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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

Diplomacia y evangelización con el Papa Francisco

El Papa Francisco comprende la diplomacia de la Santa Sede como un instrumento de evangelización y de construcción de la Iglesia, en clara sintonía con sus predecesores, especialmente Benedicto XVI. Su acción desplegada en Medio Oriente, Cuba y Estados Unidos lo demuestran.

Es importante considerar que esta diplomacia opera al revés de los demás aparatos diplomáticos, en la medida en que no protege interés nacional alguno. Su misión es promover la justicia y la paz en las relaciones internacionales, como en cada rincón del planeta, por la defensa de los derechos humanos articulados a partir de la promoción de la vida y dignidad de las personas y la libertad religiosa. Se mueve por una racionalidad religiosa y es parte de una labor de evangelización mediante el diálogo. En su diseño, el tiempo es más importante que el espacio y la realidad debe imperar sobre la ideología, por lo que la paciencia y la persona son prioritarias.

Francisco le ha puesto su estilo personal. Las cosas se ven distintas desde América Latina, cuyas periferias y realidades se antojan muy ajenas a los ociosos debates posmodernos de una Europa sumida en su interminable crisis cultural. Una mirada de esperanza y lucha cotidiana es muy diferente a otra aburrida y, en no pocas ocasiones, vanidosa. Juan Pablo II y Benedicto XVI lo habían advertido en diversas ocasiones. El segundo después de sus viajes a África y México, llamando duramente la atención a esa catolicidad sin nervio que parece agobiar a la Iglesia en Europa Occidental. Así, la diplomacia de la Santa Sede ha venido preparando una acción misionera de gran escala en Norteamérica, con implicaciones importantes dentro y fuera de la Iglesia.

En septiembre se espera la visita de Francisco a Estados Unidos, cuyo impacto supera con mucho sus fronteras.

Llegará desde Cuba, después de haber visitado a este pueblo convertido en una de las periferias latinoamericanas más urgentes, machacado material y espiritualmente por sus élites políticas y la estulticia internacional liderada por Estados Unidos. Así, con autoridad, hablará ante la Asamblea General de la ONU, el Poder Legislativo de Estados Unidos en pleno y con el presidente Obama.

Después, presidirá el encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia. Será un momento crucial de preparación para el Sínodo episcopal de Octubre, donde se abordarán nuevamente los problemas del matrimonio y la familia en el mundo actual, cuyas conclusiones marcarán el rumbo de la Iglesia en lo venidero. Francisco quiere acciones pastorales con misericordia alejadas de la tentación puritana. Por eso brindará su apoyo al Episcopado norteamericano que batalla fuertemente para salvar a una catolicidad dividida por asuntos ideológicos partidistas, donde la fe tiene poco que ver. Y en esta lógica, reforzará el sentido misionero de la acción de la Iglesia norteamericana con la canonización de fray Junípero Serra, quien era hispano y, además, migrante.

El amable lector estará de acuerdo en que estamos ante una singular y compleja operación diplomática, cuya duración se cuenta en décadas, capaz de abrir avenidas importantes a la obra misionera de la Iglesia, la cual, por su lógica humanista, cae bien en cualquier sociedad. La diplomacia de la Santa Sede se entiende mejor desde su lógica religiosa, sin negar su impacto en la gran política. Tal vez esto moleste a más de uno dentro y fuera de la Iglesia; pero ésa ya es otra historia.

 

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