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Caminemos juntos como discípulos y misioneros

El hacer el intento de Orar

El desconocimiento propio genera soberbia, pero el desconocimiento de Dios genera desesperación. Por eso, si una persona no se preocupa por conocer más a Dios, cuando llega la prueba se desencanta, se amarga.

El que ora sabe que hay otra cosa más preciosa en nuestro interior que lo de fuera. Pero estamos dispersos por el pecado. La atracción del mundo exterior es grande, hay que esforzarse a tener a Dios como amigo. Santa Teresa de Jesús dice: han de cansarse en recoger los sentidos, ya que los sentidos están acostumbrados a estar derramados y es “harto trabajo”.

Aunque te canses, aprende a que tu pensamiento piense lo que tiene que pensar, que tu imaginación se dirija al bien, que tu afectividad se dirija a amar a quien tiene que amar, que tu libertad se esté decidiendo por Dios, que tu memoria recuerde lo que debe recordar. El alma que no se mete al castillo interior, anda por casas ajenas. ¿Hay peor cosa que no estar en tu casa? El orante descubre un mundo interior de grandes espacios. Santa Teresa decía: Cuando me meto en mí misma, ¡qué maravillas descubro!

Pasan tantas y tan delicadas cosas en lo interior, un castillo interior de un diamante. ¿Qué pasa con el que no se mete dentro de sí, con quien no se sabe recoger? El hombre que no ora, tiene una riqueza que por ignorancia no explota, y por tanto se animaliza, porque lo definen las fuerzas animales, se vuelve glotón, sensual, materialista, perezoso, egoísta… El hombre vive exiliado, no está donde debe.

El enajenado no es de sí mismo, está en algo ajeno; no sabe explotar su propia riqueza, no sabe vivir esa interioridad. La casa del hombre es su interioridad. Por eso, es importante recogerse, encontrar a Dios y escucharle. Es difícil, porque se anda desparramado.

Aunque parece que Dios no te habla, sí te habla, pero hay que hacer silencio interior. Hay que hacerse pequeño. Para orar se necesita la humildad de la fe. La Virgen siempre estaba recogida. María lleva al Niño a presentar al Templo de Jerusalén, está Dios allí. Ella lo sigue trayendo. Es la “panadera de Belén”, como decían los medievales, pues nos da el Pan de Vida. Ella entiende que su vida es inseparable de la Cruz, pero sabe que después del Calvario está la Resurrección. La Cruz no la abruma, es parte inseparable del amor; no se rebela, no se confunde, no echa la culpa a otros. Que Ella nos ayude a no estar derramados, desparramados.

Un sabio decía: Preocúpate de lo que te dice tu conciencia, porque ella te dice lo que eres; y tu reputación es lo que otros piensan de ti, lo que los otros piensan, es su problema.

 

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