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Reflexiones en torno a la familia

 

Hay algo extraño en toda esta polémica a favor o en contra de la “familia tradicional”, a favor o en contra del “matrimonio homosexual”. Quizá la cuestión clave estriba en que, efectivamente, ese no es actualmente el problema de la familia y por tanto de la sociedad.

Algunos de los que se oponen a las manifestaciones a favor de la defensa de la familia basada en el matrimonio entre la mujer y el varón, argumentan que en realidad ese modelo familiar se encuentra actualmente en declive. Muchas son las familias destruidas, monoparentales, las personas que van por su segundo, tercero o cuarto matrimonio. Todo eso es cierto, pero, precisamente por ello, ¿a qué viene a cuento acabar con lo que queda del matrimonio?, ¿por qué la necesidad de redefinirlo, cuando bastantes personas viven y han encontrado otras formas de convivencia humana?

No se trata entonces, solamente, de que haya otros problemas reales más urgentes: pobreza, desempleo, rezago educativo, narcotráfico, violencia, por señalar sólo algunos. ¿Por qué el gobierno, y en realidad, los gobiernos –pues es una moda internacional– en lugar de mirar la realidad, buscan resolver otros “problemas” marcadamente ideológicos?

¿Se trata exclusivamente de incapacidad para resolver los reales, la cual busca ser paliada resolviendo los imaginarios? ¿Cabe pensar que alguien les está marcando la agenda, les está dictando el guión de lo que deben hacer?, ¿debemos plegarnos dócilmente todos a ese guión prefabricado no se sabe muy bien por quién?, ¿a esa moda que se impone en forma prepotente, sin buscar un consenso y, sobre todo, una sólida fundamentación que la justifique? ¿Por qué tanta prisa en hacer los cambios? Siendo una cosa de tal envergadura, ¿no ameritaría un plebiscito?

Efectivamente, la familia enfrenta agudos problemas, los problemas de la sociedad son, muchas veces, reflejos de las carencias familiares. La nueva moda de establecer leyes que legitimen el matrimonio entre personas del mismo sexo, ¿resuelve alguno de estos problemas?, ¿no abre, más bien, la puerta a otros más graves con los que apenas nos estamos encontrando?, ¿no los hará crecer desmesuradamente?

¿Cuáles? Pues los vientres de alquiler, por ejemplo, o la crisis sufrida por un niño adoptado, el cual se pregunta insistentemente por qué lo abandonaron sus papás, por qué él tiene dos papás o dos mamás; el problema de su identidad, cuando resulta que una madre donó el óvulo, otra lo gestó, y una tercera lo “compró”. ¿Y qué pasa si después se arrepiente la compradora?, ¿o si la “mercancía no es de su agrado”? (no es broma, ha pasado que una pareja demanda a la compañía que realizó la fecundación in vitro porque el niño vino con enfermedades. Lógico, lo hubieran abortado de descubrirlo a tiempo y hecho otro intento para conseguir un “mejor modelo”).

Este dantesco panorama orwelliano, que por lo menos es posible de aprobarse tales leyes, ¿resuelve algo?, ¿no termina por darle el golpe de gracia a la ya tan desgraciada institución familiar?

La salida, a la par fácil e irresponsable, de que “cada quien haga lo que quiera”, no es sino la puerta de entrada a la espiral del permisivismo y  la disolución de la identidad humana. Las cosas no son lo que nosotros queremos, sino lo que son. No son las leyes civiles quienes niegan a las personas del mismo sexo tener hijos, sino la biología. La realidad no cambia por decreto.

Y en el caso de una institución, como es el matrimonio, quicio de la familia, la cual es célula de la sociedad, modificarla por capricho, o por razones meramente emotivas, supone hipotecar y comprometer el futuro de la sociedad por un albur, por un “déjalos que hagan lo que quieran, a ti nadie te obliga a hacerlo, si no quieres”. Cabe decir que “nadie te obliga” todavía, pues el siguiente paso es imponer leyes coercitivas que penalicen a quienes piensen diferente (ya está sucediendo en algunos países).

Por eso, es inquietante que el gobierno, en vez de buscar la manera de resolver los problemas reales de la familia, que tienen graves consecuencias sociales (violencia juvenil, fracaso escolar, adicciones, etc.), se centre en satisfacer los caprichos de un pequeño grupo estridente. Mejor haría en apoyar a las madres gestantes, a las madres solteras; en ofrecer terapias a los matrimonios con problemas, en dar asistencia a las familias que han naufragado. Pero no, el imperativo improrrogable es conseguir, a cualquier costo y pese al que le pese, el matrimonio gay, es decir, firmar el acta de defunción del auténtico matrimonio y la auténtica familia, legitimando un remedo espurio.

 

 

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