso monseñor Amleto Tondini para su funeral: ‘Bondad hecha persona’: Amó con inefable ternura a todos, a cada persona, como si fueran hijos. Y en vida, durante su agonía y tras su muerte, correspondieron a su amor de un modo maravilloso”, dijo en conferencia de prensa el Cardenal Loris Capovilla, en vísperas de la Canonización del “Papa bueno”.

Loris Capovilla fue el secretario particular de Juan XXIII y es el Cardenal más longevo de la Iglesia católica y último en ser nombrado por el Papa Francisco, en febrero de 2014.

“Era el año 1961, en plena Guerra Fría, lo recuerdo perfectamente: alrededor de las 13:30 estaba el Papa almorzando y sonó el teléfono, era el secretario de Estado, el cardenal Cicognani. Entregó al Papa un sobre que había llegado a la Nunciatura de la Santa Sede en Italia, un mensaje de la embajada rusa que decía: ‘Por favor, a nombre de Nikita Sergeyevich Khrushchev, comunicar a su Santidad el Papa Juan XXIII con motivo de su cumpleaños número 80. Le envío mis felicitaciones y sinceros deseos de buena salud y de éxito en su noble aspiración de contribuir al reforzamiento y a la consolidación de la paz en la tierra y a la solución de los problemas internacionales a través de negociaciones francas. Le ruego acepte mi más alta consideración’. El Papa bueno se quedó en silencio. Luego dijo: ‘Señor cardenal, mejor recibir una caricia que una bofetada…’

“Al día siguiente, la Secretaría de Estado respondió al Kremlin a partir de unas notas del Papa donde mencionaba lo siguiente: ‘En respuesta a las felicitaciones del Señor Kruschev, su Santidad el Papa Juan XXIII agradece las felicitaciones y manifiesta, por su parte, también a todo el pueblo ruso cordiales deseos de aumento y consolidación de la paz universal, a través de felices acuerdos de fraternidad humana. Y eleva oraciones para obtenerlo’”, mencionó Capovilla.

Al paso de los años, el Cardenal ha estado contando a todo el mundo sobre las anécdotas y vivencias que tuvo con Juan XXIII, tanto las tristezas, enseñanzas, pero sobre todo, las alegrías que el Papa bueno le fue marcando, no sólo en su vida, sino en su corazón y alma.

“La última gran palabra de Juan XXIII fue el más sencillo de los mensajes evangélicos: ‘amémonos los unos a los otros’. Mientras estaba en agonía, me hizo señal de que me acercara a su cama. Le tomé las manos y le pedí perdón. Le dije: ‘No fui el hombre que merecía, fui sincero, leal, pero podía haberlo hecho mejor… Él me interrumpió: ‘Loris, déjalo… Hemos callado, perdonado, amado’”.

Estas son las palabras que Loris Capovilla dio a conocer este 24 de abril, en rueda de prensa con periodistas en Roma.

En su libro titulado “Mis años con el Papa Juan XXIII” cuenta que cuando el Papa fue electo a sus 72 años de edad, fueron muy pocos los que atisbaron en los ojos de aquel anciano arzobispo la determinación y el desempeño que poco a poco fue sorprendiendo a los que lo rodeaban.

Señala que fue un patriarca excelente, que tenía una confianza total en sus colaboradores, y nunca les exigía más de lo que humanamente eran capaces de dar. Supo afrontar las muchas dificultades y las divisiones que de vez en cuando surgían en el clero, aceptaba las críticas y los malos humores, incluso a costa de un profundo sufrimiento personal.

Cuenta que cuando el Papa se presentó el 28 de octubre de 1958 ante la multitud en la plaza de San Pedro, sólo le había bastado con extender los brazos en su gesto habitual, carente de inexpresividad, sonreír levemente y empezó a cantar poco después la bendición con una voz tan armoniosa, que en ese instante el pueblo romano ya lo había hecho suyo y en algunos de los comentarios que se escucharon fue: “¡Será lo que sea, pero tiene cara de bueno!”.

Empezó a hablar y con su escueta elocuencia llamaba a los hombres desorientados a recuperar la inspiración perdida, no sólo teológica, sino también psicológica, de la auténtica maternidad de la Iglesia y de la paternidad del Sumo Pontífice.

En una entrevista que sostuvo el Cardenal Capovilla con el periodista Fabio Colagrande, respondió que la canonización de Juan XXIII era para él un día como cualquier otro en el calendario, debido a que los cristianos todos los días en el calendario son festivos y representan una razón para celebrar siempre la Pascua, siempre la Resurrección y que sólo mirar a los cielos, o de vencer a uno de pecho después de haber recibido la Eucaristía es un gran regalo, un tesoro precioso, un gran misterio de la gracia, de luz; y por ello todos los días se tienen que celebrar.

“Cuando estaba muriendo, en la pieza éramos pocos, los más cercanos. Me recosté en la ventana y miré hacia abajo: la plaza estaba llena. Se lo dije: ‘¡no sabe lo que hay allí abajo!’ Él era tímido, no le gustaba mucho la espectacularidad. Esperaba que me mandara a callar. En cambio, exclamó: ‘¡Es natural! ¡Yo los amo y ellos me aman a mí!’”, puntualizó Capovilla.

El cardenal ahora transcurre su vida en Sotto il Monte, una pequeña localidad del norte del país, donde Roncalli nació en 1881. Allí acoge a grupos de jóvenes y parroquias que quieren visitar los lugares que inspiraron al hoy Papa Santo.

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