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Los obispos chilenos. Una explicación

¿Qué significa que renuncien tantos obispos a la vez?

A todo el mundo sorprendió la renuncia en masa de los obispos chilenos. En un gesto inédito en la historia de la Iglesia, 34 obispos chilenos presentaron su renuncia al Papa Francisco, reconociendo que hubo irregularidades en el proceso contra el padre Karadima, acusado de abusos sexuales a menores y suspendido en el año 2010.

Tal hecho sin precedentes merece una explicación. ¿Qué significa que renuncien tantos obispos a la vez? Podría interpretarse el gesto como un desafío. En efecto, después de tres días de reuniones con Francisco, que les había hecho ir a Roma para aclarar la cuestión y, en el fondo, para hacerles una enérgica llamada de atención por negligencia a la hora de impartir justicia en la Iglesia, ellos podrían renunciar diciendo: “¡estupendo!, si nos consideras incapaces, búscate otros que hagan nuestra labor”; o quizá, menos abruptamente: “si no te gusta cómo manejamos las cosas, damos un paso al costado y pon a quien consideres competente”. Sin embargo, al leer las declaraciones de los obispos, su petición de perdón a las víctimas, a la sociedad chilena, al Papa y a la Iglesia, queda claro que no es esa la actitud. Por el contrario, se trata de un gesto de profunda contrición, una humilde súplica de perdón y un reconocimiento de una especie de culpa colectiva; es decir, un solidarizarse para asumir la responsabilidad. Es obvio que no todos los obispos pueden ser responsables, pero todos quieren compartir de alguna forma el peso de la culpa por tan atroces crímenes.

Es oportuno aclarar que la renuncia se hace efectiva en el momento que el Papa la acepta, mientras tanto siguen a la cabeza de sus diócesis; la Iglesia chilena no está descabezada. Le dejan así a Francisco una completa libertad de maniobra para que cambie lo que considere necesario o a quien juzgue conveniente.  

¿Cuál es la culpa colectiva que comparten y que les empuja a realizar este gesto inédito? No es tanto el abuso sexual de menores cuanto el encubrimiento de los abusadores. La reciente investigación mandada a hacer por Francisco sacó a la luz que, al recibir las demandas de abuso sexual, algunas autoridades no actuaron con la rapidez conveniente a la gravedad del caso, e incluso llegaron a obstaculizar las investigaciones. Quizá por salvar el buen nombre de la Iglesia o encubrir a los criminales con quienes les unía cierto nexo de fraternidad, no se mostraron a la altura de la situación. Así, a veces descalificaban demasiado superficialmente una denuncia como infundada, otras dejaban pasar demasiado tiempo antes de atenderla, y finalmente algunos llegaron a destruir pruebas. De esta forma se convirtieron en cómplices encubridores de criminales, haciéndose a sí mismos criminales y pervirtiendo las estructuras de justicia eclesiales. 

Es lógico que Francisco les haya llamado duramente la atención, señalando que no basta con la suspensión de los sacerdotes culpables (que es la pena más dura que puede dar la Iglesia, pues no tiene calabozos), sino que deben reformarse las estructuras que hicieron posible estos abusos. También se requiere cambiar la cultura de la Iglesia, de manera que transmita una total transparencia y una preocupación especial por las víctimas.

El grueso del episcopado chileno ha reconocido este garrafal error, de pensar que no haciendo justicia y ocultando las cosas solucionaría los problemas. En efecto, Karadima, el principal abusador, fue suspendido en el 2010, pero fueron precisos muchos años y una despiadada presión de la prensa para que se hiciera justicia. Ahora, el Papa a la cabeza y con él los obispos chilenos, quieren remediar el entuerto. 

Cabe destacar que esta situación se suscitó gracias a una incómoda pregunta de un periodista durante el viaje de Francisco a Chile. El Papa respondió, un tanto abruptamente, con los datos que tenía en ese momento, causando gran indignación. Francisco reconoció su error, pidió perdón y mandó hacer la investigación definitiva. Queda muy claro el papel insustituible que tiene la prensa a la hora de esclarecer la verdad. Incluso cuando se hace con cierto resabio anti-eclesial, en realidad le presta un servicio, pues como dice Jesús en el Evangelio: “la verdad os hará libres”, y la Iglesia no debe dar la espalda a esa verdad, aunque sea muy dura, pues reconocerla es el primer paso para la conversión. La renuncia de los obispos es un paso en esta dirección, conduce a asumir todas las consecuencias de la verdad.

 

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